He de reconocer que incluso yo en su día llegué a pensar que la Unión Europea era un proyecto interesante que nos traería progreso y bienestar social. A pesar de que este país progresó, y que nuestro bienestar y nuestros derechos sociales crecían, empecé a temer por la evidente pérdida de soberanía, pero por otra parte los discursos de los euroescépticos se me antojaban un tanto ultranacionalistas. La experiencia histórica de dos grandes guerras en Europa aconsejaban descartar el absurdo patriotismo nacionalista y abrazar el europeísmo como una idea progresista y lógica en un mundo cada vez más globalizado, lo que quisimos ignorar es que esta Unión Europea era un coto privado para las economías de países como Alemania y Francia, los cuales necesitaban ampliar y controlar sus mercados para afianzar sus economías y tener una moneda fuerte para competir con el gigante USA.
Seguramente la mayoría de nosotros en los últimos años hemos aprendido nociones básicas de macroeconomía a nuestro pesar. Hoy casi todos sabemos, aunque no lo sepamos explicar, que son los mercados, las agencias de calificación, la prima de riesgo, los bonos basura, los activos tóxicos, y que papel juegan en la economía europea el FMI y el BCE. Gracias a esta crisis nos hemos enterado de que los Bancos Centrales de los países de la Unión no tienen ningún poder de decisión, pero que el BCE tampoco puede ejercer de Banco Central, y se limita a ser un gestor de los recursos monetarios de los poderosos bancos alemanes y franceses (sobre todo alemanes).
La Unión Europea es una falacia; políticamente ha sido un desastre, y los dirigentes europeos con sus políticas de sumisión a Alemania y al FMI han generado esta crisis, que como una bola de nieve va creciendo, y no tienen ni las ganas ni el coraje para pararla. La cansina exigencia a los países periféricos de la inexcusable reducción del déficit sólo ha generado el crecimiento de éste, por los tiránicos intereses que los bancos europeos cobran basándose en la prima de riesgo, prima de riesgo que los propios mercados imponen por medio de sus mercenarias Agencias de Calificación. Países como Grecia han pagado su deuda multiplicada por tres, pero son los propios holdings financieros europeos los que por una extremada avaricia depredadora están impidiendo que pueda remontar, y para colmo la despojan totalmente de su soberanía.
El caso de España es similar. Sin la posibilidad de tomar las riendas de nuestra economía, y con los alternativos gobiernos del PP-PSOE que en ningún momento se han planteado una salida al Neoliberalismo desde las instituciones europeas. Gobiernos que como el burro con la zanahoria han creído a pies juntillas todas las consignas que desde el BCE, salvaguarda de los intereses económicos de Alemania y de los grandes holdings financieros, les han ido lanzando. Estos gobiernos, demostrando su incompetencia, han ido degradando nuestro sistema democrático y han ido cediendo soberanía siendo incapaces de buscar otro camino. La solución puede estar dentro del euro o fuera, es precisa una mirada colectiva hacia otro lado desde los gobiernos europeos, pero eso solo puede salir de las urnas. Francia puede iniciar el camino, Grecia también tuvo la oportunidad desde la desesperación pero el miedo y la manipulación mediática lo impidieron, si la izquierda europea se plantea un nuevo rumbo fuera de éste capitalismo salvaje que ha devorado a su propia vacuna: La Socialdemocracia!. Un nuevo camino que aún está por descubrir, la izquierda se tiene que reinventar y ofrecer una salida digna, fuera del sistema neoliberal sin caer en dogmatismos trasnochados, con la convicción de que los avances sociales que siempre defendió terminó asimilándolos incluso la derecha.
Como proponen los nuevos economistas de ATTAC: Con carácter inmediato hay que plantear una quita en toda Europa de la deuda existente, que es completamente imposible que se pueda pagar, repudiando la deuda generada por la financiación privada y por la especulación en los mercados; modificar el estatuto del Banco Central Europeo para que financie sin intereses los gastos extraordinarios de los gobiernos (sin perjuicio de que eso deba ir acompañado de un control de las demás circunstancias que provocan un crecimiento inadecuado de la deuda pública que debe limitarse a financiar necesidades extraordinarias o las inversiones que necesita el desarrollo integral y sostenible de las economías); la prohibición de los paraísos fiscales; la puesta en marcha de un plan de lucha contra el fraude en toda Europa y de reformas fiscales progresivas con figuras impositivas que graven las transacciones financieras y particularmente las de carácter especulativo; recuperar el poder adquisitivo de las rentas más bajas para generar actividad, empleo e ingresos públicos; prohibición de la utilización de productos financieros vinculados a las necesidades sociales básicas o a los recursos estratégicos de las economías; y reformas políticas que fortalezcan las democracias el control, social y la participación ciudadana. Aunque, siendo realistas, hay que señalar que para frenar de verdad la deuda pública y no echar sobre las economías una losa insoportable e insostenible en forma de gasto público corrupto y despilfarrador, será necesario a medio plazo avanzar aún más, estableciendo controles de capital para evitar la constante inestabilidad monetaria, desmercantilizando el trabajo y repartiendo el empleo, y configurando nuevos regímenes de propiedad y de derechos asociados a ella para evitar la concentración actual de los recursos y el dominio de los mercados y de la sociedad por los grandes grupos de poder empresarial y financiero.
Pero, con todo eso, la mayor reforma que Europa necesita es la de su sistema político. El sistema democrático occidental, que ha sido el único referente exportable durante décadas, ha sido víctima de sus propias reglas. Un sistema cuyas bases primigenias están en la antigua Grecia, y que ya entonces demostró sus limitaciones evolutivas, que ha llegado hasta nuestros días sin la capacidad de adaptación a los tiempos y la evolución pertinente. El sistema va perdiendo fuelle y se ha enquistado, vivimos una de las crisis mayores de la historia, porque el poder financiero ha corrompido el sistema político.
Nuestra clase política ha perdido toda su perspectiva ideológica, y se ha entregado a una orgía de corrupción e indignidad, propias de los tiempos de la caída de Roma. El ciudadano común, aquel al que convencieron de que la democracia consistía en acudir a las urnas cada 4 años y delegar en unas personas a las que daban por hecho preparadas para gobernar, ahora se siente indignado y repite el discurso malintencionado de que todos los políticos son iguales, y por desgracia la mayoría de la clase política se empeña, una y otra vez, en darles la razón, con el consiguiente riesgo de que se repita la historia y que lleguen unos iluminados salvapatrias y arrasen con todo (mucho cuidado).
La vieja Europa debe mirar hacia otro lado, o quizá deba empezar a mirarse a sí misma, a su historia y a su cultura. La globalización no le ha sentado nada bien, pero tenemos los recursos humanos y culturales para inventarnos, sólo que vamos de cabeza hacia un camino sin retorno, y cada vez tenemos menos margen de maniobra. Los gobiernos no hacen otra cosa que pedirnos sacrificios, pero esos sacrificios no nos prometen la solución, solo pueden alargarnos la agonía.