Con motivo del 25N, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, la doctora en Psicología Elena Benito ha abordado en una entrevista la preocupante realidad de la violencia de género en la adolescencia. Según la especialista, se trata de un problema cada vez más frecuente que requiere de una mayor visibilización, formación y capacidad de detección tanto en el ámbito familiar como educativo.
«Cada vez somos más conscientes de la importancia de este tema. Ya se está investigando cómo viven nuestros adolescentes estas situaciones y si saben identificarlas», señala Elena Benito, citando estudios recientes del Instituto de la Juventud.
Violencias normalizadas: control, acoso digital y abuso emocional
Uno de los aspectos más preocupantes, según la psicóloga, es que muchos adolescentes no reconocen como violencia determinadas conductas que ya forman parte de su día a día. «Hay chicos y chicas que creen que es normal poder revisar el teléfono de su pareja, subir fotos sin consentimiento o controlar sus redes sociales», alerta.
Benito subraya que este tipo de comportamientos, como el control o la posesividad, son formas de violencia que no se ven a simple vista, pero que afectan profundamente al bienestar psicológico. “También hay abuso emocional, cuando alguien te hace sentir menos, te critica constantemente, o te limita. Muchas veces cuesta verlo porque parece que las palabras no hacen daño, pero sí lo hacen”, afirma.
Otro fenómeno creciente es el ciberacoso, especialmente relevante entre jóvenes que han crecido en entornos digitales. «No se trata solo de agresiones físicas. Que te cojan fuerte del brazo o te empujen también es violencia, y muchos adolescentes lo ven como una muestra de afecto o normalidad», advierte.
Cómo detectarlo: señales de alerta en el comportamiento
Detectar estas situaciones no siempre es fácil, pero existen indicadores que deben hacer saltar las alarmas. Benito insiste en observar cambios conductuales: «Si una adolescente está más apática, se aísla, publica muchas fotos con su pareja o deja de relacionarse con sus amistades, pueden ser señales de que algo está pasando».
Además, pueden aparecer síntomas físicos o emocionales como ansiedad, alteraciones del sueño, pérdida de apetito o incluso conductas de riesgo como el consumo de alcohol o sustancias. En casa, estos cambios a menudo se interpretan como parte de la adolescencia, lo que dificulta una intervención temprana. “No todo enfado es rebeldía. A veces es una señal de sufrimiento”, recalca.
El papel de la familia, la escuela y los profesionales
La intervención debe partir, en primer lugar, del entorno más cercano. «Observar, no juzgar y preguntar qué le pasa a nuestro hijo o hija es clave. A veces no contestarán a la primera, pero debemos hacerles saber que estamos ahí», explica la psicóloga. También destaca la necesidad de que las familias construyan vínculos sólidos desde la infancia para que los menores sientan confianza al pedir ayuda.
En cuanto al entorno educativo, Benito subraya que cada vez hay más implicación: «Desde centros de la mujer, servicios sociales o asociaciones se están llevando charlas a colegios e institutos. Se trata de enseñarles a identificar qué es una relación sana y qué no lo es».
La consulta psicológica suele ser el último paso cuando la situación ya ha escalado. “Muchos adolescentes llegan muy rotos, con culpa, sintiéndose responsables de lo que les ocurre. Nuestro trabajo es hacerles ver que no son culpables y que nadie merece pasar por esto”.
Información, prevención y referentes seguros
Para prevenir la violencia de género en edades tempranas, Benito insiste en que lo más importante es ofrecer información contrastada y accesible. «Si yo no se lo explico, lo buscarán por su cuenta. Y puede que lo primero que encuentren no sea lo más adecuado», alerta, refiriéndose al acceso fácil a contenidos violentos o pornografía en internet.
Además, reclama la necesidad de que los adolescentes cuenten con figuras de apoyo tanto dentro como fuera de casa. «Hay que enseñarles a pedir ayuda. Y como sociedad, dejar de normalizar ciertos comportamientos como los insultos o el control en las relaciones. Eso no es amor, es violencia», concluye.

Recomendaciones clave para las familias
Para cerrar, Elena Benito ofrece algunos consejos básicos dirigidos a las familias:
- Observar cambios de conducta o estado de ánimo.
- No asumir que todo es parte de la adolescencia.
- Establecer vínculos de confianza desde la infancia.
- No juzgar ni prohibir de forma tajante, sino acompañar y orientar.
- Facilitar información adecuada y hablar de temas difíciles con naturalidad.
- Estar atentos a señales de aislamiento o comportamientos de riesgo.
- Tender la mano sin imponer: “Estoy aquí para lo que necesites”.
Porque prevenir la violencia de género en la adolescencia comienza por escuchar, informar y acompañar. Un reto colectivo que exige la implicación de familias, escuelas y toda la sociedad.








