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miércoles, 20 noviembre
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Blas Camacho, un hombre feliz que supo hacer felices a los demás

José Vicente Cepeda recuerda con cariño momentos vividos junto al ilustre tomellosero

Blas Camacho

Lógicamente desde que falleció el pasado miércoles nuestro querido Blas Camacho Zancada mucho se ha escrito y hablado de tan ilustre paisano. Tengo el privilegio de haberle conocido y tratado ininterrumpidamente desde hace al menos una docena de años. Conocemos ya su largo historial político, profesional y cultural. Con estos datos sería suficiente para catalogarlo como un hombre excepcional. Pero, por encima de su reconocimiento en estos campos, quiero destacar la humanidad de su personalidad.

Era un hombre cuajado de grandes virtudes humanas, una de ellas su simpatía. Para todo el mundo tenía una sonrisa, un gesto de cariño y una pincelada de humor. Siempre que se encontraba con amigos o conocidos lo primero que hacía era presentarte como amigo y tomellosero, ya fuese con algún familiar, empleados de su despacho, el portero de su inmueble o al mismo ministro del Interior de anteriores gobiernos, como me ocurrió una mañana a la salida de Misa. ¡Cuántos mañanas he disfrutado de la simpatía hacia los niños! Antes de subirse a su despacho nos quedábamos un rato en la puerta de la calle. A esa hora solía bajar con prisas una joven madre con sus seis hijos para coger la ruta del colegio. Siempre se interrumpía la conversación al verlos salir. Esperaban su turno en fila para darle un beso sin que él lo pidiera. Blas para cada uno tenía una frase cariñosa. Y si el benjamín de la familia se volvía rebelde ya estaba la madre para decirle “¡Dale un beso a Blas!

La palabra que más he escuchado de su boca en esta pandemia a raíz del confinamiento ha sido la que pronunció un día una de sus nietas cuando le soltó “abuelo, nosotros también estamos confitados”. Lo contaba con gracia de abuelo que se deja sorprender por uno de sus dieciséis nietos. Otra ocurrencia nos la repetía para quitar trascendencia a los problemas que había que afrontar. “Nunca pasa nada”. Era otra frase que repetía de otra de sus nietas, después de echarse una mañana la taza de chocolate encima. El pasado día 5 –fue la penúltima vez que le vi- a la salida de Misa por la Causa de Canonización de Ismael de Tomelloso, vio a una chica adolescente con sus padres y le dijo que le parecía a una de sus nietas. Los padres y ella ya quedaron impregnados de la delicadeza de trato de nuestro querido Blas.

Era un hombre entrañablemente familiar. Los días más tristones los tenía cuando su esposa, Mari Cruz, tenía alguna dolencia. Se querían, se divertían el uno con el otro y nos divertían a los que compartíamos esos agradables momentos ¡Qué cierto es aquello de que detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer! En 2018 celebraron las bodas de oro con la ilusión de unos novios. Mi mujer y yo fuimos invitados, pero no pudimos asistir. En el primer encuentro que tuvo Mari Cruz contó a mi esposa la ilusión con la que pasaron ese día. Para Blas la clave principal del matrimonio era el “aguantoformo” –definición posiblemente inventada por él a pesar de haber sido jurista y no profesional de la medicina- como “fármaco” para evitar males mayores en tiempos de crisis. Su familia siempre con él, apoyándole en todo y en cualquier momento. En abril del pasado año, como presidente de la Asociación Cultural de Tomelloso en Madrid le invité a dar el pregón de Semana Santa. Accedió gustosamente, hizo caso omiso al guión que tenía preparado y empezó a hablar de otro gran amor de su vida: Ismael de Tomelloso. Su familia, esa tarde llenó el salón de actos de la Casa de Castilla La Mancha.

Otra cualidad de su carácter era el sentido del humor. Me he reído mucho con él. Recuerdo que cuando le diagnosticaron la dolencia que venía padeciendo me comentaba con ese cuajo tomellosero: “Me han dicho que tengo un deterioro cognitivo leve, pero yo creo que esto de leve no tiene na”.

