Siempre pasa lo mismo, todos los años. Tenemos una memoria cortísima. Nos las dábamos felices con una soberbia primavera adelantada y el sábado se puso a nevar. Pero de verdad. Y es que, el invierno se alarga, o eso parece. Como bien sabes, avisado lector, el frío cauteriza las heridas del alma, fulmina los microbios y mantiene a raya la tuberculosis. También es salud, decían antes.
En esta tierra del Señor hubo una vez un comerciante que se bañaba cada mañana en una alberca que tuviera en el patio de su negocio. Rompía el hielo, si era necesario, y se zambullía en el pilón. Después descargaba y cargaba, a pulmón, sus mercaderías. Los géneros venían en sacos de 5 quintales, entonces, cuando digo, los riesgos laborales eran certezas. Luego iba todo el día en mangas de camisa. Daba gloria verlo, crujiendo la nieve bajo sus pies y con tres botones de la camisa desabrochados.
Tuvo un imitador, como no podía ser de otra manera en esta ciudad. Otro negociante, de mercancías distintas a las del anterior y que en sus ratos de ocio se dedicaba al entrenamiento de equipos de balompié comarcales.
—Vosotros tirad siempre a los picos y marcando un gol más que el contrario ganamos el partido. —le decía a sus pupilos, sistemáticamente, antes de soltarlos a dar patadas.
Todo el mundo sabe que salvo los romanos y los ¿veganos? ¿veguenses?, el resto de la humana grey somos malos imitadores. Este coach había mañanas se ponía una rebequita por los hombros. Y la calefacción a tope en la DKV donde porteaba el material.
El frío de La Mancha tiene poco adorno, te asomas a la calle y es como si te diesen un bofetón en la cara. Somos austeros hasta en eso, no tenemos ventiscas, ni temporales de un mes, ni salimos en el telediario. Frío a recalcamaza, sin oropel, pero (¡ay!) algunas veces con ocho o diez grados por debajo de la linde del cero.
Antes, a pesar de las escarchas que dejan el paisaje petrificado, estaba mal visto hacer notar que se tenía frío. Incluso llevar mucha ropa. Era señal de debilidad, seguramente la cosa tendrá que ver con la evolución esa y la necesidad de que los fuertes se queden de simiente.
—¡No me he puesto abrigo en mi vida! Tengo colgado en el armario más de treinta años uno de espiguilla que me puso mi madre (que Dios perdone) en el dote.
El frío, como digo, se alarga, se mete en los huesos y los ánimos se van enfriando. El ambiente no contribuye a mejorarlo; eso que dicen de la sensación térmica. No hay nada que nos reconforte, quienes tienen que hacerlo están a otras cosas. Y el sol no sale. Y si sale no calienta… Nada indica que el tiempo cambie: la Candelaria no imploró, el Zaragozano dice que esto sigue y las cabañuelas auguran temperaturas bajo cero.
¡Qué salga el sol!… Por nuestra vida.