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domingo, 10 noviembre
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Los dones del espíritu, por F. Navarro

Los dones del espíritu, por F. Navarro

La nuera de Joaquín, cuando monta en coche se persigna tres veces y aprieta los ojos con fuerza, seguramente para ver puntos y colores brillantes. La nuera de Joaquín tiene mucho aguante y paciencia y no reconviene a su marido —ni tampoco a su suegro— cuando conducen, a pesar de que el manejo de los autos lo llevan a su manera.

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Joaquín vive en una casa que hace esquina, junto a otra medio hundida, que hace más de diez años que no enjalbegan. Vive en una calle no lejana de la plaza, pero tampoco cercana. Joaquín es moderado para todo. Es partidario del orden, de plantar un rosal en cada viña para prevenir el mildeo y de no ararlas a partir del veinte de abril. También tiene algo de golfante, una vez fue alcalde, o teniente de alcalde, en los años aquellos en que los ediles venían elegidos del Gobierno Civil, pero lo echaron enseguida, se conoce que no era afecto al régimen; le hubiera bastado con parecerlo, pero no, ni lo parecía. A Joaquín enseguida se le ve en la cara que es un viñero hierático.

Joaquín, como decimos, tiene algo de golfante, es partidario de las bombillas enrejadas de la Avenida del Príncipe Alfonso y del humo evadido de los cafés cantantes; lector consecuente de Bakunin. Todas esas cosas es Joaquín, centrado, ordenancista y rebelde. Salvando distancias —y omnipotencias, claro—  viene a ser como el misterio de la Santísima Trinidad. El misterio, salvo el niño de San Agustín y don José, aquél cura con la espalda del clergyman manchado de honrado sudor, no lo entienden ni los presbíteros, ni mucho menos, los arciprestes más cultos y versados.

Joaquín, con cincuenta años, le pegó un puntapié a la vida. Tiene una perra que a la que te descuidas se mete en la conversación. La chucha es muy dialéctica (poco retórica) bien educada y de formas exquisitas, siempre tiene un ladrido amable para quien va de visita. Posee (Joaquín) buena mano para las gachas y sabe contar las cosas como nadie. El narrar bien puede parecer un atributo invernal, pero es de agradecer en todo tiempo. Da gusto. Joaquín aplica para sus narraciones la división clásica: planteamiento, nudo y desenlace. Algo difícil de mantener es esta tierra del Señor en dónde tan dados somos a los hipérbatos que parece que contemos las cosas por el final.

—¿A qué no sabes que Lope de Vega decía que la amistad es el alma de las almas?

—No; no lo sabía.

Joaquín —tal vez ya lo he dicho— con medio siglo de vida, le pego una patada en el trasero a la vida; para cambiarla. Reinventándose, como ahora se dice, en este tiempo de poetas que confunden los homófonos y el sentido de las frases.

—Brotará del tronco de Jesé un retoño, y retoñará de sus raíces un vástago. Sobre quien reposará el espíritu de Yahveh, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de entendimiento y de temor de Yahveh. Y pronunciará sus decretos en el temor de Yahveh.

—¿Eso no es de Isaías?

—Sí.

La nuera de Joaquín, cuando aprieta los ojos con fuerza al montarse en los autos, los colores que ve le recuerdan su niñez, plácida y acomodada, de muñecas peponas y caleidoscopios. Su esposo y su suegro conducen expansivamente y sin temor, como guerreaban los hoplitas.

Ya se acostumbrará.

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