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martes, 12 noviembre
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Hay que sentir la tierra en los pies, por F. Navarro

algarrobas

Los algarrobos son árboles altos y mediterráneos; tienen algo de Miró, o de Pla. Huelen a tramontana o a mistral. En Mallorca al maestral le dicen la escoba del cielo porque limpia las nubes (Si tu toques i jo cant/ vol dir que mos entenem /i tot el camí que feim /
serà per anar endavant).

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La salamanquesa también es mediterránea y veraniega. Los perros vagabundos no son mediterráneos: son carpetovetónicos.

—¿Nos salimos?

—Bueno.

Los guisantes tienen flores blancas, delicadas. Los guisantes salen de la tierra y se comen. Las cebollas también, son dulces, baratas y poéticas; escarcha de tus días y de mis noches. Las cebollas parecen objetos dorados. Hay que pisar la tierra para que su fuerza entre por los pies. Los algarrobos quitaron mucha hambre, los chiquillos se comían las algarrobas que servían de pienso a las caballerías. Son unas vainas alargadas y marrones, como las habas, dulcísimas pero astringentes.

Bogas Bus

Hay que sentir la tierra en los pies. Miró pintaba descalzo y cuando tenía frío se ponía una estera. La estera es como la tierra, sale de la tierra misma. En un estudio con el piso de linóleum no se pinta igual que con un baleo bajo los pies. Hay que sentir la tierra. Miró parecía un hortelano puesto de limpio, de domingo, arreglado para ir a misa o a pedir el anticipo de la cosecha a la caja de ahorros.

Los olivos también son mediterráneos. La civilización mediterránea se debe al olivo. O a lo mejor es exagerar. Las hojas de olivo son finas y duras. Adaptadas a la sequía y al hielo, sin concesiones a la estética. El olivo sale de la tierra desde antes de que hubiese hombres. Los olivos cargados tienen una fuerza extraña, de choque, de dolor de parto, de último aliento. Son como animales vivos que surgen de la tierra. Vieron llorar a Nuestro Señor Jesucristo: “Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Las golondrinas le quitaron la corona de espinas.

En el cuarto menguante el envés de las hojas de las oliveras parece de plata fina. La fuerza que nos da la tierra, hay que sentirla. La cerámica se hace de tierra y se siente en las manos, el barro es el material del que están hechos los sueños y con el que Dios modeló a Adán. Tierra y fuego.

—¿No tendrás calor?

—No.

—¿Seguro?

—Seguro.

Los olivos son invierno, escarcha, nieve y frío. Las patatas también salen de la tierra y tienen las flores blancas, como las campanillas. Las patatas quitan mucha hambre, son como el arroz.

—¿Te cuento una cosa?

—Lo que quieras.

—Cuando vivíamos en la calle del Molino Viejo, en la acera de enfrente se mudó un petimetre que fuese contable en una casa de muchas hanegas de viña, que también tenían aparato de alcohol.

—Me acuerdo.

—Al lado nuestro vivía un carretonero que llevaba vino de las cuevas a los alambiques. Madrugaba mucho, antes de verse ya estaba tirando. Una noche de verano, el contable y una cuadrilla de chiquillos capitaneados por él estuvieron hasta las tres de la mañana intentando cazar una salamanquesa, dando unas voces de aúpa.

—¡Qué espabilado!

—Pues espérate que verás. A la noche siguiente la cosa empezó igual, el contable dirigiendo a los muchachos a voces en el ojeo del reptil. A eso de la una, el carretonero asomo la gaita por el balcón y le dijo: «Fernando, te doy de plazo esta noche para que mates la salamanquesa, o te olvides de ella. Si no es así, mañana la que va a hablar va a ser esta…» y sacó una escopeta de dos cañones más larga que un día sin pan.

—¿Y qué hizo el contable?

—Orinarse en los pantalones.

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