Ángel Pintado me espera en la plaza, pacientemente. Quedamos a la misma hora a la que, después, se convocó una rueda de prensa para presentar las actividades del Día de Castilla-La Mancha en Tomelloso. Aguarda más de media hora en un bar, en un conocido local del centro, que diría un clásico. La amabilidad de Pintado supera lo convencional, no solo transporta a este cronista a su estudio, lo devuelve a la plaza, auto mediante, una vez acabada la entrevista. Hablo de Ángel Pintado Sevilla, el pintor.
A nuestro juicio, claro, Pintado es uno de los mejores artistas que ha dado Tomelloso. Reconocido y laureado, uno está seguro de que su periplo artístico no ha sido un camino de rosas «ni fue en un principio ni lo es ahora». Y es que la situación económica repercute en los artistas, por ello «ando como puedo, utilizando las redes sociales como vía para que vean mi obra en todo el mundo». En una crisis tan brutal como la que hemos sufrido (y estamos sufriendo) «la gente prescinde de lo accesorio y se centra en lo necesario». Y solo venden «esas cuatro o cinco firmas que están arriba y que sus cuadros valen mucho dinero». Él no se considera perteneciente a ese grupo de elegidos, por más que le insistamos «¡Ojalá!». Aun así, Ángel Pintado dice que no se queja «voy sacando obra y hago lo que me gusta cada día, para mí es más que suficiente».
La lucha con el cuadro
Pintado lleva muchas cosas empezadas, muchas pinturas en rueda «trabajando según me deje un cuadro. Cuando me agoto y no puedo seguir con él, lo dejo y retomo otro». De vez en cuando un cuadro deja al artista extenuado «es una lucha la que mantienes con él». Unas veces «te favorece el trabajo, disfrutas, gozas…», pero otras «no sabes donde está el problema, el cuadro se apodera de ti y lo que haces si insistes es, a lo peor, estropear lo que has hecho el día de antes». Ahí no queda otra, para prescindir de esa situación, que dejar esa pintura y coger otra.
Ahora el artista ha retomado un bodegón con sandías, grande y sobrecogedor que tuvo que dejar a finales del verano pasado «porque se acabaron las sandías». Lo ha colocado otra vez en el caballete, dice, porque ya hay otra vez.
Va a volver a un paisaje urbano de la calle de la Cruz Verde que «llevo muchos años con él y solo lo cojo los meses de verano» a horas concretas. Esa es la otra razón de llevar tanta obra empezada: poder trabajar todo el día.
La belleza está en el lugar más inesperado
Pintado detiene un instante y lo registra con su pintura «traspasar algo que has visto y te emociona a un lienzo es algo mágico. Si encima eres capaz de que el espectador también se emocione, esa es la grandeza de este oficio». Colegimos que «afortunadamente» la belleza está en cualquier sitio «en los años ochenta hice varios cuadros de desguaces. Lugares sin belleza aparente pero a los que veía posibilidades de sacar algo que emocionase al público». Por ello insiste que «la belleza está en el lugar más inesperado».
Y —seguramente en ese consista el arte— Pintado pasa la realidad «por el tamiz de tu alma y tus sentimientos, dándole mi propia personalidad, que es lo que se funde con lo que tú has visto. Algo puramente espiritual». Cuando el cuadro está terminado y sale del estudio («para lo bueno o para lo malo») la interpretación que el espectador haga de él «escapa de ti». Es por ello que el pintor (el artista) «ha de tener mucho mimo hacía su obra, debe observar el cuadro y dejarlo cuando sea necesario». Porque, según nos confiesa «no sé cuando el cuadro está terminado, lo dejo porque no sé seguir».
