El Armagedón que vendrá, si acaso viniera, no será el primero anunciado. El último supuesto apocalípsis estaba programado para hoy, pero hace dos años, en el 2012. Marró, como se ve a simple vista y venía de la parte los mayas. Uno no sabe de cierto quienes son, incluso duda si son mexicanos, hondureños o guatemaltecos. Además, con calendarios redondos no se puede predecir nada, cualquier cosa que no sea un taco de hojas en la pared (con historias por detrás) o el Calendario Zaragozano (El firmamento), que fundase don Mariano Castillo y Ocsiero, no augura ni tan siquiera el oraje de esta tarde. Y mucho menos la apoteosis final. Eso espero.
Conozco a unos tipos que van siempre con corbata y con carteras de contable viejo o de cobrador del gas debajo del brazo, que han precedido el the end doscientas o trescientas veces. A pesar de ello, siguen impertérritos, sin mentir y encaramados a su atalaya.
Como bien sabes, piadoso lector, el mundo de este cronista se circunscribe a los límites de Tomelloso, una suerte de Comarca hobbitiana, plácida, plana y equidistante. En dos ocasiones se vio amenazado nuestro pacífico y vitícola mundo; en dos momentos de su escueta historia (o a lo mejor fueron más) pudo acabar la vida tal como la conocemos. Pero no creas que estas amenazas vinieron de los ejércitos de Sauron, no. Fueron episodios más de andar por casa, como no podría ser de otra manera.
En 1947 se produjo uno de los hechos que han quedado marcados en la memoria colectiva de esta tierra del Señor. Un episodio heroico y todo. En una de las recurrentes crecidas del Guadiana, nuestros bigotudos vecinos represaron el cauce del río ante la amenaza de que se llevase por delante el llamado Lugar Nuevo. Al contener las aguas, estas se desparramaron y principiaron a avanzar hacia nuestra bella ciudad, más baja a la sazón, en una avenida de cerca de dos metros de altura.
La amenaza de que Tomelloso quedase sepultado bajo las aguas, hizo que se movilizase todo el vecindario.
—¡Meloneros al lugar, que viene la fin del mundo!
Con carros, remolques, tractores, carretillas, espuertas, cubos o las meras manos se levantó un muro de contención, con tierra, piedras, madera, leña, etcétera de 6.400 metros y una altura y anchura de entre un metro y metro y medio. Libramos la pellica, afortunadamente, como reza en los anales: « […] Vecinos de Tomelloso / y humildes ciudadanos: / el peligro nos acecha / conviene que nos unamos.»
El 27 de agosto de 1952 vino el ciclón. En plena feria y a las cinco de la tarde como en romance lorquiano, llegó el meteoro a Tomelloso. Estaba celebrándose una corrida, un toro se había saltado la barrera y los municipales hubieron de matarlo a tiros y del susto mucha gente se marchó.
De pronto, el cielo se volvió encarnado y comenzaron a llover tejas, eran señales claras del postrer ajuste de cuentas. El personal se tenía que agarrar a las rejas de las ventanas para no ser arrastrados por el airazo. Los veladores y las sillas de las terrazas volaban. Los del circo, que estaba en plena representación, desalojaron al público, desplomándose después la carpa. La noria no la pudieron parar y la gente que estaba montada se tuvo que tirar en marcha cuando la barqueta llegaba abajo.
Voló los puestos y los géneros que éstos vendían: turrones, chocolates, cacerolas, muñecas, gambas, cocos, paloduz, caramelos, manzanas dulces, etcétera. Los muchachos (que es como aquí se le dice a los niños) se pusieron las botas, dedicándose a la caza de las mercaderías volateras. Al poco el cielo se puso negro como si fuera de noche, principiando a llover a manta rota, como entonces no había alcantarillado, el agua arrastraba en las cunetas los festivos productos, tal que la última escena de una película del neorrealismo italiano.
Pero afortunadamente, de aquellas dos pudimos contarla. Afortunadamente también con los mayas…
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