La comunicación es un proceso dinámico donde se lleva a cabo un intercambio de información entre una o varias personas y en el que intervienen principalmente un emisor y un receptor así como sus habilidades de comunicación, el mensaje y el canal. Hay varios factores que influyen en ese intercambio de información como la situación emocional de los participantes, los juicios de valor, las interferencias en el mensaje, que haya un ambiente relajado o de tensión, etc. El resultado final y en qué medida llega el mensaje, se ve afectado por las peculiaridades de cada uno de los elementos que forman el proceso. Todos tenemos la experiencia de sentirnos satisfechos con una buena conversación o, por el contrario, hemos vivido malos entendidos, sentido frustración por no habernos hecho entender, quedado sin comprender bien qué nos querían decir, etc.
La comunicación, en general, es compleja. Y más si se da con niños pequeños. Cuando una de las personas que forman parte del proceso de comunicación no levanta ni un metro del suelo, a veces es difícil entenderle cuando habla, su sistema de pensamiento es cuantitativa y cualitativamente diferente al de los adultos, tiene necesidades imperiosas de cumplir sus deseos aquí y ahora (como si no hubiera un mañana) y tiene un estrechísimo lazo emocional con nosotros, es decir, cuando hablamos con nuestros hijos pequeños, las cosas pueden complicarse. Es importante tener en cuenta todo esto para, precisamente, salvarlo y conseguir una comunicación eficaz y satisfactoria.
Frases como – te he dicho mil veces que pares, – tengo que repetirte las cosas todo el tiempo, – estoy harta de que hagas esto una vez más, etc. están presentes en el día a día pese a que no conducen al resultado deseado. Es más, haberlas oído tantas veces, genera habituación y que los niños “desconecten”. Y generan frustración a los papás y al niño. En realidad, es una forma de descargar el estrés de los adultos. En cambio, es más eficaz tener en cuenta la capacidad de comprensión del niño, sus posibilidades de acción, su situación emocional, cómo está de cansado, ajustar el mensaje a cada situación y concretar – por favor, recoge tu ropa al quitártela, – lleva tus cubiertos a la fregadera cuando termines de comer, gracias. Es fundamental hablar siempre con respeto y con las palabras “por favor” y “gracias” si queremos que formen parte también de su vocabulario.
Gritar tampoco ayuda, una vez más es una necesidad del adulto para imponerse, pero claramente denota una pérdida de control de la situación. Lo que si es oportuno es emplear un tono firme para determinadas peticiones, lo cual es diferente a gritar.
Hay que huir del error de no explicar las cosas creyendo que no va a servir para nada. Es fundamental acercarnos al momento evolutivo del niño y su capacidad y hacernos entender. Un niño que comprende algunas normas básicas y que se siente escuchado, cumplirá mejor las órdenes que le damos al entenderlas. Los mensajes razonables y amables como – nos vamos a ir ya del parque, damos cinco minutos para que te despidas de tus amigos y acabes de jugar y vamos a casa a hacer las tareas son más eficaces que – he dicho que nos vamos ahora y punto.
Es fundamental, también, ser coherentes y constantes a la hora de instalar las normas y dar las órdenes. Hacerlo siempre igual o la mayoría de veces, lo que sirva para hoy que sirva también para mañana. Los padres deben estar de acuerdo y contestar de la misma manera, de forma que el niño no intente conseguir de los padres cosas diferentes, teniendo claro que no será posible puesto que ambos dirán lo mismo. Los papás deben ser una unidad de cara al niño. Esto genera mucha estabilidad, ayuda a interiorizar las normas y los hijos saben a qué atenerse. Debemos tener muy bien definidas unas cuantas normas básicas y sus consecuencias que serán cumplidas siempre.
A veces, en gran medida a causa de las prisas, entramos en círculos recurrentes de continuos reproches y órdenes, dejando poco espacio para el placer de relacionarnos con nuestros hijos y jugar con ellos. No todo son exigencias u obligaciones, el juego, las muestras de cariño, las risas, son fundamentales en la relación con ellos, y también forman parte del sistema de comunicación. Es fundamental que los niños se sientan queridos, siempre, de forma incondicional y por supuesto, al margen de sus errores. Decir – te quiero debe ser un mensaje presente en el día a día, es delicioso escucharlo y estimula la inteligencia emocional.
Hablar en positivo siempre es más interesante que hacerlo en negativo. Se recibe mejor – pareces un niño más inteligente cuando hablas con educación que – pareces un pequeñajo cuando hablas mal. Igualmente, acabar el día subrayando lo que los hijos han hecho bien y no mal. Dedicar 5 minutos al meterlos a la cama y resaltar sus acciones buenas es una inyección de autoestima. Hay que mostrar la alegría ante sus logros y dirigirlos a seguir haciéndolo así de bien por si mismos, porque son mayores y cada vez más capaces.
En cualquier caso, me parece también fundamental subrayar la idea de “perdonarse” y relajar la exigencia cuando los padres cometen algún tipo de error como los anteriormente descritos u otro. La interacción con los hijos es constante y no siempre es posible actuar perfectamente. El fallo forma parte de la vida y hay que aceptarlo, aunque a veces vaya dirigido a los hijos y tomar conciencia de ello duela.