Pedro A. González Moreno es el flamante ganador del Premio de Periodismo del XIII Certamen Cultural Virgen de las Viñas con el artículo “Vino, tinta del alma”. Nacido en Calzada de Calatrava en 1960, ha publicadoseis libros de poesía, “La erosión y sus formas” de 2007 es una antología de su obra hasta 2006; “El ruido de la savia” de 2013 es su último poemario. En prosa ha editado el ensayo “Aproximación a la poesía manchega”, la novela “Los puentes rotos” y el libro de viajes “Más allá de la llanura”.
Ha obtenido los premios «Joaquín Benito de Lucas 1985», accésit del premio «Adonais» 1986, «Villa de Madrid-Francisco de Quevedo 1997», «Tiflos 2005», «Alfonso el Magnánimo 2010», XXIV «José Hierro» 2013, «Villa de Aoiz» 2006, «Manuel Alcántara» 2007, IX premio «Río Manzanares» de novela y el Premio de Periodismo del XIII Certamen Cultural Virgen de las Viñas.
Pedro A. va a presentar este viernes en Tomelloso “Palabra compartida” una antología de Eladio Cabañero, el poeta de Tomelloso, que él ha elaborado, acompañado de una introducción en la que redunda sobre la calidad humana de Cabañero.
Ambos acontecimientos son la excusa para conocer la figura de Pedro A. González.
—La primera pregunta es obvia ¿Qué ha supuesto para usted el Premio de Periodismo del XIII Certamen Cultural Virgen de las Viñas?
Una gran satisfacción, por supuesto. En primer lugar porque viene de Tomelloso, un pueblo con el que me unen muchos recuerdos y muchos afectos. Y en segundo lugar por tratarse de un premio de artículos, un género por el que siento cada vez mayor interés.
—¿Le siguen emocionando los galardones a pesar de ser un laureado poeta?
Los premios son como una pequeña lotería y a menudo interviene en ellos el azar, por eso uno los recibe siempre con ilusión. Y además suponen el reconocimiento a una labor determinada, y esa alegría no se desgasta ni con el paso de los años ni con el paso de los premios.
—¿Qué cuenta en “Vino, tinta del alma”?
Se trata de un elogio del vino, de sus efectos beneficiosos y sus virtudes terapéuticas, porque el vino no sólo es bueno para la salud del cuerpo sino también para la del alma. Y uno de esos efectos positivos es que sirve de estímulo para la escritura, por eso y quizás un tanto hiperbólicamente, he considerado que el vino es como la tinta del alma, y con ella escribimos.
—Lo publicó en un medio editado en Tomelloso…
Sí, en El Periódico del Común de La Mancha, que es uno de esos lujos que sólo pueden permitirse pueblos como Tomelloso: el de tener un periódico propio.
—¿Se siente cómodo en el artículo periodístico?
Sí, he escrito sobre todo poesía, narrativa y crítica literaria, pero el artículo es un género en el que me encuentro cada vez más cómodo. Me parece un género muy vivo y ágil, un espacio de libertad creativa que no tiene las limitaciones de otros géneros literarios, y que por eso admite todos los registros posibles. Además, Larra le dio dignidad literaria al artículo periodístico y después de él muchos y muy buenos autores han seguido por ese camino.
—Algunos poetas consideran que el género que cultivan es minoritario y endogámico. Los poetas se leen entre ellos, aseguran, ¿a usted qué le parece esa afirmación?
Me parece que, por desgracia, los que afirman eso no dejan de tener razón. La poesía es – lo ha sido siempre- un género de minorías, eso es algo que forma parte de su propia naturaleza y hay que aceptarlo. Aunque hay bibliotecas, clubs de lectura, e incluso algunos colegios donde se fomenta su lectura, es muy difícil que la poesía llegue al lector de la calle.
—Siguiendo con los premios, ya sabe que la prensa siempre busca lo llamativo, Premio Francisco de Quevedo y Premio José Hierro, menudo par ¿Siguen vigentes esos dos autores?
Nunca han dejado de tener vigencia. La poesía satírica, metafísica y amorosa de Quevedo lleva vigente tres siglos y, en cuanto a José Hierro, seguramente será uno de lo pocos poetas que quedarán del siglo XX.
