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martes, 23 abril
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Lecturas, por F. Navarro

libro

Uno siempre ha leído. Menuda declaración de principios. Antes de los tres años el abuelo me enseñó a descifrar la escritura, no sé cómo. Cuando llegué al colegio, con cuatro años, ya sabía leer perfectamente y sin silabear. Él leía compulsivamente el periódico, de arriba abajo, moviendo los labios. También un semanario de crímenes con una tipografía grande y roja que daba miedo. Se le formaban unas manchas blancas de saliva en la comisura de los labios. Hacía permanentemente cuentas en los márgenes de lo que leyese, cómo si fuesen las Glosas Emilianenses.

Las primeras lecturas de este servidor fueron historietas. El TBO: la Familia Ulises, Eustaquio Morcillón, Altamiro de la Cueva, el profesor Franz de Copenhague… El Pulgarcito con Zipi y Zape, Mortadelo y Filemón, Don Pío, Petra criada para todo, y todo eso. Pasamos después, nada menos, que al Gran Pulgarcito: el Teniente Blueberry; Mortadelo: Sir Tim O’Theo. Con el cambio de voz y la sobredosis de hormonas, descubrimos Trinca, excepcional publicación de cómics que me hizo amar el género.

No recuerdo el primer libro leído, pero del primero del que me acuerdo es La Isla del Tesoro. Jim Hawkins, Smollet, Perro Negro, Long John Silver, la terrible mancha negra. Después vinieron, Colmillo Blanco, Ivanhoe, Los Cinco, las Mil y una noches, Samaniego.

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Luego, de mocete, vino una nueva época de historietas: Tótem, Cimoc, El Víbora, Cairo, Metropol, Metal Hurlant. Y sobre todo Corto Maltés. Revueltas con literatura.

Galdós, entonces denostado, hacía que en la Fontana de Oro se conspirará día y noche. Baroja, Zalacaín y Urbia, Andrés Hurtado y Alcolea del Campo. Unamuno y su nivola. Noches de claro en claro devorando novelas de una sentada. García Pavón, Cela, Aldecoa. Carvalho y Biscuter; laberintos de aceitunas. Apuestas en hipódromos, maquinas de follar, el olor a Zotal de Bukovski impregna la alcoba.

Estirpes judías, rusas, de Macondo, de Santa Maria; Fundaciones, Imperios, diablos. Crímenes perfectos, imperfectos, imposibles. Amores, desamores. Cortazar, a saltos, atascos a la entrada de París. Onetti, yacente, deprimente y terrible. Callejones de milagros.

Lupin, Don Juan, Aladino, Valjean, Fausto, Alicia, Nemo, D’Artagnan, Pedro Crespo, Marlowe, Poirot, Don Quijote, Arturo, Pascual Duarte, Aureliano Buendía, Plinio, Leopold Bloom, Ignatius Reilly, Raskolnikov, Holden Caulfield.

Uno ama la lectura y los libros. Leo cualquier cosa que cae en mis manos y afortunadamente me sigo sorprendiendo.

Hace unos años me llegó un descubrimiento sorprendente, una de las lecturas que más me han impresionado: El Cuaderno Gris del Pla. Cambió mi forma de ver la literatura y me hizo lanzarme a garrapatear estas historias mal contadas con las que te torturo, paciente lector. Espero algún día saber y poder usar los adjetivos como él lo hace, tener la capacidad de calificar algo como «cafarnaún», o poder escribir que:

«El señor Pinyol no tenía nada de particular. Era como somos todos, un poco desdibujado, un poco pintoresco, ligeramente inconsciente, pasablemente juicioso, un poco prudente, desmemoriado, confuso, aritmético. Era vagamente teatral e histriónico pero, a la hora de la verdad, era modesto y tenía una manera plástica y visible para demostrar que era una buena persona…»

Mientras tanto seguiremos disfrutando de la lectura, ajena por supuesto, porque «todo está en los libros»

… Y en los blogs, añado. Donde hay verdaderas joyas literarias, muchas aún por descubrir. Busca. Lee. Disfruta. Feliz día del libro.

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