La vida en la Mancha, y mas concretamente en Tomelloso, se rige por un ciclo anual que gira en torno a la viña y al vino, un ciclo que no tiene principio ni final, pues cuando los vinos ya reposan en las bodegas, las cepas han de podarse para planificar la próxima cosecha. Muchas industrias de aquí también nacieron en torno a la viña y al vino, por eso la mayoría de nuestras actividades dependen de ellos, una gran parte de los pequeños y medianos negocios dependen en gran medida de la vitivinicultura, y se podrían considerar industrias auxiliares de la misma.
Hasta hace un par de décadas, cuando llegaban estas fechas Tomelloso se plagaba de olor a mosto, y por las calles de la ciudad se podían ver estampas como la que hemos podido ver hoy. Al atardecer, los pequeños agricultores o no tan pequeños (pichuleros), exhibían orgullosos el resultado de toda una jornada de vendimia, en sus remolques bien cargados y con su colmo “a cuatro aguas”. Hoy sólo existen unas cuantas grandes bodegas en el extrarradio, y esos estímulos sensoriales casi son imperceptibles.
La actividad cotidiana durante la vendimia consistía, en muchos casos, en la convivencia de toda la cuadrilla en el campo durante los 20-30 días de duración de la misma. Mientras el carrero iba hasta Tomelloso con el carro cargado, el resto de la cuadrilla iba acumulando las uvas recolectadas en grandes serijos de esparto, los grandes propietarios fueron los primeros en mecanizarse, pero antes de eso disponían de varios carros grandes (galeras) y al menos un par de yuntas de mulas para ir abasteciendo de uvas las bodegas de forma continuada.
Entonces la mayoría de ellos tenían sus propias bodegas en las casas, con sus cuevas llenas de tinajas donde se fermentaría el mosto. Tomelloso entonces era producía un olor especial que era una mezcla del mosto fresco y del mismo mosto en fermentación, un olor característico que sigue estando en la memoria olfativa de los mayores de 40 años.
No hace mucho tiempo, los comerciantes de Tomelloso vendían a crédito y cobraban «a remate de vendimia». Toda economía local estaba mucho más ligado a la vid. Las familias enteras trabajaban durante más o menos un mes en la recolección de la uva, y al finalizar esta se les pagaba. Los pequeños propietarios, que eran muchos, recogían la cosecha de su viña, de una o dos hectáreas, y la vendían a la cooperativa o a algún bodeguero. Los bodegueros vendían gran parte de su vino a las destiladoras, y todo ese ciclo se complementaba con el resto de negocios locales: Los talleres de herrería, que herraban a los animales de carga (básicamente mulas), los arados y todo tipo de aperos de labranza, y que posteriormente con la mecanización del campo, fabricaban remolques, Los talleres de calderería, que reparaban y fabricaban los aparatos de destilación, o los guardicioneros que hacían los aparejos para los animales de carga.
Era una economía cerrada y casi autónoma que abría y cerraba ciclos, en la que todos dependían de todos, y en la que ningún eslabón de la cadena podía romperse, por lo tanto se estableció un sistema de venta a crédito, que no solo afectaba a las tiendas de alimentación, pues hasta la ropa se compraba a crédito, y los jornaleros que trabajaban a salario semanal, recibían el fin de semana la visita del cobrador. Pero en muchas casas, las compras más importantes (los muebles, el vestido de novia, el ajuar, la motocicleta o el televisor) se compraban o se pagaban “al remate de vendimias”. Se generó así una cultura de compromiso con la deuda adquirida, que en la mayoría de los casos era como una religión (podemos adaptar aquí la famosa frase hecha eso de “pagar religiosamente).
Fue a finales del siglo pasado, y principios del actual, cuando se transformó todo el sistema de trabajo en las viñas de La Mancha. Se comenzaron a “emparrar” las cepas (cultivo en espaldera), al mismo tiempo empezaron a aparecer las primeras máquinas de vendimiar. Para usar esa maquinaria era necesario el cultivo en espaldera, aunque el fin de ese cultivo tenía en principio otras causas como son la insolación generalizada de toda la planta, y hacer más fácil la recolección de la misma. No obstante esa transformación tecnológica, aunque ha quitado muchos puestos de trabajo temporales, pero ha generado puestos más estables durante todo el año, ya que la viña en espaldera necesita de una constante revisión y adaptación.
Con la Globalización de la economía y el progreso tecnológico, ese sistema de antaño se está desmoronando Es cierto que la economía local sigue dependiendo en gran parte de la viña y el vino, pero ahora ya no compramos a crédito hasta remate de vendimias en la tienda de la esquina, sino que compramos por Internet y pagamos con una tarjeta de crédito, por lo que esas tiendas que tanto hicieron por todos nosotros, están cerrando una a una, y nuestra ciudad se va viendo poco a poco como una ciudad fantasma en la que los locales comerciales vacíos llenan las calles de una triste desolación, de la que quizá aún no seamos conscientes. Y con la desaparición de ese pequeño comercio, también está desapareciendo parte de nuestra cultura tan especial y única.