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lunes, 23 diciembre
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Ambigüedades, por Andrés Cañas

ancianos

No creo que haya mortal que sepa lo que en realidad cuesta morirse, ni siquiera que tenga opción para decidir si esta dispuesto, o no, a sufrir de una agonía dolorosa y por supuesto cruel.

Lo que sí parece cierto es que si los enfermos terminales, desahuciados por la ciencia médica, han perdido toda esperanza de seguir viviendo y su agonía se prolonga de modo desesperante, consciente o inconscientemente, muchos de éstos paciente desean morirse.

Cabría imaginar, pues, cómo reaccionaríamos cada uno de nosotros si igual que se nos educa para afrontar la vida que nos toque vivir desde el primer momento, se nos preparase para al final poder elegir una muerte digna, Quién no habrá oído decir alguna vez: «quisiera morirme» o «qué pinto ya en este mundo». Incluso personas creyentes: ¿por qué Dios no me lleva con Él y al tiempo que descanso evito el sufrimiento que estoy causando a mis seres mas queridos?. Pues ni por esas.

No hace mucho tiempo visitaba en el Hospital a un enfermo recién operado de cáncer de laringe, con posibilidades de curación pero muy bajo estado anímico, y su familia al saber que yo estaba operado de lo mismo y felizmente curado, me suplicaba que hiciera lo que pudiese por ayudarles. «Usted que también estuvo como él y habla con la claridad que lo hace —me decía su esposa— seguro que puede sacarle del pozo en que cree que ha caído».

—Pueden estar seguros de que haré por ustedes todo lo que esté a mi alcance -le respondí- pero dejemos pasar unos días mas, para ver cómo reacciona cuando esté mas tranquilo y vea que no soy yo solo quién ha superado dificultades iguales a las que él encontrará ahora.

Torre de Gazate Airén

—Lo mismo se nos dice aquí, en el Hospital, pero es que verle a usted y oírle hablar con la facilidad que habla, nos da mucha confianza.

—Bueno, dentro de un par de días pasaré a visitarles y como ya estará mas animado veremos que se puede hacer. Pero ahora —insisto— en quién tienen ustedes que confiar es en la asistencia que reciba y seguir disciplinadamente las indicaciones de los médicos.

—Pues ese es el caso, mire usted -se quejaba la esposa- que pasa el médico a ver cómo va y ni siquiera abre los ojos para demostrar que le escucha. Y con las enfermeras hace igual.

—Comprendo que ahora estés todos un poco nerviosos. Les aconsejo que no se impacienten, ya que aun hace poco tiempo que salió del quirófano. Pero él tiene la ventaja de que es muy joven todavía y querrá curarse y seguir viviendo. Ya lo verán.

—Otra cosa somos nosotros —dije para mí tras despedirme— muchos hemos llegado a viejos gracias al beneficio de la medicina moderna y sujetos a controles médicos rutinarios, pero conscientes, también, de que el ciclo vital de cada unos ha de llegar a su término de manera natural e inexorable. Y es que prolongar la longevidad artificialmente podría suponer sufrir sin necesidad alguna.

—¿Cómo están tus abuelos, que hace ya tiempo que no les veo? —pregunté al nieto de unos amigos de toda la vida

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—Por ahora van tirando bastante bien. Y si se ven ustedes menos que antes es porque mis abuelos ya salen poco. Aunque como ellos pueden valerse por sí solos (todavía) algunos días se cogen del brazo y va a comprar lo que necesitan incluso a dar un paseo.

—No sabes cuanto me alegro. Les das un abrazo de mi parte y les dices que un día de estos pasaré a dárselos yo personalmente.

—Muchas gracias. Ya les diré que le he visto y seguro que se pondrán los dos muy contentos.

Y es que si la vida requiere ilusión y esfuerzo para compartirla y disfrutarla en sociedad, no seamos tan romos ni tan escasos de inteligencia como para negarnos a perderla con la misma dignidad con que hayamos intentado gozarla.

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