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viernes, 20 diciembre
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Premio Local de Poesía “Ángel López Martínez” 2013

JURADO

PRESIDENTA

Dña. Mª DOLORES CORONADO GONZÁLEZ

Concejal de Cultura del Ayuntamiento de Tomelloso

VOCALES

D. JESÚS GARCÍA LORENZO (Urceloy)

Poeta

D. JOSÉ ESTEBAN GONZALO

Poeta

D. FÉLIX GRANDE LARA

Poeta

D. LUIS ALBERTO DE CUENCA PRADO

Poeta

SECRETARIA

Dña. VICTORIA BOLÓS MONTERO

Jefe del Departamento de Servicios Culturales del Ayuntamiento de Tomelloso

Examinados los trabajos presentados, el Jurado por UNANIMIDAD acuerda conceder el

PREMIO LOCAL DE POESÍA«Ángel López Martínez»,

dotado con 1.000 Euros y Diploma a:

D. JOSÉ ANTONIO JAREÑO NAVARRO

de Tomelloso

por su obra titulada :

» PERDIDA LA ESPERANZA«

[divide]

Perdida la esperanza

Nació en el espacio infinito
amplio y dilatado de la mancha.
Fue una tarde de abriles sementeras,
había ya amapolas
resaltando entre verdores,
por la vasta llanura.

Sin fronteras.
Sus ojos se llenaron de horizontes,
sus pulmones, su alma a olor a tierra,
aprendió a acariciar espinas rastrojeras,
aprendió a escuchar
el eco imperceptible del silencio
en las horas sagradas de la siesta.

Su infancia fue forjada
en soles de justicia,
sus manos pedernales.
Cuántas veces
se juntaron a horas,
su juventud, un eslogan
de Sanchos y Quijotes
su gente, gaviotas
que nunca han visto el mar.

Llegó el primer después;
esposa, hijos, trabajo, amigos,
anchura difícil de abarcar el pensamiento,
soledad que no da cobijo a soledades,
tierra madre, austera, pero siempre madre,
lamiendo en el silencio los pesares.

Dolores y fechas ya tachadas,
el sol despidiéndose en las tardes,
noches de estrellas y luna engalanada,
por fin sus párpados se abrirán
inundados de luz y de alboradas.

Aire, espacio, libertad,
tesoro incalculable,
el pitillo, el vino, la charla dominguera
de la plaza, en la callada tarde.

Por la calle amplia
el entierro del amigo, el hermano Juan,
sacaron el féretro atravesado
por una sola hoja,
¡tan ancha era la portada!.

Su casa cal, en la alacena
estallando de justicia
entre los mimbres,
el pan
merecido de la cena.

Se impregnó de sudores y de afanes
se hizo seco, enjuto, por no ocupar más sitio
de lo que tanto quiso,
sus grandes extensiones.
Pero una tarde de otoño desvalido
encerró su alma en el desván
y marchó a la ciudad,
con un puñado de tierra en el bolsillo.

Viajero amargo,
su mirada dura se pierde por el sur,
sin embargo, empapa de dulzura la distancia,
un suspiro de congoja queda
oculto en el secreto del viento y el silencio.

Como una golondrina privada
de vieja chimenea y de campanario,
sólo ve cosas sin alma,
luces engañosas, neón frío,
inmisericorde escarcha.

Camina entre la gente,
y su mirada busca desesperadamente
un amigo del surco y de la infancia.
En el parque cercano
que a la ciudad rechaza,
entre el sol, la hierba y los insectos,
las viejas semejanzas
busca avariciosa sin remedio,
alimento, su desnutrida alma.
En un cuartucho oscuro
estéril de nostalgias,
en el camastro viejo
de muelles que no cantan
pasas noches eternas,
hablando con la almohada,
a veces los recuerdos
que tan celoso guarda,
se marchan con el viento
como palomas blancas.

Así pasan las horas,
los días, los años pasan,
una tarde de otoño, como el de su llegada,
marcha definitiva
de manos de la parca.
El último después
y ya, no queda nada.

En un nicho cualquiera,
con número de sala,
con un triste epitafio de serie
gravado en la tapa,
iniciado el camino del olvido
su cuerpo ya descansa.

Allá en el viejo pueblo,
las cosas que él amaba,
quedó la vieja calle
que apuntaba hacia el alba,
aquel camino largo
y la vereda parda
dormidos para siempre por la tarde,
perdida para siempre la esperanza

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