El otoño se barrunta con el olor a mosto. La vendimia presagia la llegada de la estación más deseada. No obstante la otoñada y, sobre todo, la caída de la pámpana son peligrosísimas para las cabezas. La sesada se tira al monte y no hay quien la sujete. Debe ser algo atávico, alguna de esas cosas que no evolucionan, algún recuerdo de cuando éramos salvajes, como la berrea del ciervo.
Otra de las particularidades de este que te escribe, en el entretiempo, abrigado lector, es la de llevar en el magín desde que pasa el primer remolque de uvas (lagartos, todavía) Las feulles mortes : Oh ! je voudrais tant que tu te souviennes / des jours heureux où nous étions amis. / En ce temps-là la vie était plus belle, /et le soleil plus brûlant qu’aujourd’hui…, etcétera. En la versión de Yves Montand, claro, con las orejas para el pueblo, el tupé a lo Escobar y esa languidez rayana a la neurosis.
Mi amigo Dionisio el poeta tiene hechuras de Montand… o de Montaigne a lo mejor, se le nota que vivió en Francia antes de hacerlo en Nueva York. Allí le pilló el 11 S, cada año por estas fechas lo llaman de las emisoras de radio para que cuente aquello. Mi amigo el poeta lo relata con esa voz tonante y sincopada de poeta de verdad.
La vendimia está aquí y la Cooperativa Virgen de las Viñas de Tomelloso, que es la mayor del mundo en el ramo del vino, organiza una comida para la gente artista: pintores, dibujantes, poetas, narradores, músicos y periodistas. La cooperativa la dirige Rafael Torres, que tiene hechuras de patricio romano, y es el anfitrión del almuerzo. El hombre se mueve como pez en el agua entre el gremio del arte. Una suerte de patrón de la cultura manchega que ampara bajo su ala a muchos creadores.
Uno, que desde que anda metido en líos de letras tiene la suerte de que le pasen cosas agradables, fue invitado al ágape. No todo va a ser penar. Además, las musas también pueden estar en una sopa de gachas o en una tajada de tocino veteado. Nos pusieron, a Jesús y a un servidor, en la mesa de los plumillas, no en vano nos convidaron en esa condición. Me tocó junto a Carlos Moreno, el jefe de redacción de El Periódico y echamos un rato de parla muy animada y fructífera, huyendo de los gestos afectados y las miradas perdidas; al tran tran y sin banalidades.
Después nos mudamos a la mesa de los artistas propiamente dichos. Enfrente de mi amigo Félix el pintor (¡qué suerte tiene uno de tener esos amigos!). Mi amigo el pintor pinta como quiere y se ríe de lo que quiere, que suele ser todo. Pero sin darse pisto, ni poner cara de Bacon; sonriendo y con ojos de chiquillo malo.
—Las puñaladas hay que darlas por la espalda. Eso da mucho más gusto, ¿dónde va a parar?
Hablamos del arte, así como concepto y sin anestesia ni nada, llevado a un terreno más de andar por casa, como quien habla de comprar una docena (o docena y media) de huevos.
—Doce docenas son una gruesa.
—Y uvas en habiendo.
Estuvimos rodeados de personajes a los que cambiándoles el nombre y exagerándoles el gesto darían mucho juego en estas cuartillas electrónicas (si dios quiere, todo se andará). Al final, hicimos que nos dieran de cenar a los más recalcitrantes. Fue de admirar la paciencia de Rafael Torres, aguantó el tipo hasta el final, sin azuzarnos a los perros, ni lanzar una carga de sarín.
Ni llamar a los civiles tampoco.