Siempre que en la España rural, donde el cultivo y producción de productos agrarios es la principal fuente de riqueza y poco menos que único medio de vida para miles de familias campesinas, no llueve todo o que debería de llover, las gentes dedicadas a la producción de frutas, hortalizas, cereales, vinos, aceites, etc. se angustian al observar que las labores realizadas durante largas temporadas con tanto esfuerzo y esmero acaban sirviendo para poco. Con el agravante añadido de que la falta de agua propicia el aumento de incendios forestales – fortuitos o intencionados – que verano tras verano arrasan lo que va quedando de nuestros ya mermados bosques. Tampoco el ganado encuentra pastos frescos para alimentarse y sus dueños, a sabiendas de que es antieconómico, se ven obligados a recurrir a la utilización de piensos compuestos.
En cambio este año, en esa misma España reseca y rústica, son las lluvias torrenciales y el desbordamiento de ríos y acequias lo que está ocasionando daños irreparables en muchos casos. Extensas explotaciones agrícolas que gracias a los modernos métodos de cultivo que se están aplicando, al uso de la maquinaria y tecnología actual, hacen que se multiplique la producción y nutra de alimentos gran parte de la despensa de Europa, este año – insisto – se notará.. Y si antes digo «daños irreparables» es porque muchas de esas tierras cultivadas han estado demasiado tiempo bajo las aguas y lo han perdido todo.
De ahí que las humildes gentes que trabajan y del campo tengan el corazón en un puño, como suele decirse. Y si a tanta adversidad por los excesos atmosféricos unimos la decadencia integral por la ruina que la crisis está originando a todos los niveles, esa pobre gente ve que la pobreza más absoluta incluidas miseria y hambre está siendo una amenazante realidad.
Sí, ya sé que habrá quien diga que el perjuicio económico que hayan originado las torrenciales lluvias, las granizadas, los vientos huracanados etc. poco tiene que ver con la crisis económica y de valores morales que padecemos medio mundo por culpa de los «mangantes» que se supone la han generado.
Sin embargo, los perversos efectos de ambas situaciones sí están relacionados. La diferencia es que el perjuicio que ocasionan los excesos climatológicos se deben a fenómenos atmosféricos, en parte, suelen compensarse con los beneficios que aportan esas lluvias a otras plantaciones más resistentes.
En cambio, la crisis económica que sufrimos casi todos es la resultante del pillaje, la estafa desmedida, el latrocinio y la oportunidad de individuos sin escrúpulos con nombre y apellidos.
El consuelo de los débiles, de las víctimas que lo han perdido todo o casi todo en estos últimos años de crisis radica en que a toda esa gente malvada, sin vergüenza, que se esté aprovechando de bienes ajenos y de la buena voluntad de la población honesta, de nada le servirá ser dueños de las riquezas del planeta y confesarse, porque no podrán disfrutarlas en la medida que desearían y creen merecer.
Pues la miseria y el hambre de muchas familias necesitadas, en contraste con la abundancia y el lujo de unos pocos privilegiados, adictos de la avaricia desmedida y la ruindad de conciencia, sin el arbitraje de alguien con poder de convicción y fuerza, podríamos ver pronto a nuestro país en una situación tan conflictiva que por su dimensión haría imposible la convivencia ciudadana.
Pues una vez declarada la rebelión masiva de los ciudadanos descontentos, el odio sembrado entre unos y otros no puede producir nada bueno. Con lo cual, lamentarse después de haber colaborado en este infierno serviría para poco. Y como todos sabemos que sobran, me niego a poner ejemplos.