Las ideas políticas tienen su propia temperatura. Hay conceptos políticos calientes que queman la boca y posiciones políticas frías que hielan el corazón. En política se da una combinación aleatoria de pasión y razón, y alternancias de predominio según escenarios o coyunturas. El buen debate político es difícil porque implica un esfuerzo por clarificar razones, sentimientos y afectos que, especialmente en momentos de excepción, pocos están dispuestos a realizar. Y en este momento, en España, asistimos a una pugna entre patriotas y cierto tipo de nacionalistas que valdría la pena desenredar políticamente. ¿Dónde reside la diferencia entre unos y otros?
Comencemos por diferenciar entre patriotismo y nacionalismo o, si se prefiere, entre qué significa ser patriota y qué implica ser nacionalista. Patria es un concepto político caliente que moviliza el amor de pertenencia a una comunidad de sentido específica. Nuestra patria no tiene por qué adscribirse a una frontera definida, no es solo un territorio en el que compartimos lengua, costumbres o tradiciones. La patria es el lugar en el que somos ciudadanos libres e iguales compartiendo el orgullo de serlo a nuestra manera. En nuestro caso, ser patriotas nos constituye y define no solo como españoles, sino como ciudadanos españoles. Distintamente, la idea de nación nace vinculada a una unificación jurídica, legislativa y administrativa de carácter impersonal. La nación es, sobre todo, Estado-nación que agrupa, legisla y pide o exige adhesión a unos sujetos a los que no interpela. El amor a la patria es una elección y una posición política; la nación puede reducirse a legislación de la política y gestión de intereses diversos. En conclusión, entre patriotismo y nacionalismo media una valoración asimétrica de la libertad individual y colectiva. Para un patriota, la libertad de la patria es la condición de posibilidad de la libertad individual; para un nacionalista, la libertad está sometida al “interés nacional”, incluso cuando éste represente claramente los intereses de una minoría poco o nada preocupada por el bien común.
Los clásicos definían el amor político del patriotismo como una convicción de la necesidad de la libertad y de la defensade las instituciones que la hacen posible. Una libertad compartida como base de la igualdad y la justicia social para todas las personas que conviven en sociedad. Por tanto, patriota es quien defendiendo la libertad y el derecho colectivo frente a cualquier tipo de tiranía defiende su propia libertad. La patria es la garantía de la soberanía popular y la afirmación de la autonomía personal. La gramática del patriotismo expresa la amistad para con los conciudadanos, sean como sean y piensen lo que piensen, y el deseo de que nadie sea oprimido, explotado o excluido de la comunidad política y del bien común. El patriota habla de democracia, o si se prefiere, habla democracia.
En contraposición, el lenguaje del nacionalismo, sobre todo aquel que tiende a identificar el Estado con el espíritu unificado de un pueblo único, homogéneo culturalmente y puro étnicamente, se expresa en binario: ellos/nosotros. El nacionalismo alude a una pureza que es simple eliminación de las diferencias por negación de aquellos a quiénes clasifica como malos, peligrosos, prescindibles. No obstante, como decía el John Wilkins de Borges, no existe clasificación posible del universo que no sea arbitraria y conjetural. Y ello porque ni siquiera sabemos a ciencia cierta qué cosa es el universo y cabría sospechar, incluso, de si existe un universo en el sentido orgánico y unificador que destila esa palabra. Algo parecido acontece en las arbitrarias y caprichosas clasificaciones y rangos propias del nacionalismo. Quizás la preminencia étnica, racial o de genero que defiende es solo otra cortada para dar continuidad a la dominación y explotación de unos sobre otros. El nacionalismo intenta disimular su fría lógica de cálculo estatal camuflándose en ardientes apelaciones a un sentimiento nacional.
¿Qué clase de amor a la patria practican los discursos nacionalistas excluyentes? ¿Se trata de amor a España o más bien preocupación por sus propios intereses, que identifican con una España que consideran de su propiedad? La respuesta a estas preguntas requiere de una nueva categoría que agrupe a los partidos que he definido como hijos putativos de Aznar: nacionalistas del dinero. Nacionalistas escandalizados ante la supuesta pérdida de identidad o de valores culturales esenciales, pero que en realidad están preocupados por la pérdida de su poder e influencia. Nacionalistas del dinero que cacarean su orgullo nacional, pero demuestran su falta de patriotismo callando tanto ante la corrupción de su país como ante la desigualdad económica y política de sus conciudadanos. No, definitivamente no son patriotas. Por eso sus ideas nos hielan el corazón.