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Tomelloso
jueves, 25 julio

Carta a Francisco Izquierdo

izquierdo

Algo en la confianza de un hombre le obliga a adoptar una decena (a lo sumo) de decisiones relevantes en su vida.

Una de ellas es la del lugar en que habrĆ” de cortar su peloā€¦ porque el sillĆ³n de la peluquerĆ­a se convierte en una suerte de divĆ”n que, como en el del mejor psicoanalista, uno se vacĆ­a para sentirse reconfortado y pleno de confidencias.

Desde hace muchos aƱos, y sin obviar el compromiso por ningĆŗn tipo de circunstancia, quien esto suscribe se cita con el bueno de Francisco Izquierdo, historia y estirpe de la peluquerĆ­a en Tomelloso, para que arregle su pelo con ese cuidado toque personal que aĆŗna clasicismo y elegancia.

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La profesionalidad de Izquierdo, preciso cirujano capilar que cuida su actividad con los instrumentos mƔs adecuados, con el rigor de un artesano que en cada corte establece y marca su impronta, queda fuera de toda duda y su dilatada trayectoria le ha convertido, por mƩritos propios, en la referencia de la peluquerƭa masculina de nuestra ciudad.

Atesora, ademĆ”s, Don Francisco una muy buena costumbre para aquĆ©llos que continuamos afirmando (vaya usted a saber si acertadamente) que la tradiciĆ³n y las rutinas son dos de las mejores compaƱeras con las que el hombre puede suavizar el no siempre grato discurrir vivencial.

Y es que visitar su peluquerĆ­a (alzada en uno de los mĆ”s prestigiosos enclaves de la localidad) ofrece la posibilidad de participar (o escuchar, que es un arte poco practicado, pero igual de saludable) de una muy grata conversaciĆ³n con los ilustres habituales que pueblan las sillas de espera.

En las conversaciones, y haciendo mĆ”s placentera la espera o el corte de nuestro cabello, se repasa la actualidad local (ahondando en los detalles mĆ”s relevantes), los Ćŗltimos acontecimientos deportivos (en especial, futbolĆ­sticos), los avatares polĆ­ticos (ya sean de Ć­ndole general o mĆ”s cercanos) y, como no podĆ­a ser de otro modo, con la caballerosidad de los hombres antiguos (y de bien), porfiar y aventurar alguna maldiciĆ³n en las que, obviamente, la sangre nunca llega al rĆ­o.

SerĆ” por eso que muchos tememos el dĆ­a en el que (lejano estĆ©) Francisco decida (merecidamente) colgar sus tijeras. E imaginamos, con tristeza y desolaciĆ³n, pasear por la calle de la Feria y encontrar cerradas esas puertas y no atisbar la imagen de espaldas del magnĆ­fico peluquero en el interior de su recinto.

Porque los fieles a Izquierdo sabemos que conviene no tener el pelo demasiado largo (aunque a algunos incluso les pudiera beneficiar estĆ©ticamente) ya que perder la oportunidad de acabar en su sillĆ³n es uno de los peores negocios que uno puede firmar.

Suerte, Don Francisco. Larga vida y que Dios le mantenga su pericia (no sabe lo que nuestros cabellos se lo agradecen).

Un habitual de los parroquianos de la PeluquerĆ­a Izquierdo

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