Es extraño el día en que la palabra estrés no ronde nuestros oídos. Y es que la misma ha pasado a formar parte de nuestro vocabulario habitual. Muchas personas la usan para expresar sus problemas o situaciones de mal estar mientras que otros la utilizan como una demanda de ayuda. Sin embargo, todas las personas que dicen estar estresadas ¿realmente lo están?
Psicológicamente hablando, se hace referencia al estrés cuando una persona percibe que las demandas de su entorno o los retos que se ha impuesto superan sus capacidades para afrontarlos con cierto nivel de éxito. Y, obviamente, esta situación pone en peligro su estabilidad emocional. Si adoptamos esta perspectiva podremos comprender que realmente muchas de las situaciones que calificamos como estresantes, no lo son en realidad. Es decir, podríamos calificarlas como pesadas, laboriosas o incluso indeseadas y agobiantes pero no estresantes.
De hecho, en la Ciencia Psicológica se ha realizado una distinción que divide el estrés en dos grandes tipologías: el distrés y el eustrés.
El distrés es el aspecto negativo del estrés, cuando sentimos que no podemos hacerle frente a determinada situación ya que estamos desbordados por sus demandas.
Por otra parte, el eustrés sería el estrés positivo, es decir, aquel que nos permite adaptarnos a los cambios y reaccionar rápidamente y con mayor fuerza ante los problemas y peligros que debemos enfrentar. Sería una especie de actitud innata de lucha/huida que hemos adquirido de nuestros lejanos antepasados y que no solo ha ayudado a perpetuar la especie sino que nos permite dar el 110% de nosotros mismos en determinadas tareas.
Por ejemplo, numerosos estudios han demostrado que funcionamos mejor cuando tenemos fechas límite. Esto sucede porque percibimos una “amenaza” del medio y nos activamos para responder ante la misma. En nuestro cerebro tienen lugar una serie de cambios que nos permiten estar más alertas y vemos con muchísima más claridad las cosas. Este estado de excitación positiva se denomina eustrés y nos permite quedarnos trabajando hasta tarde en la noche sin sentirnos cansados sino dando el máximo de nosotros mismos. Normalmente, una vez que hemos terminado la tarea, pasamos a nuestro estado “normal”, nos “desconectamos” sin mayores contratiempos.
No obstante, cuando el eustrés se mantiene a lo largo del tiempo puede dar lugar al distrés y aparecen consecuencias negativas para nuestra salud. Tanto es así que se afirma que el 75% de las consultas médicas que se realizan tienen como causa directa o indirecta el estrés.
El hecho de que pasemos días, semanas e incluso meses en este estado de excitación permanente termina minando nuestras defensas, tanto en el orden psíquico como físico. No sólo comenzamos a manifestar insomnio, irritabilidad, depresión, ansiedad, sentimientos de desesperanza y pérdida de control así como problemas de memoria y atención sino que podemos experimentar presión alta, aumento de la frecuencia cardiaca, irritación gástrica, disminución de las defensas naturales del organismo y un incremento de la liberación de triglicéridos y colesterol en plasma.
Para comprender el mecanismo del estrés basta con imaginar una motor que funciona al 110% de su capacidad. Puede ser que los primeros días resista pero tarde o temprano comenzará a presentar fallas hasta que llega el punto en que se rompe. Sin embargo, el principal problema no es el distrés en sí mismo sino nuestra incapacidad para reconocer sus primeras señales y detenerlo a tiempo. Por ello es fundamental detectar cuáles son las causas del estrés y trabajar en las mismas para eliminarlas de raíz.
Las cinco causas del estrés diario
- No saber desconectarse de los problemas. Las dificultades del trabajo deben quedar en la oficina y las del hogar en la casa. Si nos pasamos todo el día pensando en un problema este terminará por agobiarnos, disminuirá nuestra eficacia y la consecuencia directa será el distrés. Por supuesto, es algo difícil de conseguir pero con un poco de disciplina mental se puede conseguir.
- Postergar la toma de decisiones. Dejar para mañana lo que puedes hacer hoy es una estrategia que se comporta como la espada de Damocles, permanentemente encima de nuestras cabezas. Si has tomado una decisión, cuanto antes la pongas en práctica mejor será. Así evitas que se acumulen las tareas y los problemas.
- No jerarquizar. El tiempo no es elástico, el día tiene 24 horas y de ellas debemos usar algunas para dormir. Por ende, no emplees tu tiempo en las tareas que no tienen importancia. Aprender a jerarquizar tus prioridades es la base para eliminar el distrés. Así al final del día no tendrás esa odiosa sensación de no haber hecho nada. Además, recuerda que deberás aprender a decir “no” y a comprometerte solo con aquellos compromisos que realmente puedes cumplir.
- Asumir una actitud pasiva. Te preocupas más de lo que te ocupas; es decir, pasamos demasiado tiempo preocupándonos por un hecho y sus consecuencias en vez de emplear esas horas en buscar una solución y ponerla en práctica. La actitud proactiva es esencial para combatir el distrés.
- No compartir los sentimientos y problemas. Hablar es sumamente catártico por ello, expresar lo que sentimos y compartir nuestros problemas nos ayudará a sentirnos mucho mejor. Además, aquí se aplica la idea de que “dos cabezas piensan mejor que una”. En muchas ocasiones hablar sobre los problemas es la mejor forma para encontrar una solución ya que se abrirán nuevas perspectivas.