El dolor verdadero jamás es público, ese dolor que se expresa de espaldas a los testigos curiosos e impertinentes.
Te inventas una mujer, la describes en cuatro líneas, le ideas una historia en tu cabeza, te enamoras de ella. Piensas que te rechazará, tu amor no es correspondido, le haces malvivir, o peor aún, haces trizas la hoja en dónde le has dado la vida. Emburuñas su existencia arrojándola a la basura. Quizás eso sea el arte.
—¿Te acuerdas de cómo olía la casa de Alicia?
—Sí. Pero no quiero.
Salimos a la calle, hace frío. Pienso que cuando pasemos a algún sitio se me van a empañar las gafas, no llevo pañuelo, siempre los pierdo… otras veces encuentro, pero no los cojo. Podría ser de un tísico y que el moquero estuviese minado por el bacilo de Koch; nunca se sabe. Un perrillo levanta la pata y sanjuana una acacia, lo ignoramos, él también a nosotros. Las acacias son másonicas, lo oí en algún sitio.
—¿Y de cómo olía ella, Alicia, te acuerdas?
—A sudor. Pero a un sudor que olía bien, fresco, como la colonia de Nenuco… Pero no quiero acordarme.
En un cruce se insultan dos conductores, pero sin muchas ganas. Se dicen tonto, cabrón y cegato; sin ímpetu, ni aliciente. La gente se conoce que ya no tiene ganas ni de reñir. Antes se pegaban más. La mala leche necesita ser compartida, descargarla; a tortazos, o transmitiéndola por mil medios. La alegría no: es onanista y se lleva a solas como las úlceras, el dolor de muelas y los granos en el trasero.
—¿Y de Pablo, aquel que nos daba clases de contabilidad y se puso peluquín?
—Sí, me acuerdo.
—A Constantino le decía Constante, ¿te acuerdas?
—Sí…
Por la calle pasea gente en chándal: matrimonios, grupos de mujeres solas, algún virulo con gorro de lana. Todos llevan auriculares y el pantalón ceñido. En la puerta de la emisora de radio —y televisión—, una pantalla con números rojos, digitales, formados por puntos, con una tipografía que parece la idea que teníamos del futuro, indica que la temperatura está por debajo de cero. Si eso fuese posible. El concepto de número real. Descartes, Newton, Leibniz, Euler, Lagrange, Gauss, Riemann, Cauchy y Weierstrass.
—¿Y del Mencey?
—La perla negra.
—¿Y de aquella tan fea que fumaba Habanos?
—También.
La historia contemporánea es muy confusa y tratamos de desvelarla a fuerza de paseos. Pero ninguno sabemos hacerlo, nos ponemos a desentrañar recuerdos inanes, anécdotas flojas y algún que otro muerto: ya va habiendo. Esto de escribir es un mal oficio. Te inventas una mujer y solo porque crees que no te va a corresponder acaba en la papelera, enterrada entre jirones de historias y sin el consuelo de recibir una palada de tierra fresca y paciente del camposanto.
Esto de escribir es mala cosa, hay que llegar más allá de las puertas de la mentira.