Podría comenzar por escribir este artículo haciendo referencia al oso de la imagen, podría explicar que el deshielo de los polos está acabando con su hábitat, que no hay alimento suficiente para que su antaño poderoso cuerpo sobreviva, que se ve obligado a nadar distancias insalvables rodeado de gigantescas olas. Sería interesante explicar su modo de vida, que arriesga su existencia bajando a las poblaciones en busca de un trozo de basura que llevarse a la boca a riesgo de morir en un vertedero con el cuerpo cosido a tiros. Y todo eso sería una pérdida de tiempo porque mientras mis dedos escriben estas líneas ese oso famélico ya estará muerto. Como tantos otros… ¡Qué fácil sería responsabilizar al cambio climático! ¡Qué tranquilidad para nuestras conciencias convencernos de que no somos responsables de la naturaleza a la que tan libremente mutilamos! No pretendo cambiar nada con estas palabras, sé que caerán en un saco roto, como tantas voces ajenas que aún se escandalizan por lo que ven a su alrededor. Con este artículo no quiero enseñar nada, ni rememorar un hito histórico o una hazaña heroica, sólo son pensamientos que transcribo para aliviar parte de mi culpa y de mi vergüenza. Porque si queremos ver a los verdaderos responsables del sufrimiento de ese pobre animal solo tenemos que dirigir nuestra mirada al primer espejo que tengamos delante. No veremos reflejado ningún atisbo de humanidad, lo que nos devuelve la mirada es una mezcla de egoísmo, autocompasión y una total falta de escrúpulos a la hora de acabar con lo que consideramos inferior. Aunque ahora que lo pienso me doy cuenta de que soy un completo iluso pensando en la salvación de ese oso, ni tan siquiera estamos en paz con nuestros semejantes. Gastamos ingentes cantidades de recursos para encontrar un modo de salvar a las personas de los mismos males que hemos creado para aniquilarlas. Miramos a las estrellas buscando un mundo en el que vivir en un futuro y pienso que ojalá nunca descubramos el modo de salir de este planeta para no repetir los errores que hemos cometido aquí.
La humanidad no es la salvación de la Tierra, es su más peligrosa enfermedad. Si éste es el planeta que van a ver mis hijos, prefiero no tenerlos. Cada día estoy más convencido de que la naturaleza ha dejado de llorar por el dolor que la especie humana le causa y que se está dando cuenta de su verdadero poder. Todos somos hijos de la misma naturaleza y ésta nos castiga en forma de temblores y maremotos que reducen a escombros y se tragan ciudades enteras. Nos hace ver que con un simple golpe puede extinguirnos del planeta. Y nosotros seguimos ciegos, con nuestra tecnología y desarrollo ha crecido también el egoísmo y un sentimiento de superioridad que pagamos con el resto de seres vivos, como si fueran unos inquilinos molestos que deseamos echar de nuestra casa. Especies que llevan viviendo aquí desde antes de la llegada de los hombres ahora se esconden en lugares recónditos huyendo de nuestra avidez. Extinguimos una especie tras otra para exhibirlas como trofeos de caza y luego nos escandalizamos porque un lobo hambriento ha matado a una persona, persiguiéndolo y culpabilizándolo por tener hambre.
Cuando me miro en ese espejo interno la conclusión que consigo vislumbrar es que la única especie que sobra en este –por ahora– hermoso mundo es la humana.