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viernes, 20 diciembre
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¡Otra vez!, por F. Navarro

futbol

Quien diga que no le conmueve ver a un cincuentón llorando como un niño es que no tiene entrañas. Este que te escribe lo vio este sábado, deportivo lector, tras acabar la final de la Champions League. Sentado en una cámara frigorífica, tapándose la cara con la mano y repitiendo “¡otra vez!, ¡otra vez!”, mientras se ciscaba en los dioses del fútbol, que tan injustamente se portaban —de nuevo— con el equipo de sus amores. La victoria estuvo al alcance de la mano, o de las botas de Griezmann y Juanfran.

Uno no es muy dado a la épica deportiva, ni mucho menos futbolística. Sé a ciencia cierta que un partido, aunque sea el de la final de la Copa de Europa, no va a cambiar el mundo. Y el hecho de que proteste porque en el gol de Bale había medio equipo blanco fuera de juego, no me impide (ni a mí ni a nadie) denunciar las injusticias que ensucian la tierra, cualquiera de ellas, con toda seguridad, mucho mayor que el resultado de un match futbolístico. Dicho todo esto como prevención hacía los peligrosos y falaces tiempos que nos ha tocado vivir.

El sábado amaneció con signos de victoria, pero el destino, de nuevo, trataba injustamente al Atlético de Madrid. La Peña Atlética de Tomelloso preparó el visionado del encuentro en un centro de barrio, el de Maternidad, con la fachada honrosamente pintada de añil. Desde el mismo San Siro, a través de un grupo de WhatsApp, una amiga nos hacía llegar en directo los “¡atleti!” que coreaban los aficionados rojiblancos desplazados a Milán.

—¿Llevas mucho sin venir a la peña a ver un partido, hijo mío?

—Desde el doblete, padre, desde el doblete.

Toda la coraza de consignas con la que los atléticos nos protegemos de nuestro sino se hicieron presentes, en las paredes y en las gargantas. La gloria se consigue luchando.  Nunca dejes de creer. Luis Aragonés aparecía en los cánticos de los jóvenes. Y el balón, y el destino, echaron a rodar en el Giuseppe Meazza. A nuestro lado, las piernas de una amiga se movían a ritmo difícil de explicar.  Los comentaristas televisivos atacados de verborrea no paraban de hablar. El gol del Real Madrid en fuera de juego calentó los ánimos, se oyeron lamentos e insultos irrepetibles, ahogados por los gritos de ánimo “¡¡Atletiiii!!”.

Después de una primera parte claramente blanca y al poco de la reanudación, el referí pita un penalti a favor del Atlético. Lo lanza Griezmann. ¡Al larguero! A partir de ahí los rojiblancos dominaron, los de Zidane prácticamente no salieron de su campo. Y llegó el gol de Carrasco, rompiendo la red, como justo pago a la entregada afición colchonera.  Palmas, saltos, cánticos, abrazos, besos, síes… hasta cohetes estallaron. Eran nuestros.

Y el Madrid se quedó quieto todo el resto del partido (incluida la prorroga). Exhaustos y mortales. Y llegaron los penaltis, algo a lo que nadie, en la Peña, quería llegar. Ellos, a los que dábamos por muertos, no fallaron ninguno. Y de nuevo acabó todo de la misma manera.

Decía Eduardo Sotillos sobre Juanfran en Facebook  “Hay algo trágico, como de mártir gótico, en ese rostro de un hombre que echa sobre sí el peso de una derrota. Lástima que en los estadios, las nuevas catedrales, no haya vitrales”. Y como dijo otro amigo, Rafael Toledo, en la mentada red social “Soy del Atleti porque soy imperfecto y esta noche más”.

Mientras regresaba a casa las bocinas sonaban, los cohetes estallaban y las bocas gritaban “¡Hala Madrid!”.

Ya falta menos para que el destino nos sonría.

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