La lucha con las emociones
Le inquiero, a bocajarro, qué si la habilidad para pintar, la maña, tiene que ver con el arte. «El arte es otra cosa. Eso no quiere decir que no hay que cuidar el trabajo». En ese sentido Pintado me confiesa que «soy bastante observador de lo que veo, no suelo inventarme nada. De ahí a la perfección hay un tramo al que prefiero, o tal vez no sé, llegar. Pero tampoco me importa no alcanzar imágenes perfectas, la fotografía ha alcanzado un grado de desarrollo que hace imágenes perfectas. La pintura la veo de una forma más “desordenada”». No obstante, su pintura es «un orden dentro de ese desorden», el artista está constantemente haciendo y deshaciendo el cuadro «y cuando llego el momento en el que no sé seguir dejo el cuadro».
De la conversación trasciende una lucha entre las emociones de Ángel Pintado y sus composiciones «a brazo partido algunas veces». La lucha en solitario en el estudio, nos dice, «agota», una pelea «en la que nadie te va a ayudar». Hasta que el pintor ver que cuadro va por buen camino «hay momentos de desespero» que pintado soluciona dejándolo todo «me voy, al campo, o con amigos, a grandes males grandes remedios».
Y burla burlando nos encontramos hablando de la situación actual de las llamadas artes plásticas «la palabra “arte” es tan extensa y abarca tanto que muchas veces uno no sabe a lo que se refiere». Pero su grandeza, la del arte, es que «el tiempo pone a cada uno en su sitio». No obstante «cada cual es dueño de expresarse como mejor le parezca, ahí no hay límites y no yo soy quien para juzgar. La plástica ofrece muchas posibilidades». Pero el espectador tiene que involucrar «sabiendo lo que le gusta o no y lo que es o no válido» para ello «debe haber visto museos, leído libros y haber visto mucha pintura para discernir la buena pintura de la mediocre».
Nuestra conversación es tan caótica como la pintura, los temas aparecen a borbotones y ambos, pintor y entrevistador, nos dejamos llevar. Estamos cómodos en el estudio. Iluminado y alegre se ven los trascorrales de la vecindad, el sol entra por las inmensas cristaleras, se oye el piar de los gorriones. No se aprecian los sonidos de la calle, el obrador se me antoja un convento de clausura. Regresamos a los orígenes de Pintado como artista.
Los orígenes de Ángel como pintor
La decisión de Pintado de ser artista, de vivir del arte «no tuvo familiarmente muy buena acogida». Ángel ha pintado y dibujado, desde pequeño «hay que tener cierta habilidad, que yo tenía desde muy niño». Esa habilidad, a pesar de que pasen los años, «siempre está ahí» y, así, en un momento determinado de su vida Pintado decide probar. «Creo que empecé tarde. Nunca sabré si esa afirmación es cierta o no, pero a mí entender sí». Pero también lo hicieron Fortuny o Van Gogh «con cerca de 40 años y ¡mira lo que hicieron!».
Sin haber estudiado Bellas Artes y armado con lo más elemental, unas ceras y unos pliegos de cartulina, «me puse a hacer formas imposibles y lo que me dictaba la imaginación». Hasta que «apareció en mi vida López Torres y empecé a inclinarme por la figuración, a pintar del natural». Y a aprender «buscándome buenos maestros, yo necesitaba formarme. En aquella época era una esponja, preguntaba lo que no está escrito». Entre los 23 y 26 años es cuando Pintado se lanza «a hacer cursillos, a pedir becas… tenía prisa por aprenderlo todo. Veía mucha pintura, visitaba museos. No paraba». Además, Ángel se relacionaba con personas «que sabían más que yo, que era lo que me interesaba para aprender».
Inició su vida de pintor profesional a la vez que formaba una familia «ahí me la jugué». Pero es ese sentido nos confiesa que «he tenido mucha suerte con mi mujer. Mi familia me ha ayudado mucho. No es fácil convivir con una persona en las circunstancias que estamos hablando». Dice que hasta ahora «la cosa ha ido bien. No me he hecho rico, ni lo he pretendido. He sacado adelante a mi familia dignamente y con eso me doy por satisfecho».
