Uno —modestamente, como no podría ser de otra manera—, viene insistiendo desde hace tiempo de lo perjudicial que es la caída de la pámpana para la materia gris. Con el declive de las hojas, las ideas se despendolan y no hay quien las sujete. Debe ser algo arcaico, una de esas cosas que no evolucionan, algún recuerdo de cuando éramos salvajes, como la berrea del ciervo.
No es que nos vayamos a meter ahora, a la vejez, a dar consejos o hacer proselitismo dominguero de nada. No. Allá cada cual con lo que hace, que todos somos grandes y tenemos pubes pilosos.
En el otoño, en estas fechas del remate de vendimia, uno tiene la manía de enunciar propósitos, como si de un año nuevo se tratare. Como un revolucionario del Directorio —por cierto, de no haber sido por Napoleón, hoy nuestros vecinos estarían en el día del heliotropo del mes de brumario—, se conoce. O a lo mejor es el pelo de la dehesa, indeleble en la corteza de este juntaletras. Tras la cosecha todo empieza de nuevo, se pone a cero el contador y el año comienza en octubre ¿qué te creías urbano lector?
Este domingo la casa huele a membrillos. No es un recurso literario, ni es una alucinación producto de la fiebre de este primer trancazo de la temporada. Es, en todo caso, un alivio y una declaración de principios.
A lo que íbamos, a uno le da lo mismo lo que crea —o deje de creer— cada cual. Pero se ve que a otros no les pasa. Hay gentes, sobre todo por las redes sociales, que con el aquel de despertar conciencias y criticar injusticias, echan más sermones que San Vicente Ferrer.
Las injusticias, son criticables y hay que luchar contra ellas, cométalas Agamenón o su porquero. El problema es cuando éstas son evanescentes. Esto es, aparecen o desaparecen según quien lleve los ramales. Pero cuídate muy mucho de afearles el paño, confiado lector, dado el maniqueísmo enfermizo de estos tiempos, te va a tocar al África.
Estamos rodeados de Pepitos Grillos, sesgados, que necesitan indefectiblemente apostillar todo lo que emitan sus contrarios ideológicos y políticos. Como si el personal de a pie no tuviésemos capacidad de raciocinio, análisis o crítica, no. Están convencidos de que hace falta que nos lo den todo deglutido, como las madres pájaras hacen con sus guacharetes. Si lo que critican, lo han hecho, lo hacen o lo harán los suyos, no importa, retuercen marxianamente el argumento para que les valga.
—…si no le gustan tengo otros.
Estos tipos, que entienden de todo menos de modestia, con la cercanía de la confección de las listas para las votaciones, se multiplican como setas. Y claro, como hay tantos, han de destacar disparate mediante.
No obstante, seguiremos irreductibles, agarrados a nuestro olor a membrillo, sonriendo a todo el mundo, escuchando —sobre todo— a los que no piensan como nosotros y buscando un círculo perfecto en los agujeritos, que de las bolliscas del caldo, tienen los filósofos rurales en el jersey y en el alma.