Uno llega a este sábado con las meninges derrengadas y exhaustas. Tal vez del calor. O de las emociones. Hay veces que lo acontecimientos se ponen de nuestra parte; las buenas noticias son para celebrarlas, ma non troppo, no sea que la cosa se tuerza. Ya se sabe.
El dolor de cabeza distrae, impide la concentración; me trago un paracetamol de esos efervescentes con sonido a niñez; pero sin sabor a naranja. Pongo la tele. Busco con fruición algo que no sean anuncios de cucarachas huyendo de unas ondas que solo ellas detectan. Ya lo dijo Chesterton: «Cuando el hombre deja de creer en Dios, se cree cualquier cosa». Almohadillas rellenas con “gel terapéutico” llamando al número que aparece en pantalla. Chanclas mágicas sobre las que botan huevos tirados desde una escalera. Se conoce que la calidad de la televisión va pareja a la de sus anuncios. Llame ahora para hacer su pedido y si es de los cincuenta primeros le damos dos.
En una emisora local reponen el programa de un curandero que dan los lunes por la noche —alguna vez he llegado a él y me he parado a verlo subyugado—. Pero no uno de esos que miran de asiento y colocan huesos, no. El tipo con voz engolada y regañando a la posible audiencia dice que lo que hace es porque se lo dice su amigo Jesús. En ese punto ladea y mira un crucifijo plateado, horrendo y seguramente blasfemo. Mueve los brazos, tartajea y asegura que el Hijo del Hombre le dice al oído como tiene que prepar un agua que el operario despacha y que por lo visto, si la Niña de Fuego la hubiese bebido le habrían puesto la Niña del Pozo.
El brujo, al que como digo he seguido durante los últimos años, ha ido acumulando oro en su atuendo: las gafas, un pendiente, esclava, sortijas, anillos, bolígrafos. Se le nota que le ha ido yendo bien la faena al hechicero. Saca en el programa a dos hermanos, melgos, con gafas también doradas que asienten todo lo que dice el curalotodo, le hacen el paso y reafirman lo que perora el jefe con las frases más surrealistas y mamporreras. Se ve que van a comisión, o algo.
—¡Tú que no crees en esta agua! ¡Vas a tener que hacer cola para beberla! ¡Y veremos si puedes pagar el precio! —arenga
En la clac también hay, casi siempre, un mostrenco con físico prehistórico. Un cuerpo enorme con una cabeza pequeña, jibarizada, pero con voz aguda, como si estuviese doblado. No es tan listo como los medios y sus aseveraciones son poco tenidas en cuenta, el ensalmador las ningunea. Obvia sus observaciones, pero el goliat insiste, impasible el además. Uno piensa si ese maltrato no será una suerte de iniciación.
Los curas y los médicos son sus enemigos. Los curas no creen en Dios, en ese Jesús que tiene a su vera. Además, ya no hablan en latín, ni la gente se pone de rodillas en misa cuando se levanta al Santísimo. Los médicos no toman en serio al santero (pero, ¿qué trabajo les cuesta?), hasta que tienen una hija mala. Entonces…
—¡Si yo os contara!
Además, uno de los medios explica que los médicos son hombres que estudian en libros escritos por otros hombres. Y el curandero no receta pastillas.
Acaba. Se despide gritando. Los títulos de crédito van sobre imágenes (diseñadas en el origen de la informática) de crucifijos, calaveras y voces graves con eco. Son del tipo, las voces digo, más engoladas y con eco: siempre da más prestancia y credibilidad.
Y nos acordamos de Max Estrella.