Una vez acabados los Juegos Olímpicos de Rio, 2016, quedarán en nuestra memoria selectiva unas cuantas imágenes, y algunas anécdotas. Los medios de comunicación nos han hecho creer que hablar de deporte es hablar de fútbol, pero ahí está ésta cita cada cuatro años, para poder darnos cuenta de cuál es la dimensión total del deporte más allá de los intereses mediáticos.
La filosofía Olímpica está estrechamente ligada a los principios litúrgicos y religiosos de los primeros juegos, y aunque éstos en sí son una competición, la idea está más centrada en el fomento de la autosuperación. Las olimpiadas actuales mantienen ése espíritu en gran parte, y en ella se dan cita las élites mundiales de cada deporte. En la sociedad mercantilizada actual resulta muy extraño que de ésos deportistas de élite que participan en las olimpiadas sólo un 25% ganan dinero con el deporte, pero sólo el 10 % tiene unos ingresos altos. Esto quiere decir que tres de cada cuatro deportistas olímpicos deben entrenarse y prepararse en los ratos de ocio que sus trabajos les dejan. Pueden ser camareros, albañiles, enfermeros o bomberos, pero además son atletas olímpicos, sacrifican todo por un sueño, un sueño que en el mayor de los casos no llega.
Luego está el auténtico drama: ¡El fracaso! La competición, según la RAE es: Competencia o rivalidad de quienes se disputan una misma cosa o la pretenden. Competimos contra otros, por ser los mejores, y sólo uno puede ser el mejor, pero salvo en contadas ocasiones, ganar es una suma de factores y circunstancias a favor, son pequeños matices que nos pueden marcar la diferencia entre la Gloria y el fracaso.
El espíritu de autosuperación es el que nos debería de motivar en todo aquel proyecto que acometamos. El sistema nos vincula a la competencia, a batallas cotidianas, en las que no importa el método sino el resultado. Es la trampa que nos han tendido, el juego limpio es algo obsoleto, por culpa de la competencia, porque el fracaso es un estigma social demasiado duro.
Si competimos solamente contra nosotros mismos, siempre ganaremos, y los demás también.
Sirvan éstas palabras cómo homenaje a todos aquellos perdedores que vuelven a levantarse cada día para superar ésos fracasos, para ser mejores cada día.