Una tarde de domingo, en una de las frecuentes peripecias sociales de este que te escribe, sentido lector, nos encontrábamos de mano armada, tomando combinados en la discoteca que solíamos frecuentar. Con el hijo de un guindilla aparecido en un reciente relato, por cierto. En aquellos juveniles años discotequeros servidor empatizaba con todo quisque, las melopeas eran profundísimas y llenas de amor hacía los semejantes, sin discriminar a nadie por ningún motivo. Todos éramos colegas, unidos férreamente gracias al señor Larios.
El tipo era un conspiranóico de esos. O a lo mejor era el gin lo que le hacía buscar complots en todo. Tras atizarnos mutuamente durante dos horas con una sangrienta perorata sobre las conspiraciones del sistema y como este, por mor del maléfico poder que detenta, comete las acciones más horrendas, decidimos cambiar de aires y, sobre todo, de barman. Salimos a la calle y nos encaminamos hacia el coche de mi compañero de juerga, un Dyane 6 blanco, el de la gente encantadora. Abrió las puertas, llave mediante, nos sentamos y arrancó el vehículo.
Entonces mi acompañante se quedó pensativo, reflexivo y callado durante varios minutos, que resultaron eternos, mientras mantenía el auto al ralentí. Tras ese impasse comenzó a mirar nerviosamente el cuadro de instrumentos y a meter la cabeza bajo el volante. Servidor, mientras, observaba la escena desde la distancia que dan los gintonics. En un determinado momento el conductor afirma.
—¡¡Este no es mi coche!!
—No fastidies —le digo— si lo has abierto… y, además, lo has arrancado.
—No es mi coche —insiste— el mío no tiene una luz roja debajo del cuadro.
Nos bajamos a comprobar la matrícula. Efectivamente, no correspondía la numeración con la que recordaba del suyo. Volvió a cerrar el coche y ocho o diez carros más adelante, en la misma acera, estaba aparcado el que ciertamente le pertenecía. Nos montamos y desaparecimos de allí, comentando la seguridad de las cerraduras de esa marca y modelo de vehículos, echándole la culpa, como no podía ser menos, a alguna artimaña del sistema por algún diabólico fin.