A medida que avanzamos en la existencia de cada cual, que los años se cumplen, el bagaje e incluso lastre de la vida nos proporciona experiencia que, muchas veces, asimilamos a recuerdos de consejos y charlas con nuestros mayores, con la sabiduría que se desprendía de quienes unían en sus palabras muchos años, mucho vivido y todo el amor .
“Siéntate y siéntete…”, eso me decía mi abuela cuando, nervioso por cualquier asunto, me atrevía a contárselo. Otras veces eso lo resume muy bien el dicho…”cuenta diez antes y si es preciso y el tema lo requiere, cuenta hasta cien”.
Vamos rápido, con mucha prisa por la vida, el reloj marca casi todo en el día a día, no nos sentamos lo necesario, no dejamos descansar los cuerpos para que músculos y nervios se relajen, pero ello supone algo peor; no nos sentimos, no escuchamos ni al corazón ni a la razón.
La necesidad de auto escucha, lo imprescindible que resultan los silencios con uno mismo, ese parón que oxigena el ánimo, que reconduce el camino, parece que no es lo que está de moda.
Nos instalamos en el “quejio”, en las comparaciones, en tener más, sí más de todo lo comprable, y menos de todo lo no vendible.
Hace falta estarse quieto muchas veces, puede que se gasten energías en mucho ir y venir y no se tengan las “pilar cargadas” cuando de verdad hay que estar e incluso correr.
Pero para eso, para la necesaria dosificación del gasto de energía vital, antes tenemos que sentirnos y sentarnos, escuchar la multitud de voces interiores que a veces nos gritan porque nos hemos ensordecido por los ajetreos exteriores,¿ perder? minutos en actividades superfluas puede suponer encontrar las horas para las acciones importantes.
Quedarse a solas es propiciar la mejor forma de estar con los demás. Sentirse uno mismo es el sendero idóneo para comprender a los otros. Pararse es el camino para no deambular a la deriva. El folio en blanco, que puede suponer el día siguiente, es el mejor soporte para intentar no escribir muchas líneas negras.
Saber de la realidad que nos rodea puede ser, si nos sentamos y nos sentimos, una forma de evitar las múltiples montañas rusas en las que nos subimos en muchas ocasiones para buscar lo que “no tenemos” sin valorar con justa ponderación las “suertes” que la vida nos ha otorgado.
Ya lo decía el escritor estadounidense Kurt Vonnegut :
“Concédeme, Señor, serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valentía para cambiar las cosas que sí puedo cambiar, y sabiduría para conocer siempre la diferencia”.