Era un hombre de concordia, sin mala palabra a nadie, con un gran respeto hacia los políticos actuales con independencia a su militancia; para él no había otro camino por el bien de España que el del entendimiento entre todos.

El agradecimiento era predominante. Durante el confinamiento nos llamábamos de vez en cuando para darnos “novedades”. En el mes de mayo me contaba: “Me has pillado en la terraza de mi casa tomándome un aperitivo con Mari Cruz”. Le dije que gracias por resaltar que fuese en la terraza de su casa y no en la de un bar, porque con Mari Cruz la batalla de salir a la calle la tenía perdida. ¡Cuánto le cuidaba y cuánto se dejaba cuidar por ella! Bastaba enviarle por WhatsApp un enlace que pienso que sería de su agrado para llamarme y agradecérmelo. Así con todo. Para él ser humilde significaba depender mucho del cariño de los demás.

Siempre generoso y desprendido, dispuesto a ayudar a quien lo necesitase. Hace unos días me contaba un amigo manchego cuya amistad nos llegó, como no podría ser de otra forma, a través de él, que a su padre le sorprendió un día cuando al presentarle le dijo: “Cuente usted conmigo para lo que necesite, aunque sea para pedirme dinero”. El último “gesto” de generosidad conmigo fue el día 5 de enero, estando viendo el precioso belén de la parroquia de La Milagrosa. Un señor nos ofreció papeletas para la rifa de un belén cuya recaudación iba para los Santos Lugares de Jerusalén. Lamenté no poder comprar porque desde la pandemia raro es el día que llevo dinero en efectivo. Le faltó tiempo a Blas para decirme: “toma, te regalo esta”. Ya le tengo asignado un “papel” a la papeleta: plastificarla y utilizarla de marca páginas. Así, siempre tendré a mano un recuerdo de Blas.

Tres días antes de caer enfermo le volví a ver. Fue la última vez. El sábado, ya ingresado en el hospital, lo llamé, pero no me cogió el teléfono. Después fue él el que me llamó y no pude atender su llamada. Y me dejó un mensaje de voz, las últimas palabras que le pude escuchar. Agradecía el interés que estábamos mostrando por él, me transmitió su ánimo para recuperarse pronto, y un agradecimiento especial “a mi buen amigo José Vicente”. Gracias a Mari Cruz guardo un video grabado por una de sus hijas o esposa de su hijo Blas, despidiéndose con la mano desde la ventana de la habitación del hospital a la vez que se oye un “¡te queremos, papá!”

Cuando su hija Esther mandó el lunes un chat para decir que esa mañana habían empezado a sedar a su padre, me dije que mi cumpleaños podría tener un agrio sabor porque pudiera coincidir con la muerte de Blas. No fue así, nuestro querido tomellosero se fue el miércoles 27 y mi cumpleaños fue el martes. Yo creo que el Señor tenía prisa por llevarse a Blas y éste le pidió el último favor estando entre nosotros, retrasar su encuentro un día para no entristecer más mi cumpleaños.

Torre de Gazate Airén

Concluyo con una frase que me ha hecho reir y define muy bien su amor por Tomelloso y su gran sentido del humor. Es un anticipo de lo que podrá leerse en la revista Pámpanas que la Asociación Cultural de Tomelloso en Madrid ha publicado un año más, como viene siendo tradicional. En la entrevista se hace eco de la decisión del Pleno del Ayuntamiento de nombrarle Hijo Predilecto de nuestro pueblo, dice: “Me hace ilusión todo lo que venga de Tomelloso –y puntualiza con esa sonrisa característica-, aunque sea una patada en el culo”.

Muchas más anécdotas podría contar de quien ha sido una figura singular, de las que posiblemente no volverán a nacer en Tomelloso. No obstante, el reto no está en contarlas sino en ponerlas en práctica. Para mí Blas es el prototipo de un hombre feliz que supo hacer felices a los demás.

José Vicente Cepeda Plaza

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