El sábado por la noche estuvimos de cena. Una especial. Muy especial. Treintaicinco años después nos volvimos a reunir los que terminamos la EGB en 1978… Regreso al pasado.
El Facebook hizo de condensador del fluzo. ¿Qué que es el condensador de fluzo? Pues es —desinformado lector— el componente principal de la máquina del tiempo inventada por el doctor Emmett Brown en “Regreso al futuro”.
Un mensaje en la mentada red social (a la que solo por eso, uno aprecia algo más) de una compañera de clase, que localizó a este que escribe a través de ella, cuestionaba si estaría interesado en asistir tal día a una cena de condiscípulos de la promoción de 1978 del colegio José Antonio de Tomelloso. Ahí era nada. Tardé algo menos de un segundo en contestar sí. Y así lo escribimos:
“Treintaicinco años después recibimos una invitación para asistir a una cena de compañeros de clase. Los que acabamos octavo en 1978. La recibo por Facebook. Inopinadamente las redes sociales sirven para algo más que para chafardear —que es un eufemismo de bacinear—. Hagamos memoria. Eran tiempos felices, sobre todo porque éramos jóvenes. Niños más bien, pero no lo sabíamos. Éramos los dueños del patio. Gastábamos camisas caquis y, quien podía, gafas de sol de piloto, con los cristales verdes y la montura dorada. Jugábamos al balonmano y el mundo nos esperaba entero para nosotros. Estábamos en lo más alto: éramos los de octavo”.
Luego vinieron unas semanas de dudas. Recuerdos, anécdotas, evocaciones… incluso nostalgia. Salvo Mari Carmen, casi todo el mundo me señalaba que no era buena idea asistir a una regresión de ese tipo. Los años no pasan en balde, aseguraban esos oráculos. Pero bueno, no teníamos nada que perder. Uno en su época escolar tendía a difuminarse en el gris y a pasar desapercibido: con poco que hiciese destacaría. Además, aunque esté feo decirlo, conservo todo mi pelo.
A medida que los días pasaban los nervios aumentaban: «¿Qué habrá sido de Fulanito?» «¿Seguirá tan guapa Menganita?»… La memoria —como bien sabes preciso lector— es fuente de recuerdos y a uno se le vuelven añorantes los sentimientos cuando se acuerda de aquel tiempo. «¿Irá fulano, aquel del buril?». «¿Vendrá C desde su pueblo?»…
El caso es que llegó el día y salimos a batirnos el cobre con la cena y nuestro pasado armados de recuerdos y de un notebook con música de entonces como munición. Uno, que con los años se va pareciendo cada vez más a Funes el memorioso, es capaz de recordar lo que desayunaba JJ en quinto y un gran número de las piezas que sonaron en la fiesta de fin de EGB.
Y allí estaban, más de tres décadas de recuerdos, caras, anhelos, risas, emociones, amores, sentimientos, llantos, pasiones, odios, esperanzas, suspiros, deseos, ilusiones, frustraciones y alegrías. Treinta y cinco años de golpe y en una sola dosis, ¿alguien puede dar más? Las ganas de hablar (después de tantos años) hicieron que la música preparada apenas se oyese. La conversación es la mejor música posible cuando las notas son los recuerdos.
Resultó genial —¿Quién teme al pasado cuando este se ha mimetizado con el paisaje?—, nada que ver con esas manidas películas yanquis y las prevenciones precitadas. Uno descubrió personas que no conocía a pesar del tiempo pasado con ellas, otras por las que el tiempo no ha pasado, conversaciones deliciosas, recuerdos matizados. Encontré gente valiente que le ha retorcido el brazo a la vida, como si tal cosa.
La cosa se fue alargando y los más recalcitrantes acabamos desayunando churros con el sol fuera. Fue un lujo y, sobre todo, una delicia compartir unas horas (pocas, es cierto) con las personas con las que pasé el final de mi infancia. Por poner alguna pega, como hijos de nuestra generación y a pesar de haber ido a un colegio mixto, nos colocamos las chicas con las chicas y los chicos con los chicos. Nunca acabaré de dar las gracias a los organizadores por una velada fantástica… a ver si la para la próxima no hay que esperar otros treintaicinco años. Y nos mezclamos.