Hoy es un día lóbrego. Estamos cambiándonos a la fibra óptica (la ciencia avanza que es una barbaridad, según D. Lotario) y ocurre que el ordenador y el móvil se han vuelto locos. Para acceder a cualquier servicio te piden una clave y quién coño se acuerda de la clave que te pide el ordenador para que te salga un documento Word, pongo por caso, porque quieres escribir este artículo. Recurres a esa libretilla en la que tienes apuntadas las claves de casi todo, porque siempre te falta la que más te urge. Y, por supuesto, es imposible acordarse del rosario de claves que envuelven nuestra cotidianidad.
Es un dislate el día a día de nuestra vida. Al abrir los ojos por la mañana lo primero que te abruma es una madeja de números y letras en el cerebro. Despertarse a la luz es pura confusión de jeroglíficos. Es rarísimo que todavía no se le haya ocurrido, a uno de esos iluminados que revolotean entre los políticos, ponerle una clave al despertador para detenerlo. Para impedirnos el gozo de esos diez minutos de regodeo en la cama y percibir que el sueño es la gloria.
Después, la ducha placentera y relajada. Pero ojo, que conforme está el tema de la hídrica, no se extrañen que nos pongan un programa para consumir el agua que al Gurú de la tribu se le antoje y tengamos que ponerle una clave a la ducha. Volveremos a la extensa galería de los olores. Qué le vamos a hacer.
Por de pronto, aquí y ahora, tenemos que manejarnos con las claves que nos ha impuesto el avance tecnológico y la Ley de Protección de Datos que viene arreando con multas ruinosas. Lo cierto es que con tantas claves para todo, a los que pertenecemos a la generación del zurcido, la radio y la copla, nos cuesta seguir viviendo, Aunque lo intentamos por todos los medios. A nuestros hijos les dimos la educación que a nosotros nos falta y ahora casi no podemos comunicarnos con ellos.
Queridos lectores, se han dado cuenta que para comprar en cualquier supermercado les hace falta una clave. Si tienen que pedir asistencia necesitan la clave. Y ya no digamos para los que hemos tenido que familiarizarnos con el teléfono móvil o con internet. Todo a fuerza de claves. Pues no lo entiendo. Ocurre que cuanto mayores somos vamos perdiendo memoria y ahora resulta que nos exigen más disco duro, aunque solo sea para recordar las malditas claves del demonio. Algo hemos hecho mal o la rapidez de la informática nos ha desbordado.
Y tan cierto es lo que digo porque para cualquier actividad necesitamos la clave: La clave para trabajar en el ordenador de casa; la clave del móvil para poder llamar a los chicos, a las amigas o para quedar a merendar; necesitamos la clave de APPLE, de Vodafone o de la comercial de turno; la clave del e-mail, la de Google, la clave del Banco habitual, la de la Caja bancaria de los recibos domiciliados, la del PLUS, la clave de la Tablet, la contraseña del aparcamiento azul, la clave de atención al cliente de la marca de tu coche, la contraseña de Mercadona, la del Corte Inglés, la del campus virtual de la Universidad, la de la Cruz Roja, la del Hospital para pedir hora de algún especialista, que a estas edades son más necesarios que el panadero , la del oculista, la de los callos, la clave para la cita con el traumatólogo que te cambió la cadera y te devolvió la movilidad, la clave para pedir cita médica en la Seguridad Social, la clave para acceder a la página privada de cualquier entidad… Todo es privacidad. Todo está en clave. Hasta el amor está en clave de solfa y la amistad en clave de retardo.
Es cierto que todavía no tenemos una clave para la tostada y el café con leche, pero no desesperen porque más tarde o temprano llegaremos a ello. Yo, por si acaso, ya les he mandado a mis hijos por WhatsApp las claves para que tengan acceso a mi amor y a mis besos.
Pero la culpa de este sofocón la tienen los piratas de las redes, que quieren robarnos las cuantas, los datos y la vida. De qué sino necesitamos tanto logaritmo. Y lo peor es que ya no podemos volver al dedal y a “la saga de los porretas”. No podemos darle la espalda al progreso, faltaría más. Tenemos y queremos avanzar con la tecnología y he pensado que poniéndole la misma clave a todo se acabaron los soponcios. Y si un día no me acuerdo, para qué están los libros y las agendas.
Araceli Olmedo Serrano