Que tendrá lo misterioso que a todos nos atrae desde pequeños. Nos basta ir aprendiendo a vivir para rendirnos ante la sorpresa. Parece no acabarse la hondura del la mirada del niño que se enfrenta a su primer misterio.
Qué tiene el misterio que si te acercas demasiado, como al sol, te quemas.
Cuántas decepciones cuando el misterio se desvela antes de tiempo.
Cuánta desazón al comprobar que nada asombra.
Al misterio hay que acercarse despacito, como dejando a cada paso lo que sobra, al misterio se llega libre de cargas, desnudo si hace falta.
Al misterio se llega de rodillas.
A tu misterio se llega de rodillas.
Perdóname las veces que me olvido que tu interior es lugar sagrado. Las veces que te mido con mi vara. Perdóname cuando te hablo recreándome en mi misma. Perdona los consejos descarnados sin haber probado la hiel que hoy te hace daño. Perdona que te prejuzgue con “mi sabia necedad”. Perdona la violencia celosa con que entro en tu silencio exigiendo tu atención.
Deberíamos descalzarnos antes de entrar en el misterio que es la historia personal de cada uno –lo recordaba hace pocos días una amiga peregrina y no dejo de darle vueltas-.
Descalzarme antes de adentrarme en tu interior. Descalzarme y arrodillarme para sentir lo que sientes, para que me duela lo que te hace daño, para escribir tu historia en lo profundo de mi vida. Que me mate el frío del hielo que te duerme miembro a miembro y me consuma el ardor del fuego que te quema.
Permíteme que descalza me acerque a tu misterio, sin más arma que el amor, quiero conquistar tu alma y alcanzar ese tesoro que llevas dentro.
Dejé las sandalias, ya nada me impide verte como Dios soñó que fueras.