La energía procedente del petróleo, que hasta ahora ha sido utilizada tanto para el trabajo como para el ocio escasea. Tenemos que afrontar el fin de esta abundante energía: asumir el fin gradual de los combustibles fósiles y planificar, organizar y distribuir la reducción del consumo, distinguiendo entre el consumo esencial y el no esencial…
La escasez de diesel es ya una realidad: escasea en la costa Este de Estados Unidos y la Agencia Internacional de la Energía (dependiente de la OCDE) informa que “el diesel escaseará en Europa este verano”. La escasez debería llevar al racionamiento, para que el diesel disponible esté dedicado a camioneros, agricultores, taxistas, autónomos y currantes que lo necesitan a precios razonables para su trabajo. Pero sabiendo que hemos iniciado el descenso: aunque en algunos momentos vuelva la abundancia, serán momentos puntuales, la escasez va a ser irreversible.
El otro gran tema tratado en esta serie hacía referencia al innegable cambio climático que ya sufrimos: la ola de calor temprana que sufrimos a mediados de junio no es cosa sólo de la península: hay olas de calor en India y Pakistán; la peor sequía sufrida por Marruecos en 40 años; sequía en Taiwan que ha paralizado la mayor fábrica de microchips del planeta; hay una sequía excepcional en Sudáfrica desde hace 4 años; sequía invernal «excepcional» en el sudeste francés. En el Norte de Italia han empezado los cortes de agua por una «crisis hídrica extraordinaria», un «agotamiento de la disponibilidad de agua», una sequía nunca vista en los últimos setenta años. En estados Unidos la sequía toca a casi un tercio de la población del país; en Santiago de Chile hay también racionamiento de agua.
Los científicos del GIEC lo habían puesto negro sobre blanco: “Se producirán simultáneamente múltiples peligros climáticos; múltiples riesgos climáticos y no climáticos interactuarán, dando lugar a un mayor riesgo global y a riesgos en cascada en todos los sectores y regiones”.
“Los riesgos para la salud y la producción de alimentos se verán agravados por la interacción de las pérdidas repentinas en la producción de alimentos debidas al calor y la sequía, agravadas por las pérdidas en la productividad laboral debidas al calor… Estas interacciones aumentarán los precios de los alimentos, reducirán los ingresos de los hogares y provocarán riesgos sanitarios de malnutrición y mortalidad relacionada con el clima”
“Los efectos del clima en las infraestructuras clave están provocando pérdidas y daños en los sistemas de suministro de alimentos y agua” La realidad ha venido a darles la razón.
Cambiar el chip
Mientras tanto, gobiernos, empresas y ciudadanos seguimos viviendo con esquemas mentales que datan de la época en la que no había limitaciones y que, por lo tanto, no nos preparan en absoluto para lo que está a punto de caernos encima. Seguimos considerando que el criterio clave para la transición ecológica es el bussines, el dinero. Después ya nos ocuparemos de los parámetros físicos, del CO2 y los otros gases de efecto invernadero. La actuación inteligente es invertir el razonamiento, anteponiendo las limitaciones físicas -la reducción drástica de las emisiones- a la economía: no es una crisis, es el comienzo de una transformación radical, el inicio de un cambio profundo, imparable e irreversibledel mundo que hemos conocido hasta ahora.
En palabras de Jean Pisany-Ferry “el régimen de política económica inaugurado en la década de 1980 se caracterizó por la primacía del mercado y un alcance muy limitado para el estado, que se suponía que no tenía ninguna opinión en la elección de tecnologías ni sobre los objetivos a largo plazo ni sobre el modelo de desarrollo”.
La sociedad va a experimentar una dieta baja en carbono, así que se reducirá la parte de la producción destinada a consumo y aumentará la parte que se destina a la inversión. Esto implicará reasignaciones de mano de obra a menudo brutales, por ejemplo, en la industria automotriz, en el transporte o en el turismo. Más nos vale prevenir y planificar cómo minimizar los daños, cómo ayudar a las personas, sectores y territorios que van a sufrirlos. Para garantizar la paz social y por razones de estricta justicia habrá que subir los impuestos, sobre todo a los más pudientes y rebajarlos a los más desfavorecidos.
Como habrá muy poco petróleo, deberá dejarse la mayor parte a agricultores, autónomos y empresas que no puedan realizar sin él sus procesos productivos. Así que la forma imaginaria de viajar que el coche ha monopolizado durante mucho tiempo (la supuesta “libertad” que proporcionaba el coche) deberá sustituirse por el uso del transporte público al estilo del «Klimaticket» austriaco, un billete que permite viajar en todas las redes de transporte público y privado del país durante todo un año por un coste de 1000 euros. O por el bono alemán que, por 9 euros, permite a cualquier ciudadano germano desplazarse un mes de forma ilimitada en la red de ferrocarril estatal.
