El gitano aquel cojo, ¿os acordáis? Ese que apoyaba la panza sobre la vuelta de la garrota. ¿De verdad no os acordáis? ¡No me deis la razón cómo a los locos! Si no os acordáis, no os acordáis.
Una vez en el kiosco de Lucio, que era uno de los que había en el Paseo de las Moreras —el de la Felipa al sur, cerca del Asilo y el de Lucio, al norte, cerca del edificio San Luis—, nos ganó unos botellines a los dados. Cachondeándose de nosotros, encima.
—En Argamasilla, sacó uno cero pitos —decía.
Nos unimos a él esa tarde por Félix, uno pelirrojo que se juntaba con nosotros; vivía cerca del Canal. Eran ocho o diez hermanos de todas las edades y ninguna chica. Se ve que buscando la niña, el matrimonio, se pasaron trayendo mazorcos al mundo. La madre era una frescachona, parecida a Florinda Chico y el padre todo orejas, delgadísimo, como tísico. Se conoce que la Florinda le saco el estambre al orejas buscando la muchacha. Luego a este Félix, en el primer cisma de la cuadrilla del colegio, lo largamos junto con otros dos o tres de por allí, menudos éramos nosotros.
Eso que os contaba, con catorce años nos ganó el gitano cojo de la garrota unos botellines en el kiosco de Lucio jugando a los dados, sin necesidad de demostrar la edad para beber. Después, ahítos de Calatrava nos fuimos a la verbena del Barrio del Carmen a continuar la fiesta que terminó malamente: todos borrachos y echados del baile por orinar dentro y a la vista de los presentes.
¿Ya caéis quién era?
El gitano ese que iba siempre con traje negro, con bigote y cómo os he dicho, apoyaba la cintura en la vuelta de la garrota.
¡Ese!