Pintado, como nos contaba, se relacionó con los mejores, con López Torres, con Antonio López, con su mujer, con Julio Muñoz o con López Villaseñor «son gente que me ha ayudado mucho». Gracias a Villaseñor «estuve cinco o seis meses pintando en la Facultad de Bellas Artes sin estar matriculado».
Nunca se deja de aprender
Le cuestiono, a bocajarro, que cuando dejó de ser aprendiz para ser un maestro, para ser el Ángel Pintado famoso. El artista responde, también a bocajarro y con contundencia «¡nunca!». De aprender no se deja en la vida, reiteraba, «yo siempre tengo muchas dudas. Por supuesto que esos años no han caído en saco roto. Sé como plantear un cuadro y lo que tengo que hacer. Pero viene muchas dudas, igual que hace treinta años». Asegura que las dudas y las ganas de aprender son siempre buenas «te hacen no ser un artista acomodaticio encantado de tu obra», algo de lo que Pintado siempre ha huido. Y, encima, el tiempo es inexorable en su paso «y veo que la vida que me queda, en el caso más optimista, no va a ser suficiente con la cantidad de cosas que tengo en la cabeza para llevarlas a un lienzo».
Un cuadro es la radiografía emocional del pintor
Pero, a pesar de todas las reservas por reconocerlo él mismo, nuestro entrevistado es un artista reconocido, con un estilo propio, que llena salas de exposiciones y vende cuadros. Como él no lo dice lo decimos nosotros. Pintado se limita a subrayar lo agradable que es que un espectador reconozca su obra y por ella identifique al artista «en ese aspecto estoy satisfecho». Desde uno de los primeros dibujos (que Ángel nos muestra) hasta el gran y sentido bodegón de las sandías que está acabando y que, como decimos, todo el mundo sabe que es de Ángel Pintado ha sido «una lucha diaria, constante, inconformista. Y así, una día y otro día y un año y otro año». En ese sentido le señalo que en su última obra está reflejado todo su bagaje vital, toda su historia, sus sesenta años de vida, su experiencia, sus sufrimientos y alegrías «un cuadro es la radiografía emocional de un pintor».
Se levanta y coge un cuadro, un proyecto de cuadro, me lo muestra «a partir de unas figuras de Picasso estoy incorporando elementos para crear una suerte de naturaleza muerta». Ahí se puede apreciar como el artista comienza la creación de una pintura «con una gran parte de improvisación, no sé bien lo que va a pasar. Esa es la lucha». La observación y la experiencia le hacen no dar “pinceladas de ciego” «cuando intervengo en el cuadro sé donde voy ir y que tonos voy a usar. Eso te lo da experiencia. Esa es mi forma de actuar en el estudio». Ahora, si se va al monte «lo tengo mucho más fácil porque estoy viendo lo que hay, incluso me permito ciertos lujos». La experiencia de muchos años de pintar del natural le facilita y le agiliza al artista formalizar el cuadro. Así, destaca la importancia que ha tenido para él «haber dado los primeros pasos delante de la naturaleza, con el cuadro y el caballete, en el campo o en la calle. La lucha con el natural es lo mejor que le ha pasado a mi oficio ha sido la lucha con el natural».
Pero eso no es fácil, ni mucho menos «cuando te pones a pintar en un calle tienes que saber lo que haces. Estar a dos dedos del ridículo, tienes que tener claras las cosas y saber lo que vas a hacer. Te están viendo el cuadro y lo que tienes delante».
