En Galicia les llaman «zapateiros» a quienes se ganan el pan sentados. Por esta tierras del Señor a esos mismos y a la considerada gente de feria, les llamaban «artistas». Ambos apelativos han sido sinónimo de hambre y docenas de hijos.
—Esta es mi nieta Angelines.
Angelines lleva una cinta amarilla en el pelo y dos velas como dos cirios pascuales colgando de la nariz.
—¡Qué guapa!
—Mucho… ¡Angelines saluda a la hermana Antonia y su nieto! ¿O es que no sabes saludar? Está aprendiendo a bailar fandangos con una vecina, ya lo hace muy bien. Si Dios quisiera…
La niña se va y el señor Persuasión, solícito, viejísimo, pequeño y educado le recoge a la parroquiana las piezas de vidriado. Dos ollas rojizas, una para que le pegue un asa, caída por el uso y la otra para que le tape con estaño un agujero en el fondo. El señor Persuasión arregla sartenes y todo tipo de menaje de cocina (metálico, eso sí), educado —nunca está de más reiterarlo— y con dulce pronunciación, siempre lleva el mismo jersey, grueso, pardo, con el cuello alto y lleno de agujeritos. El señor Persuasión tiene siempre el fuego encendido y con soldadores entre las brasas. Su esposa tiene la cabeza ladeada hacia un lado (no recuerdo cual) y lleva la mano apoyada en el mentón, como sujetando la testa, en un gesto que recuerda al Pensador de Rodin. Tienen siete hijos y son más pobres que un ratón, pero nunca han dado un ruido y mantienen su dignidad contra viento y marea.
—Las mejores guitarras son las de Santos Hernández, sin ningún lugar a dudas.
El maestro lleva un mandil de cuero hasta los pies y la cara negra. En las paredes hay carteles de toros y almanaques de años ignotos, con propaganda una casa de cartuchos para escopeta y decorados con láminas de mujeres pintadas por Romero de Torres. El cuartucho está hipermaculado, hay polvo negro de goma sobre todas y cada una de las superficies de la zapatería, incluido el zapatero. Se sienta en una silla bajísima, casi a ras de suelo. La mesa de trabajo es redonda, aún más baja que la silla. En el centro un herramental redondo y concéntrico al tablero de la mesa, divido en sectores, atiborrados de clavos, cuchillas, martillos, tenazas, etcétera. Hay millones de pares de zapatos metidos en estanterías.
El zapatero tiene un aire triste, atribulado y pensativo. Enseña a tocar la guitarra para acompañamiento flamenco. No sabe música y lo hace de oído y por cifra. Corta el material de las medias suelas con parsimonia y maña a cuchilladas largas y precisas y tiene un bote de pegamento Mastic lleno de chorreones.
Los objetos de barro, incluidas las tinajas, cuando se rajan se arreglan con unas lañas de alambre colocadas transversalmente a lo largo de la hendidura. El lañador se llama Cleofás y es forastero, ambulante, lleva siempre americana de dos botones y el pelo muy pegado al cráneo, como con fijador. Cuando llega al pueblo, salen las mujeres con los útiles de barro y el lañador los arregla. Corta unos trozos de alambre con los alicates, cose la herida y después mastica un poco de barro y lo extiende encima para que no se vean los puntos.
—Yo a los Ideales de la tabacalera les quito el papel, me echo el tabaco y la mano y los lio de nuevo con papel de arroz Bambú. Es mucho más higiénico, huele mejor y no se pone amarillo.
—Si me permite que le contradiga, servidor los deja con la envoltura que traen de la casa. El papel de los Ideales alimenta, ¿sabe usted?… ¿Por qué cree que los llaman «caldo de gallina»?
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