—Los manchegos tendemos a identificar a Quevedo como nuestro…
Villanueva de los Infantes y Torre de Juan Abad son dos buenas razones para ello. Sin embargo, a Quevedo le tiraba más la Corte; estas tierras fueron para él un lugar de destierro. Lo que él llamó “la paz de estos desiertos” dejó muy poca huella en su obra.
—Con “El ruido de la savia”, el Premio José Hierro 2013, usted regresa a Calzada, si es que alguna vez la dejó.
Sí, es cierto que en “El ruido de la savia” vuelvo a mis raíces, al mundo de mi infancia y al de mis antepasados, pero la verdad es que nunca los abandoné del todo. En mi vida y en mi obra, siempre estoy volviendo a mis orígenes. Una buena prueba de ello es también mi novela “Los puentes rotos” y, sobre todo, mi libro de viajes “Más allá de la llanura”.
—El pasado siempre está ahí, más o menos borroso pero siempre presente…
El pasado siempre nos acompaña, aunque a veces queramos desprendernos de él. El pasado es la memoria y, para bien o para mal, estamos condenados a convivir siempre con ella. En el pasado están las raíces de las que se alimenta el árbol de la vida de cada uno, y si esas raíces desaparecen, el árbol acaba secándose.
Palabra compartida
—El próximo viernes 21 va a presentar en Tomelloso “Palabra compartida”, una antología de Eladio Cabañero, ¿Qué va a encontrar el lector en ella?
Va a encontrar la poesía de uno de los autores más auténticos de su generación. Y también va a encontrar una introducción en la que intento explicar la calidad humana del hombre y la altura del poeta.
—Eladio definía a la poesía como “buena para las personas”
Eladio era un hombre bueno y creía en la bondad natural del hombre, como también creía en la poseía, en su capacidad redentora, por eso dejó escrito que un verso tal vez podía salvar a una persona. Él mismo definió la poesía como “cosa cordial, buena y necesaria”, y llegó a decir que a él le servía para ser mejor. Un planteamiento que hoy podría resultar más bien utópico pero del que él estaba firmemente convencido.
—Qué pronto le llegó la “sequía creadora” a Eladio…
Sí, dejó de escribir con solo cuatro libros publicados, cuando las musas le abandonaron. Pero creo que cuando uno está seguro de que ya ha dicho todo lo que tenía que decir, es preferible callarse. A mí esa actitud me parece muy juiciosa y muy respetable. Él mismo dijo que la inspiración “lo mismo que urgentemente acude, sigilosamente se va…”
—No cree usted que nos hemos olvidado pronto de Eladio Cabañero
Algunos no le hemos olvidado nunca, ni como hombre ni como poeta, pero hay que reconocer que la poesía española derivó hacia planteamientos éticos y estéticos distintos a los suyos. En todo caso, el sentido de esta antología era ese: el de contribuir a que se mantenga vivo su recuerdo.
—En la introducción que usted hace —magnífica, exquisita, brillante, certera y emocionante— aparece por todas partes la gran humanidad de este hombre, tan alejado de la petulancia.
Es una de las cosas que más valoré en él, su gran sencillez y humildad, su gran calidad humana, que también se refleja en el compromiso solidario de su poesía. Y todas esas son virtudes cada vez más difíciles de encontrar dentro del mundillo literario, tan poblado de vanidosos.
—Nunca se bajó del andamio, ni dejó Tomelloso…
El andamio era para él como un símbolo de su pasado, algo que le mantenía muy bien amarrado a su pueblo y a su memoria. Y él siempre fue por la vida con un pie puesto en la realidad y con el otro puesto en sus recuerdos.
—¿En que anda actualmente? “La Erosión y sus formas” necesita una actualización…
Sí, hace ya siete años que se publicó “La erosión y sus formas” y desde entonces he publicado dos nuevos libros de poesía. Quizás vaya siendo hora de actualizar esa antología, pero es un proyecto que aún no me he planteado seriamente. En prosa, tengo recién publicada una novela juvenil, “La estatua de lava”, aunque es una obra que sólo está concebida para que se lea y se difunda en centros escolares.
—Para acabar y como concesión al chauvinismo ese ¿por qué creé usted que La Mancha y particularmente Tomelloso dan tantos artistas?
Quizás sea, en el caso de los pintores, por esa luz mágica y tan especial que hay en La Mancha. Pero en los demás casos, no resulta tan fácil explicarlo: puede que se trate de una más de las muchas paradojas que forman parte de nuestra identidad.