Tomelloso y La Mancha
Ángel Pintado es un pintor de Tomelloso y de La Mancha y en su obra, creemos, se puede ver de donde viene «indudablemente, pinto muchas veces fuera de mi tierra pero a mí me han parido como pintor aquí en La Mancha. Y en Tomelloso. Lo de Tomelloso es verdaderamente asombroso y curioso, desde que empezó Francisco Carretero, en un poblachón perdido de La Mancha, a la luz de un carburo, toda la cantidad de pintores que han ido saliendo. Hasta el caso último de los artistas que pintan grafitis iluminados por la luz de una farola». Me interesa saber que explicación le da pintado a esa circunstancia «el entorno, es el entorno. De Tomelloso han salido figuras artística de gran trascendencia, eso crea una atmósfera enriquecida que hace que las generaciones siguientes vayan probando “¿por qué yo no puedo pintar?”». Me cuenta que López Torres decía que pintar un cuadro era relativamente difícil «otra cosa es hacer un cuadro que te emocione y que aguante el paso del tiempo».
El ser de Tomelloso es una dificultad añadida, es artista que quiera descollar tiene que dejar la estela de los que le precedieron y encontrar su sitio «el reto no es menor, pero con el tiempo vas asimilando que la sobra de este o aquel está siempre. Pero por otro lado es un orgullo, cuando conocí a Antonio López García, no sé si él tenía 50 años, tuve la satisfacción de que me hablase de un cuadro mío en el mismo sitio donde lo pinté».
El optimismo de la obra de Pintado
Le preguntamos por el futuro, por alguna próxima exposición «no soy muy partidario de exponer cada tres o cuatro años la misma obra o parecida que ya has mostrado. Soy partidario de hacerlo cuando tengo obra nueva que enseñar al espectador». Existe un proyecto «del que no puedo dar datos porque no sé si lo voy a hacer» que sería una retrospectiva desde 1977 a 2017 «pero estoy haciendo gestiones para ver si puedo traer unos cuadros que están fuera de España, que no sé si lo voy a lograr. La muestra sin ellos estaría bastante mermada, por ello, mientras esas gestiones no avancen no puedo dar datos. Ese es el proyecto más inmediato que tengo».
Pintado, me cuenta, ha tocado casi todos los temas «paisaje al aire libre, paisaje urbano, figura, retrato, tauromaquia, bodegón. Soy un poco culo de mal asiento, hacer siempre lo mismo me aburre… me cansa». Le cuestiono que a qué le tiene más cariño, que de que cuadro se siente más orgulloso, se levanta y me muestra dos pinturas magníficas (como todas) «mira, ¿a qué le tienes tú más cariño? Eso es como si le dices a un padre que a cual hijo quiere más». A todos, contestamos, como no puede ser de otra forma salvo que seas un mal padre, admirado por el “chute” de color y optimismo de un cuadro con almendros en flor.
Le hago llegar al artista el optimismo que al entrevistador le transmite la obra de Ángel Pintado «eso es importante porque es de lo que se trata». Le confieso al pintor que el resultado final de ese trabajo, a brazo partido, que nos ha ido contando es, para este cronista, optimismo, belleza y luz «esa es mi satisfacción, cuando alguien me dice eso me considero pagado».
La entrevista va llegando a su fin, pero Pintado nos confiesa que en sus obras «hago homenajes a pintores admiro como Toulouse-Lautrec, Gauguin, Van Gogh o Fortuny. No descarto hacer un homenaje a Basquiat». También tiene recuerdos a las personas que ha querido, a quienes ha amado. Así nos cuenta que en el bodegón de las sandías realiza un homenaje a un genio del arte, a Paco de Lucía y a un llorado amigo, a un hermano, a José María Arcos. Y cuando me explica como va a dejar el recuerdo de Arcos en el lienzo nos estremece: ha pintado la portada de Lanza que informaba a cuatro columnas del “Emocionado adiós a José María Arcos”.
En una mesa de su estudio tiene un jarrón con rosas, rojas intensas, aterciopeladas «huélelas, son rosas de olor, verás que fragancia tienen». Cuando salimos, en el patio me enseña un inmenso rosal trepador, preñado de flores. La primavera estalla en casa de Ángel Pintado.