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viernes, 20 diciembre
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¿Quieres ser rico?, por F. Navarro

500 euros

No te lo vas a creer, agradecido lector, pero a la largo de la vida a un servidor tuyo le han ofrecido varias veces la posibilidad de hacerse tan rico como Craso. Sin ninguna duda y simplemente vendiendo jabones, colonias y pastas dentífricas. Eso sí, fabricadas por Keops,  Kefren and Micerinos, Ltd. Y el caso es que siempre las he rechazado, a pesar de la facilidad.

El primero fue un compañero de trabajo de una importante ciudad manchega. Por circunstancias del laboro pase varias semanas con el zagal, incluso comíamos por colleras. Y claro, el roce hace el cariño. El tipo era alto, de lengua suelta y con uno de esos bigotes que algunos se dejaban en el servicio y luego se olvidaban de quitarse. Estaba empeñado en que este que te escribe apareciese en la revista Forbes más pronto que tarde. Para ello tenía que formar parte de su red de vendedores de morralla cosmética. Dependiendo de lo que tardase en crear la mía vendrían antes o después los abundantes ingresos. Para pertenecer al  gotha del champú piramidal era condición previa realizar un pedido, ya estipulado, valorado en un oeuf y la yema del otro. También me relató —en un arranque de confianza— que acabó en ese curro al dejar embarazada a la novia y tener que casarse o morir a manos del suegro, ambos estaban estudiando magisterio.

—Lo tenía todo previsto, los dos colocados de maestrejos y a vivir que son dos días —relataba— pero claro, la carne es débil y se torció el carro.

El siguiente en hacerme una proposición de riqueza fue un tipo que estaba casado con la hija de un camionero que le decían “Manazas” porque no le cabían esos apéndices en los bolsillos de los pantalones. El pavo tenía una granja de gallinas, pero no de cualquier clase de gallinas. No. Las suyas eran de raza Leghorn, la reina de la puesta, por lo visto. Según cuentan los avicultores la puesta de esta gallina puede rondar fácilmente los 300 huevos anuales con un bajo consumo de alimento debido a su pequeño porte. A lo que iba, nos juntábamos cada día a las 5 de la mañana en el mismo bar tomando café y siempre me spetaba.

—¿Quieres ser rico?

—¿Yo? —le respondía— Qué va, quiero seguir levantándome a las cinco de la mañana.

Y entonces me contaba las maravillas de la venta piramidal y de cómo él, conocía ciudades como Barcelona, que de otra forma nunca hubiese visto. Y que los billetes de diez mil los tenía a tiro de pedido. Sería firmarle el formulario, entrar en su rede y un servidor tuyo sería el nuevo rey Midas.

La verdad es que nunca firmé el pedido pero el tipo seguía inquebrantable con la misma canción. Debía disimular bastante bien la riqueza conseguida, pues cada día tenía peor pelaje.

El tercero fue un mal encarado representante de trajes. Entre las perchas llevaba en el maletero de un coche viejísimo  —pero que aún mantenía dada su fiabilidad—, portaba potes de mejunjes americanos, catálogos en papel cuché y prospectos del invento. Afirmaba que él tenía el mismo derecho a ser rico que (aquí nombraba a los banqueros más famosos  y engominados de entonces) y que ese derecho era innato a la persona humana. La riqueza sólo con cumplimentar el pedidico. Lo recuerdo vendiéndoles el cielo a las recientes camareras eslavas de los bares del extrarradio.

En fin, que uno no es rico porque no quiso.

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