Comienza recogiendo los frutos de la vid, de nuestras viñas, de todo un año cuidando con mimo cada cepa. De sol a sol que nos gusta decir.
Un año de labor sin más tregua que mirar al cielo con la encomienda a los santos, y al mismísimo Santísimo, desde el regazo de la Señora de la Viñas, para que mande agua, que no pedrisco, para que no hiele fuera de su tiempo y haga el calor en lo suyo. Un año de amaneceres y atardeceres doblando espalda a ras de pámpana y alzando los ojos como cerciorándose que sigue siendo bendito el sol en esta tierra.
Y se irá el otoño anunciando poda, poda más que de rutina, necesaria, poda que determinará la forma y el crecimiento de la madre de la uva…. poda que modelará y dará forma a tu ser y a mi persona.
Otoño dadivoso que empieza dando vida a espuertas y acaba entregándola, brazos en cruz, anhelando corte por donde estime el Viñador pertinente.
Tiempo de reorganizar labores y de soñar proyectos. Tiempo de largos paseos al sol de sobremesa. Tiempo de lectura pausada y sosegada; de manta sobre el regazo y de canción de Perales –José Luis Perales, si se me permite-.
Viene el otoño refrescando un día, picando el membrillo otro, y otro… otro lloviendo… ¡ojalá lloviera!… Lloviera despacio, suave, como temiendo besar el suelo pero empapando la tierra.