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jueves, 21 noviembre
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En cada mano, la vida, por Inés M. Losa Lara

La mirada, la sonrisa, las manos… Ese trío que, ya juntas, ya  separadas, dicen tanto de cada  uno que juntas son sinfónicas y, por separado, juegan a ser solistas. Sinfónicas, dando lugar a la espectacular melodía que acompaña a la persona. Y solistas que, sin ánimo de pisarse terreno, se multiplican por tres si hiciera falta, para que no se note la ausencia de ninguna.

Manos que miran y sonríen.

Sonrisa que acaricia y mira.

Mirada que sonríe y acaricia.

Hoy me fijo en unas manos, y no en cualquiera manos, son manos arrugadas, y más que arrugadas, asurcadas, pues dícese de las que tienen surcos o hendiduras, que no son más que señales del paso de la vida sobre la vida misma.

Éstas son manos cuyos surcos atesoran recuerdos de una mente, quizá  igual demasiado caprichosa. Mente qué fue dejándolos escapar sin haber previsto hilo del que un día poder tirar y volverlos a recuperar. Recuerdos de los que, menos mal, el corazón aún conserva  copia original y manuscrita. Recuerdos que duermen en paz hasta que llegue el día de su despertar.

Éstas son manos que acarician, manos que cuidan, manos que criaron familia, manos que curaron heridas. Manos que sanaron y que sanan. Manos que agarran y manos que acogen. Manos abiertas y manos que se aferran. Manos que dieron pan y manos rendidas a dejarse alimentar.

Manos que aplauden y manos temblorosas.

Manos que pintan, manos que escriben, manos que colocan y recolocan piezas.

Manos que se entrelazan, manos que sellaron pactos, manos que estrechan lazos.

Manos que hablan cuando los labios ya no aciertan a encontrar palabras.

Manos que palpan cuando los ojos ya no atinan a entender de formas.

En cada mano una historia, y cada historia en unos surcos.

Cada mano, una sonrisa. Cada mano, una mirada. Escrita en unas manos, toda la vida.

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