Nuestra sociedad y con ella el concepto de familia, ha evolucionado a lo largo de los tiempos. Esta transformación se refleja en los núcleos familiares donde, actualmente, tienen cabida parejas de hecho, familias clásicas, monoparentales, etc. También han cambiado los conceptos de matrimonio y divorcio en función de la cultura, la edad, los valores individuales y grupales y, en general, de la aparición de nuevas necesidades en las personas. Todo esto no queda reducido a cuestiones teóricas, ya que la gestión que se haga de la separación y de los posibles conflictos entre los padres, se transmitirá a los hijos de forma negativa, o bien, constructivamente si la situación se maneja adecuadamente.
Algunas de las preguntas más frecuentes que suele hacerse una pareja que toma la decisión de separarse es ¿cómo afectará esto a mis hijos?, ¿será un daño irreversible?, ¿qué es preferible para el bienestar psíquico del niño, un divorcio bien manejado o un matrimonio que no funciona y en el que los papás son infelices y lo muestran día a día? ¿Cuál de las dos situaciones puede hacer más daño a los menores? Para los niños, ser partícipe directa o indirectamente de una situación de divorcio mal manejada, generalmente representa una “huella” negativa en su biografía emocional. Adultos que acuden a nuestra consulta describen esta realidad y relatan cómo, de pequeños, les afectaron situaciones de conflicto que vivieron de primera mano en la separación de sus padres, o la manera en que se convirtieron en intermediarios directos entre los adultos. Pero también representa mucha tristeza recordar la convivencia con unos padres que no fueron felices juntos y no supieron o fueron capaces de poner fin a una relación que no funcionaba.
En las últimas décadas, por distintos factores, la gente se casa menos y se divorcia más. A pesar de que la mentalidad de la sociedad es más abierta en este sentido, siguen existiendo muchos prejuicios respecto al divorcio ya que para muchas personas sigue representando un fracaso e incluso algo de lo que avergonzarse. La cuestión es que si los adultos no terminan de superar estos prejuicios ¿cómo se puede esperar que los niños lo hagan y afronten la situación de manera adecuada? El primer concepto que debemos transmitir a los menores es que, en algunas familias, independientemente de su clase social, país de origen, edad de los padres, etc. puede producirse una separación y eso, significa que habrá que reestructurar la situación y que la familia adoptará ahora una nueva forma. Con el divorcio concluye el matrimonio, pero no la familia. Todos los seres humanos necesitan tener “un sentido de pertenencia”, es decir, saber que existe un lugar para ellos. Para los niños este lugar está en el hogar con sus padres. Con la situación de divorcio pueden sentir que “su lugar” se desvanece y necesitan, más que nunca, que los adultos más cercanos les recuerden que pese a que las cosas van a cambiar, siempre les van a seguir cuidando y queriendo y eso, bajo ningún concepto, va a cambiar. Los niños deben entender que el amor hacia ellos es independiente de la relación de pareja.
Para que el proceso de separación transcurra lo mejor posible para todos, los adultos deben hacer el ejercicio de manejar sus propias emociones, la relación con el otro ceonyuge y transmitir orden y control. Como padres, el primer paso que hay que dar es perdonarse por la decisión que se ha tomado, entender que uno tiene derecho a equivocarse, a darse cuenta de que su matrimonio no funcionaba y darse la oportunidad de rectificar y aprender de los errores. La realidad nos muestra que las relaciones no siempre funcionan, surgen conflictos entre las parejas, algunas situaciones solucionables y otras irreconciliables. Hay que dejar de culpabilizarse y de buscar culpables para empezar a elaborar el duelo por la ruptura. Entonces será posible afrontar esta nueva etapa con cierta incertidumbre, pero al mismo tiempo con esperanza, sin juzgarse por las propias reacciones o sentimientos e intentando aprender de la experiencia. En ocasiones, este proceso de duelo se bloquea y es el momento de pedir ayuda. Hay que adoptar una postura activa, no conformarse con lo que venga. El entorno está lleno de personas que quieren ayudar, familiares, amigos, compañeros de trabajo, etc. y profesionales preparados para tenderle una mano y ayudarle a reestructurar este capítulo de su vida y de la de sus hijos.
Lo cierto es que el divorcio es algo muy triste. Cuando una adulto tiene que transmitir a un niño la noticia conviene hacerlo con mucho tacto, en función de lo que pueda entender según su edad y nivel de comprensión, no es lo mismo hablar con un niño de cinco años que con un adolescente, por ejemplo. Hay que tener en cuenta las expectativas que ponemos sobre los niños, ya que veces se les exige que piensen, sientan y actúen como lo haría un adulto cuando, biológicamente, su cerebro no está preparado para ello, ni siquiera el de un adolescente. Los niños, son niños y deben ser atendidos por los adultos que están a su cargo y nunca invertir los papeles. Aunque a veces no resulte fácil, los padres y principales figuras de referencia deben estar preparados para saber abordar las reacciones de los menores. A lo largo del proceso pueden surgir una serie de respuestas esperables como negar los hechos, enfadarse con sus padres o responsabilizarles, sentirse profundamente culpables por la separación de los papás, estar desesperanzados, etc. También se pueden ver alteradas las rutinas de sueño, alimentación, estudios, etc. y pueden surgir reacciones emocionales intensas como rabia, ira e incluso agresividad. Fruto de todo esto aparecerán interpretaciones erróneas de la situación del tipo -como papá y mamá siempre discutían por mi, yo soy el culpable de que se separen, -si ellos han dejado de quererse también pueden dejar de quererme a mí, si hago algo mal o me porto mejor puedo conseguir que vuelvan a estar juntos, que puede afectar negativamente a la autoestima de los menores. Además los niños siempre van a intentar complacer a sus dos padres y, muy probablemente, les van a surgir conflictos sobre cómo conseguir que ambos estén contentos con él o ella. Esto puede representar una sobrecarga para los menores que debe ser aboradada explícitamente para liberarles de ella. Es necesario hablar con los hijos, preguntar cómo se sienten y qué piensan sin dar nada por supuesto, revisar sus reacciones y preguntas, estar disponibles y atentos a sus señales, ayudarles a adaptarse a los cambios de su nueva vida, acompañarles en esta nueva etapa con comprensión y paciencia, promover su autonomía y hacerles sentirse mayores e importantes en el funcionamiento de su casa, pero sin sobrecargarles de tareas propias de adultos. Si hay más de un hijo, fomentar el apoyo entre hermanos. Los padres tienen que animarles a disfrutar con el otro (papá o mamá) y a fortalecer su relación con este. Ambos deben ser coherentes y estar de acuerdo en las normas y los límites (horarios, salidas, paga semanal, etc.) para fomentar la sensación de seguridad en los hijos. Los adultos han de cuidar que los mensajes que transmiten a los hijos sean claros y coherentes, lo ideal es ‘predicar con el ejemplo”, es decir, que los adultos transmitan a partir de su comportamiento que, poco a poco, todo va a ir reconduciéndose.