En los años que llevamos padeciendo la crisis, cada vez que se nos ocurre mirar hacia atrás por si vemos de donde nace y pudiésemos hacer algo para paliar sus terroríficos efectos, como lo vemos todo tan negro lo único que en parte nos consuela a los ciudadanos corrientes es oír frases como: «es una crisis mundial que salpica a muchos países de igual manera» … «que de otras crisis se ha salido incluso de algunas reforzados» …etc.
Ahora se nos pide que mantengamos la calma, que «con unos reajustes presupuestarios bastará para superarla «…y que esto pasa por «haber vivido todos por encima de nuestras posibilidades»… Y ahora —aunque nos duela— toca moderación en el gasto y austeridad, sobre todo.
Pero como pasa el tiempo y vemos que cada vez estamos peor, a la gente que ya le falta casi de todo se le acaba la paciencia y reacciona furiosa contra quién se supone que tiene el poder y los medios para ir dando pasos hasta solucionarlo. Pues cuesta entender que haya tramas de corrupción -presuntamente parte de la causa que originó la crisis- que nos retrata ante el mundo mundial con una indignidad infinita. Sin embargo, a las instituciones del estado ni a sus máximos responsables les consta.
De ahí que si resultase ser verdad lo que se viene denunciando últimamente sabremos que son ellos mismos, los nombrados para vigilar la democracia, quienes roban a manos llenas sin que se conozcan los «zulos» donde entierran el botín. Y como ya son de dominio público no repetiré nombres, si no que me limitaré a hacer hincapié en aquello que la mayoría de ciudadanos sospecha y cree: «Que debe haber individuos, dentro de la administración pública, que usando de las libertades que otorga la democracia saquean las arcas de la hacienda del estado hasta donde pueden, sin reparar en que el fin será llevar al país a la ruina». Además de ser todo ello desolador, resulta hasta repugnante ver que aún hay algunos críticos de todas las especialidades convertidos en «tertulianos» como esos que mañana, tarde y noche ocupan espacios en emisoras de radio y canales de televisión que a cambio de unos eurillos osan decir «que corruptos somos todos, por admitir que el fontanero del barrio -por poner un ejemplo- nos cambie el grifo del lavabo y no nos haga factura». Claro que si se la exigiésemos nos la haría, pero viendo la actitud miserable de altos cargos en lo público y lo privado incluido la crónica sordera de la justicia, corremos el riesgo de que el fontanero nos llame «gilip. . . .» y con razón.
—Esto ya está listo. ¿Ve usted como funciona? -me dijo el «chispa» del barrio una vez reparado el interfono (portero automático) de casa-.
—Muy bien muchacho, qué te debo?.
—Va, como solo ha sido un momento, deme usted lo que quiera.
Le doy un billete de veinte euros y otro de cinco sin saber si era mucho o poco, pero se ve que le pareció bien porque me dio las gracias.
Después de decirnos adiós y marcharse, pensé; ¡coño! debía de haberle pedido factura, que el «Horno no está para bollos» —me dije a mí mismo—. Claro que al ser una cantidad tan pequeña, el delito que ambos cometimos no es para tener pesadillas que nos quiten el sueño.
Sin embargo, lo que no puedo evitar es sentirme una pizca culpable, eso sí.