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martes, 24 diciembre
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Juicios de valor, por F. Navarro

derby

El amor es lo que queda dentro cuando cierras la puerta de casa; tras la pasión, el odio, los celos y el rencor, ese sentimiento que permanece cuando miras tiérnamente a los ojos a la mujer que lleva contigo toda la vida —o todas las vidas—, eso es el amor.

Dicho, el párrafo anterior, como equilibrio y complemento  y sin ánimo de nada —bien lo sabes, complaciente lector—.

La gente, sobre todo en las medio ciudades manchegas, se aburre. Se buscan entretenimientos con los que calmar el hastío. Si trabajas en el Ayuntamiento, pongo por caso, una buena forma de combatir el tedio es martirizando contribuyentes, o administrandos, como se decía no hace tanto. Imaginemos que trabajas en el registro. Noble actividad, por otra parte. Una forma de muy entretenida de pasar las ocho horas consiste en que cuando el ciudadano de turno te lleva una instancia, oficio, o documento de cualquier tipo para que le des entrada, lo mires de arriba a abajo, con cara de asco y sin contestar a su saludo. Es entretenidísimo ver las expresiones de los colistas, te hace llevar la jornada laboral mucho mejor.

—¿Y eso qué tiene que ver con el amor?

—Nada, pero para registrarle la factura, me va a sacar usted un tique de la máquina y a hacer cola como dios manda, ¿pues qué se ha creído?

Otra forma muy entretenida de combatir la pesadez de los interminables e inanes días mesetarios es criticar. Sin ton ni son. Por ejemplo, estás en un café con unos amigos —o conocidos— y entra un señor que ha fracasado en los negocios, le ha dejado la mujer y, para colmo, se peina con la raya en medio. El hombre se toma su consumición, la paga y se va. Y deja un rato de solaz  a la concurrencia.

—Ha tenido que cerrar y no le ha pagado a nadie.

Torre de Gazate Airén

—Y la mujer le ha puesto lo cuernos.

—Si es que, de los de la raya en medio no me guardes la simiente.

La gente, que ya dijimos que se aburría, hace juicios de valor con denuedo. Sin maldad, solo por pasar el rato.

Una noche aburrida, mientras le llenaba el depósito a un camión, me entretenía contemplando la luz de una moto que venía en nuestra dirección. De pronto desapareció el resplandor.

—He visto la luz de una moto de subir y no la he visto de bajar.

—No seas cachondo.

El camionero, una vez repostado, continúo su ruta por la carretera por la que minutos antes evolucionaba hacia nosotros la motocicleta. Paró de golpe, gritándome al rato:

—¡Llama al 112 qué hay un motorista en la cuneta!

Uno de los personajes más peculiares de nuestra ciudad había tenido un pequeño percance a consecuencia de la ingesta de uvas pisadas. Los de la UVI móvil, con gran aparato de sirenas, luces destellantes, chalecos reflectantes y férulas de plástico, atendieron al zángano, fijándose uno de ellos, en la marca de la moto. Una Derbi Antorcha.

—Estos de las Derbis, tarde o temprano la acaban armando.

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