Cuando se acerca la Navidad algunas veces nieva. Otras no. Tiene que ver con la altura del terreno, según me explicó en un viaje a Madrid un compañero de trabajo.
—No tenemos altura para que las precipitaciones lo hagan en forma de nieve. —dijo, axiomáticamente y se remojó después el labio de abajo disimuladamente.
Aparte de lo de la altitud, mi colega sabía unas cuantas cosas. Escasas, pero bien aprendidas y muy atinadas para casi todas las discusiones. Vamos al fin del mundo de cabeza si seguimos matando moscas con sprais; Dios es bueno pero la Iglesia no; los aditivos de los refrescos de naranja y de las patatas onduladas pueden provocar la muerte; la necesidad crea el ingenio y la graduación anual de la vista es la más dañina forma de la obsolescencia programada.
Cuando principian los empleados municipales a colocar los arcos y las guirnaldas en las carriladas, a un servidor le empieza a invadir una melancolía muy aparente. El verde y rojo de los adornos hace que el ánimo tropiece y caiga y ande uno más cabizbajo que de costumbre. Los villancicos aprietan el chaleco, los polvorones ensombrecen el ánimo, el turrón blando arruga el ceño y el mazapán… de Toledo.
En el ochenta y tantos —cuando fui con mi conmilitón a Madrid— no nevaba. Ni llovía. En esta tierra, cada tanto viene una sequía que hace que se agosten hasta los llamadores de las puertas. Lustros enteros sin caer una gota. Como en una interminable película de Leone solo hay polvo, malosvecinos (que son esas hierbas que ruedan) y mala leche. En esa época, los vecinos de Alcáraz, que es un pueblo de Albacete bastante apañado y renacentista, nombraron una comisión para que fuese al Santuario de la Virgen de Cortes. Está al lado del pueblo y alberga una talla románica de la Virgen, muy milagrosa y de mucha devoción en La Mancha. Le fueron a pedir al cabildo que les dejasen sacar a la Madre de Dios en rogativa para ver si traía la lluvia. El padre Amador les dijo:
—A la Virgen la podéis sacar si queréis ¡cómo no!… Ahora, para llover no está.
El padre Amador era de Bienservida, que está en la linde con Jaén y entendía de tiempo a raíz de que su padre se dedicase a las cabañuelas y a observar la salida del sol a diario durante todos los días de su vida. Se conoce que las gracias se transmiten. A la Virgen de Cortes, van andando peregrinos de toda La Mancha, también de Tomelloso.
En Madrid nos invitó a comer en un salón de bodas de Cuatro Caminos la compañía que nos pagaba el jornal. Nos aleccionaron sobre la filosofía empresarial, nos dieron un bolígrafo de acero inoxidable y la tarde libre. Mi compañero quería ver los puestos de la Plaza Mayor, y allá que te vamos, en metro hasta la Puerta del Sol y después andando hasta la plaza. Pasamos la tarde como Chencho, entre tenderetes de figuritas, matasuegras y espumillón, mientras los demás continuaban la juerga.
—La tradición de los belenes viene de San Francisco de Asís.
—A mí me lo vas a contar…
La apoteosis del estado de ánimo macoco que infunde la navidad en un servidor llega en Nochebuena. Inexorablemente las andanzas de George Bailey por Bedford Falls y por Poterville me producen un mar de lágrimas.
¡Qué bien se llora con “Qué bello es vivir”!