¿Por qué?, por Miguel Ángel Bernao
Puede ser que la pasión escondiera
el desvelo del dolor, tal vez,
que las formas rebuscadas del pincel
ensombrecieran los versos de su anfitrión
-un libro en una habitación mustia y una flor-
los colores histrionismos de una locura declarada
en los libertarios pensamientos de un predicador.
La musa en Francia, el dolor en España y en la agonía
los encuentros del mar y las caricias en Cadaquest.
Yace fusilada la metáfora entre proyectiles de odio,
y en la fosa, una lágrima surrealista desentierra la memoria
llevándose entre versos y pinceles el amor del alma enamorada.
Nadie ha pintado el dolor con el pincel sangrando silencios.
@ Miguel Á. Bernao
Homenaje, Por Miguel Ángel Bernao
A esta edad tan temprana para ser maduro
he encontrado la voluntad de amarme
sin mirar atrás, de persuadir a la noche
con esta perversión sumisa de escribir
-en el sentido que pide la coherencia-
o simplemente la necesidad de imaginar.
He llegado a tiempo a la fiesta de la vida,
al baile irremediable y cercano del silencio,
a escuchar las risas de las sombras, a tiempo,
a tiempo de descoser del aire el aliento de la muerte
y perderme en aglomeradas calles de inocencia.
A esta edad tan temprana para ser maduro,
un olor cordial y tibio vuelve a despertarme
con la justa distancia de la ausencia,
y pienso, si habrá de...
Allí estaré, por Miguel Ángel Bernao
En el secreto
hacia la mirada ciega
desde el mojado labio
y la boca de mar llena
desde el comienzo
avanzando al fin
y al ingenuo sentir
de lo perdido,
hacía las nubes
y el martirio de la soledad
sobre una sombra inquieta,
en la noche y el desorden
de lo que queda,
en la arboleda
y los desiertos sin agua,
allí estaré, cerca de la muerte
en la eterna y desnuda palabra,
al abrigo del sol inmortal
y el fuego de los aires.
@ Miguel Á. Bernao
Hoteles, por Miguel Ángel Bernao
Era temprano,
al parecer las cosas
parecían simples,
una ventana abierta
hacia una primavera indisciplinable
y algún que otro silencio
merodeando la sutileza
de nuestras miradas.
Pareciera como si la noche
hubiera guardado sus mejores galas
en la mesita, y ahora,
entre un tango de luces
y un vals de extrañeza,
entendiéramos lo simple del amor
o lo complicado de amarse
en hoteles sin nombre
y habitaciones sin número.
Afuera, nadie sabe de nosotros,
-los gatos ya han arañado la luna-
salvo la conciencia herida
de amar a quemarropa,
como si al parecer,
el olvido fuera tan simple
y las cosas siempre
estuviesen en su sitio,
esperando un lugar
para ser guardadas.
@ Miguel Á. Bernao
Vértigo, por Miguel Ángel Bernao
Hace frío en esta ciudad
indecente, corazones perplejos
tumbados en el suelo
entre charcos profundos
de cualquier noviembre
tras los sucesos
de la memoria de los días
y el estupor amargo de la noche.
Hace frío y no todos ríen
-la luz se oscurece-
alguien sufre en silencio
el olvido de la gente,
el rumor del hambre
horadando el estómago
el insistir cansino de la lluvia
en mitad de la nada,
ausentes, jugando con los perros
perdidos en la soledad.
La vida no es más que un espejo
con límites, nacer, morir,
-dentro del vértigo-
en la ley de la ciudad furtiva
y sus extrañas sombras.
Hace frío en esta ciudad
indecente.
@ Miguel Á. Bernao
París, por Miguel Ángel Bernao
Tan solo lo infinito nos une,
algo más, puede ser, quizá
la voluntad de amar, de sufrir,
de beberse el mundo con la boca abierta.
París sabe de ti y de mí,
de nuestro silencio y nuestros envites,
de los desnudos y las promesas,
de la luz del mundo y la muerte calmada.
La visión es verte marchar lejanamente,
atrás el tiempo y la costumbre de pensarnos.
París sabe de ti y de mí.
© Miguel Á. Bernao
Ante el mar, por Miguel Ángel Bernao
La lluvia del invierno sobre los tejados
los parabrisas y los sombreros de copa,
húmeda, tan húmeda como la lengua
que acaricia tu cuello lentamente
invitándote a cruzar la frontera del frío.
Un nuevo año detrás de este instante
sumidos en el olvido del tiempo
clausurando la noche con llaves de plata.
Hubiera preferido amarte ante el mar
en el verano donde aún crecíamos
sin el deseo de entender el paso del tiempo.
© Miguel Á. Bernao
“Siempre he buscado la penumbra para guarecerme”, por Miguel Ángel Bernao
Siempre he buscado la penumbra para guarecerme,
no me ha importado arañar los espejos
Si acaso, por Miguel Ángel Bernao
Si acaso abriera la noche
el candado de la soledad
y a tiempo llegara la luna
gobernando las estrellas,
si acaso el mundo existiera
en el abrazo de un deseo
y las palabras se escribieran solas,
dejar que mi piel se agriete lentamente
y la portentosa oscuridad se lleve
los versos que en mi recuerdo
quedaron desnudos para siempre.
Si acaso…
Poema Muerto, por Miguel Ángel Bernao
Hoy la poesía se escribe sola,
triste, nostálgica, aburrida