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miércoles, 18 diciembre
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Su mundo, nuestro mundo, por Pedro Muñoz Plaza

Como diría Julio Iglesias: «La vida sigue igual». La mayoría  continuamos aquí, en este mundo, en este país, con los pies en esta puñetera realidad. Otros, no en su mundo, si no en su galaxia particular. Parece increíble la desconexión de la realidad que alguna gente mantiene; como si de fumetas se tratara viven en su mundo, en una galaxia a años luz. Al parecer, en esos mundos solo existen números, estadísticas, rubias de bote y seres que caminan como levitando, con la espalda muy recta y mirando por encima del hombro todo lo que les rodea.

Luisa es la señora de la limpieza de toda la vida. Bien entrada en la cincuentena y divorciada, su contrato fijo, aunque a media jornada, es la fuente principal de sus ingresos. Con lo que saca por las tardes en varias casas particulares, completa el salario que viene a cubrir sus necesidades básicas, sin lujos. No se queja. Como están las cosas hasta se siente afortunada. Desde que se trasladaron al edificio nuevo, la han dejado sola; arriba dijeron que no era trabajo suficiente para dos limpiadoras. A veces se tiene que quedar fuera de su jornada porque no le da tiempo a terminar la faena, aunque la nómina ni se inmuta. Este verano, como los últimos años, no se ha tomado vacaciones. Eseñora de la limpiezal sobresueldo supone un alivio a sus ajustadas finanzas. Este verano ha trabajado gratis. Alguien arriba –será el mismo que despidió a la compañera– ha decidido no pagarle el trabajo extra de sus vacaciones. Seguramente a él le hacia más falta. No es funcionaria, pero como limpia la mierda de un edificio público han decidido que a ella tampoco le toca paga este año. Debe estar muy estresado el de arriba en su galaxia particular.

La vida sigue por aquí abajo, en este mundo.

Miguel ha vuelto a Soria. Después de 18 meses de litigios, tras el cierre de su empresa, sin cobrar, sin poder trabajar y sin paro y tras el desatasco del asunto en los juzgados, ha encontrado trabajo de nuevo en una zona en la que estuvo en la época del boom inmobiliario. Ya no es lo mismo, ahora el mes que llega a mil euros se puede dar con un canto en los dientes. «Me hubiera ido pagando –me dice muy serio–. El paro se había convertido en mi particular infierno. Pensé que iba a salir loco.»

Jesús hoy tiene un cabreo del diez. Como él dice: «el trabajo en su pequeño taller –que saca adelante solo– no da ni para pelarse». Al tiempo que abre la carta con la factura de la electricidad, le han llamado de la gestoría: i.v.a., i.r.p.f., autónomo, seguros, honorarios… «No puedo seguir –comenta derrotado–. Cuando acabo de pagar a todos no queda para mi familia».

Emilia, sus noventa años y su silla de ruedas, ha vuelto a estar en la comida familiar. Este año, con el empeoramiento en sus condiciones de movilidad se había complicado su traslado. El nuevo taxi adaptado que tenemos en el pueblo a supuesto un alivio, aún siendo fiesta.

Alguien, en la tele, habla de sobres, sobresueldos y millones de euros en Suiza. Uno de los tertulianos dice que no ve nada incorrecto, que en todo caso sería objeto de alguna sanción por no haber declarado al fisco esos ingresos. No he debido entender bien la idea  que intentaba transmitir este alienígena metido a tertuliano –mis entendederas son muy limitadas–. En su mundo, en su galaxia, deben hablar otro idioma.

Su mundo, nuestro mundo, por Pedro Muñoz PlazaUn afamado arquitecto, orgullo nacional que construye edificios de cientos de millones de euros, inútiles, ruinosos y pagados con dinero público, con nuestro dinero, ha trasladado su fortuna a Suiza. Tener la residencia fiscal en el país helvético permite al arquitecto esquivar los impuestos españoles. No quiere que nadie se gaste su dinero (nuestro dinero) en propiciar que otra gente, con la cara tan dura como él, haga grandes fortunas. Que bien conoce a sus otrora auspiciadores.

Es fin de año. Hace frío. Cae la tarde. Unos ya de fiesta, la mayoría preparando la cena de nochevieja. Él y yo aún trabajando. Baja de entregar la última notificación y sube en el asiento trasero de mi taxi. Cabizbajo, descompuesto. Casi sin querer se le escapa: «yo no he estudiado tanto para esto». Regresamos en silencio.

La vida sigue aunque parezca que se para a ratos. Mañana todos continuaremos con nuestra lucha particular. Luisa a su fregona, Jesús a su taller, Miguel a su zaranda a hacer puñetas de su casa. Trabajaremos en nochevieja para que Emilia cene con su familia y entregaremos notificaciones que no queremos entregar.

Mientras tanto, alienígenas que viven en galaxias lejanas seguirán con sus dogmas en torno a mesas de tertulia. Formar opinión le llaman. Darán ruedas de prensa, se llevaran millones a Suiza y tendrán el descaro de hacer leyes y reformas en las que presuponen nuestra inclinación a vivir de subsidios, nuestra tendencia a estafar a patronos, a bancos y al estado gastando medicinas que no necesitamos, visitando al médico cuando no estamos enfermos y pidiendo hipotecas que no podemos pagar.

Estaría bien que el afamado arquitecto conociera a Miguel (sus casas no tienen goteras, igual aprende algo). Estaría bien presentar a la rubia tertuliana y a Luisa. Les vendría bien a estos extraterrestres un baño de realidad a pie de obra, a pie de taxi, a pie de fregona. Estaría bien que acercaran un poco su mundo al nuestro.

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