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31 años del accidente del Challenger, por Daniel Cuadrado Morales

31 años del accidente del Challenger, por Daniel Cuadrado Morales

El 28 de enero de 1986, a las 16:37, hora peninsular, el transbordador espacial Challenger, de la NASA, encendía sus motores para iniciar el lento despegue que daría comienzo a su décima misión. A bordo de la nave viajaban siete tripulantes que estarían en el espacio durante los seis próximos días. Entre la tripulación se encontraba la profesora de historia Christa Corrigan McAuliffe, como parte de un proyecto de la NASA llamado “Profesor en el Espacio” y que hacía las veces de compañera del especialista de carga de la misión.

El transbordador despegó por fin y emprendió el vuelo, pero enseguida se notó que algo no iba bien, en las imágenes se apreciaba un escape en uno de los cohetes propulsores (SRB). Una pequeña junta tórica -pieza que no vale más de seis euros hoy en día- del cohete derecho, falló durante el despegue. Setenta y tres segundos después del lanzamiento toda la lanzadera se vio envuelta en llamas y se desintegró en el cielo, cobrándose la vida de sus siete tripulantes. Millones de personas estaban viendo el lanzamiento en directo por sus televisores o escuchándolo por la radio. En el centro de control los responsables de la NASA se preguntaban qué podía haber pasado para que ocurriese una tragedia como aquella. El accidente del Challenger ha pasado a la historia como el mayor desastre espacial de todos los tiempos.

31 años del accidente del Challenger, por Daniel Cuadrado Morales

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¿Pero qué ocurrió realmente? Lo cierto es que la misión STS-51-L que la nave debía llevar a cabo, no debió despegar ese día. Desde 1977 los ingenieros sabían que las juntas de los cohetes lanzadores SRB podrían dar problemas. Tanto era así, que estaban catalogadas como unos componentes de “criticidad 1”. Las juntas tóricas de los SRB estaban diseñadas para resistir las diferentes presiones y temperaturas del combustible y los gases que contenía el interior de los cohetes. En un despegue normal, los SRB eran los encargados de propulsar el transbordador con la potencia suficiente para salir de la atmósfera. Cuando agotaban su combustible se desprendían de la lanzadera, que pasaba a tomar combustible del gran tanque externo que portaba hasta que también se soltaba, quedando la nave a expensas de sus propias reservas de carburante. Sin embargo, antes en lanzamientos anteriores estas juntas ya habían dado fallos que, afortunadamente, no resultaron catastróficos. La mañana del 28 de enero de 1986 amaneció con mucho hielo sobre la plataforma y la torre de lanzamiento. Los responsables del despegue sabían que las juntas tóricas perdían gran parte de su elasticidad y demás propiedades al quedar expuestas a temperaturas bajo cero. Los ingenieros advirtieron el peligro y aconsejaron suspender el lanzamiento. No se les hizo caso y el Challenger emprendió el vuelo. A los pocos segundos se abrió un agujero en el SRB derecho, que las juntas tóricas no pudieron sellar, afortunadamente, el tremendo calor del cohete deformó parte del metal y el agujero quedó sellado parcialmente, lo suficiente para que la lanzadera pudiese superar el despegue y desprenderse de los SRB. Un inesperado golpe de viento reabrió el agujero y los gases en llamas alcanzaron al tanque externo. El calor generado hizo que toda la estructura se desintegrase rápidamente, antes de que nadie pudiese darse cuenta de nada. La cabina de la lanzadera, por la fuerza de la inercia, continuó ascendiendo unos segundos más, hasta que, a casi 20 kilómetros de altura, comenzó un descenso en picado sobre el océano. Se cree que al menos cuatro tripulantes se encontraban vivos en ese momento, pero nada pudieron hacer porque no contaban con dispositivos para eyectarse. La cabina impactó en el océano a más de 330km/h, desintegrándose,  si quedaba alguien vivo en ese momento, murió en el acto a causa del brutal choque.

Una cadena de errores, esencialmente humanos, provocó el desastre del Challenger. Los vuelos del resto de transbordadores se suspendieron durante más de dos años, tiempo que se empleó para repasar todo lo sucedido, reparar los fallos y aumentar la seguridad.

Han pasado 31 años desde el terrible accidente. Desde aquí queremos recordar a los tripulantes de la misión STS-51-L.

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