Corría el año 1636 en Países Bajos cuando el precio de los tulipanes comenzó a subir. Se llegó a pagar diez veces el salario medio anual por un sólo bulbo de tulipán; era una inversión segura ya que el valor subía prácticamente cada día. El 5 de febrero de 1637, se vendió un lote de 1.000.000 de tulipanes por 90.000 florines: fue la última gran venta de tulipanes. Al día siguiente se puso a la venta un lote de medio kilo por 1.250 florines sin encontrarse comprador. Entonces la burbuja estalló: los precios comenzaron a caer en picado y no hubo manera de recuperar la inversión; todo el mundo vendía y nadie compraba. Fue la primera gran burbuja especulativa del floreciente sistema capitalista.
En 1717, la compañía de los Mares del Sur comenzó a propagar rumores falsos sobre las maravillas de sus expediciones comerciales disparando su valor en bolsa de 128 libras a 1.000. Todos querían tener acciones y el Parlamento Británico le otorgó una línea de crédito para que continuara con su expansión comercial. Para comprar esas acciones los inversores pedían créditos a la propia compañía de los Mares del Sur lo que le permitió cerrar el círculo provocando lo que era de prever: los precios de las acciones cayeron y muchos bancos británicos quebraron.
A partir de 1920 empezó a surgir un auge especulativo y miles de personas empezaron a invertir en bolsa. La burbuja generada superó a todas las anteriores y el crack del 29 provocó el pánico financiero y una crisis con unas consecuencias devastadoras para todo el planeta.
Comenzó el siglo XXI y la especulación sobre la vivienda a nivel mundial y el fenómeno conocido como “hipotecas subprime” provocó la subida desorbitada de la vivienda y el posterior endeudamiento de la clase obrera a nivel mundial para poder hacer frente a un derecho tan básico como la vivienda. Pero aprendimos de ello: los líderes mundiales se reunieron y Sarkozy propuso refundar el capitalismo. En España no fuimos menos, y nadie perdió su vivienda ni su trabajo y los servicios públicos no fueron desmantelados. Fue duro porque se utilizaron 60.000.000€ para rescatar a las familias en lugar de a los bancos como proponían algunos.
Menos mal que aprendimos de nuestra historia, menos mal que ahora estábamos preparados para la crisis del coronavirus y tenemos unos servicios públicos sólidos. Menos mal que esta situación no va a provocar desabastecimiento y subida de precios del material sanitario porque tenemos una industria pública capaz de soportar la producción necesaria y menos mal que la especulación de precios sobre las cuestiones básicas para la vida se considera delito.
Ojalá todo esto fuera cierto pero por desgracia, no aprendimos de ninguna de las crisis capitalistas anteriores. Se ve con sorpresa que paguemos un 300% más por una mascarilla o un 25% más por un kilo de patatas. Rodrigo Rato lo explicó a la perfección en el juicio sobre el caso Bankia: “Esto no es un saqueo. Es el mercado, amigo”.
Que la próxima crisis, que por desgracia llegará… no nos pille refundando el capitalismo una vez más y ojalá que aprendamos del pasado y no busquemos el refugio en el fascismo. En esta crisis se ha establecido un escudo social que ha permitido que la clase trabajadora no pague sola el coste de la misma: ayudas a parados, ERTE’s, autónomos, al alquiler, limitación de precios de mascarillas quirúrgicas o de los precios funerarios son algunos ejemplos.
Nuestro país no puede depender de la compra a terceros países de material sanitario, necesitamos recuperar nuestra industria y que la fabricación de material sanitario esté asegurado. Además, hay otro consenso después de ver como a los futbolistas se les hacían tests mientras veíamos como faltaban para los médicos, enfermeros, etc.. y es que los recursos del país deben estar al servicio de quien más los necesita, para el interés general y no depender del dinero que tenga el sector en cuestión. Dicho de otra forma: se debe planificar la economía para ponerla al servicio de la clase trabajadora y que no dependa de los albures de mercado.
Por último y como consenso más importante tras esta crisis sanitaria: lo público, lo de todos, no puede ser desmantelado nunca más. Es más, nuestro país debe aumentar la inversión en Sanidad, Educación, Investigación y Desarrollo. A nadie le puede faltar una cama, un médico o un respirador y, sobre todo, nuestros mayores deben estar bien cuidados, cuidados en residencias de mayores PÚBLICAS, donde estemos seguros que tienen todas las condiciones y donde estemos seguros que no se va a mirar en sus cuidados en pos de un beneficio económico de buitres que ya mercadeaban con nuestra vivienda o nuestro agua y ahora nos hemos dado cuenta de que lo habían hecho con nuestros mayores.