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sábado, 21 diciembre
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La muerte de Ambrosio Rondilla, por F. Navarro

linotipia

Ha muerto don Ambrosio Rondilla «industrial vinatero y poeta» según la elocuente necrológica que en «El Heraldo de la llanura» ha escrito Práxedes Muñoz Expósito, de cuarenta y dos años, natural de Manzanares, vecino de Tomelloso, soltero, acomplejado, con eterno olor a naftalina, frente descubierta y documento nacional de identidad setenta millones etcétera.

«El insigne vate Rondilla ha muerto rodeado por el calor de los suyos y reconfortado con los auxilios espirituales proporcionados por don José Padilla, párroco titular de La Asunción de Nuestra Señora y arcipreste de La Mancha Este, a la sazón» abunda Muñoz, el plumilla, en el panegírico.

Conviene aclarar que en la ciudad de Tomelloso existe una recoleta, cacofónica y con rima consonante plazoleta, llamada Plaza del Arcipreste, ya que la rectoral se encuentra en uno de sus cuatro lados. Los forasteros y los esnobs la llaman «Plaza del Arcipreste de Hita». Los esnobs son como un dolor de muelas a media noche, arramblan con todo y su pretenciosidad y condescendencia son más dañinas que una nube de piedra.

Con los forasteros hemos aprendido a convivir. El presbítero Padilla en sus atronadoras homilías nos alecciona y reconviene a que aflojemos el trato y el carácter con respecto a los de allende las tapias del pueblo:

—El que no tenga ningún ascendiente de fuera, que sea el primero en echar al forastero al pilón.

El director de «El Heraldo de la llanura» usa corbata de lazo, media melena siempre húmeda y rizada; se levanta de la siesta con los ojos hinchados. No creé en las redes sociales: para él la internet es el enemigo de la prensa escrita. «El Heraldo de la llanura» se edita en formato berliner, que es el que va entre medias del tabloide y la sábana. Al director del mentado y reiterado diario cuando se fue a servir al Rey, su abuela le reconvino:

—Tú, hermoso, ni de los de adelante ni de los de atrás, siempre de los del medio.

Y desde entonces lo usa como norma de vida.

El olor de la tinta de «El Heraldo de la llanura» recuerda el de las vendimias de antes, cuando toda la ciudad olía a mosto (sin embargo el «Canfali», editado en la vecina ciudad de Alcázar de San Juan, huele a carbonilla).

«…desde muy niño ayudó a su padre en la bodega y en las faenas agrícolas. Trabajó en un banco. Su preclara inteligencia, su entusiasta afán literario, su facilidad para la rima, pronto le granjearon significativos y merecidos galardones. La Flor Natural de Jódar en 1958, el primer premio del certamen literario “Curva de Ballesta” de Soria; la Cinta Dorada del concurso poético Villa de Alcoy y números e inacabables reconocimientos a su buen hacer poético».

El plumilla Muñoz huele a naftalina porque tiene los armarios llenos de bolas. Escribe con ordenador, directamente y sería feliz si su director abriese una cuenta de Twitter para el diario.

«Sus extraordinarias dotes humanas y literarias lo han hecho acreedor del afecto y admiración de todos quiénes lo conocíamos. Su nombre llegó a refulgir de gloría y a sonar como una oda en todos los oídos de la región ¡Que dios lo haya acogido en su seno!»

—Muy bien Práxedes, muy bien —el director siempre lo tutea a pesar de ser algo más joven—. Te digo yo que está muy bien escrito. El deseo de que dios lo acoja, en exclamación, es un final edificante, serio y a la altura del finado. Tenemos que darle al periodismo el tono que se merece.

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