El ferrocarril pasa a ser la espina dorsal de la movilidad. El transporte de mercancías y pasajeros en vehículos térmicos se va a reducir sí o sí. El ferrocarril será imprescindible. ¡Pobre de la ciudad que no disponga de ferrocarril!
Planificación frente a mercado sin límites
El presidente electo francés, Emmanuel Macron, ha anunciado que empieza la era de la Planificación Ecológica, que será responsabilidad directa del primer ministro, con poder de decisión sobre todos los ministerios. Para ello será necesaria una arquitectura institucional que le dé consistencia: las competencias no pueden estar dispersas pues serían difíciles de gestionar. Centralizar el poder de decisión, con un férreo control democrático y consensuando las medidas, será fundamental.
La descarbonización de la economía implica que, además de las medidas positivas, partidos políticos y gobiernos deben explicar lo que se prevé para los territorios y los sectores perdedores, que los habrá. Igual de importante es la cuestión clave del impacto de la transición ecológica en el empleo y cómo se sortearán las dificultades técnicas y de aceptabilidad social. Sobre todo en la industria del automóvil y en la agricultura.
Industria del automóvil: mucho desempleo
El Parlamento Europeo acaba de aprobar la petición a la Comisión para que se prohíba la venta de vehículos con motor de combustión a partir de 2035. Muchos fabricantes ya han anunciado que lo harán por adelantado: a partir del año 2.025 Mercedes, Jaguar y el grupo Stellantis (Peugeot, Citroën, DS OpelVauxhall) sólo fabricarán coches eléctricos. Opel y Cupra se suman en 2.028. Desde 2.030 Bentley, Ford y Volvo ya no fabricarán coches con motores térmicos. Audi los seguirá fabricando hasta 2.033. Volkswagen no fabricará coches térmicos entre 2.033 y 2.035.
Esto significa que todo el parque de equipos, el tejido industrial de la industria automovilística que contribuye a la fabricación de motores de combustión dejará de tener valor económico casi de la noche a la mañana y miles de empleos se perderán. La investigación en estas tecnologías se detendrá y la transición se impondrá rápidamente.
Pero el coche eléctrico necesita muchos menos trabajadores para su fabricación y mantenimiento. Se calcula que en menos de 10 años sobrarán en España más de 100.000 empleos en la automoción; en Francia más de 300.000. No es fácil convertir a los trabajadores de la fundición en especialistas en la fabricación de baterías o en la renovación térmica de edificios. Pero no hay litio suficiente para fabricar tanta batería: habrá muchos menos coches circulando.
Agricultura en un mundo post-carbono: se necesitarán centenares de miles de trabajadores
Desde la invención de la agricultura, los agricultores han cultivado los campos y criado el ganado para alimentar a un pueblo, una comarca, una región. Se cultivaba en función de la geografía física y humana. Sólo los excedentes de producción se exportaban fuera de la región, lo que permitía una gran autosuficiencia alimentaria territorial.
Pero la mecanización del campo, la transformación de una agricultura sostenible en una agricultura industrial, como se ha desplegado en Europa y USA, ha hecho que un actor económico territorial, el agricultor, haya sido convertido en un eslabón de una cadena industrial internacional, guiada por una lógica técnica y financiera. La parcela, la granja, se ha convertido en una «explotación agrícola» cuya viabilidad ya no depende del territorio, sino de la cadena de suministro, que comercia, transforma, envasa y distribuye “productos alimenticios” por todo el planeta.
La escasez de diesel va a agitar y cambiar radicalmente esa realidad. Un mundo con menos energía (y por tanto menos máquinas) necesita más personas que trabajen con sus manos. Según datos de 2017 el sector agrícola representaba alrededor del 1,2% del PIB de la Unión Europea y un 2,4% del PIB español. España es el segundo país de la Unión con más hectáreas destinadas a la agricultura, sólo superado por Francia. El sector agrario en España ocupaba en 2.018 alrededor de 763.000 personas y las ayudas directas representaban hasta el 18% de los ingresos brutos de los agricultores. Con ese número de agricultores el uso masivo de plaguicidas es absolutamente inevitable: ya no hay recursos suficientes en el campo para llevar a cabo el trabajo que requiere la agricultura sin recurrir masivamente a la química, a fertilizantes y plaguicidas casi todos derivados del petróleo.
En Francia se habla de recuperar un millón de empleos para practicar una agricultura independiente de las multinacionales de semillas, herbicidas, plaguicidas y fertilizantes. También de las de maquinaria agrícola. Un millón de empleos más en el campo para hacer una agricultura que reduzca sensiblemente sus emisiones de GEIs (un 30% del total si le añadimos la energía necesaria para mover la maquinaria agrícola): una agricultura aliada con el medio ambiente. ¿Cuántos centenares de miles de nuevos empleos necesitará la agricultura española descarbonizada?
Sinfonía para un nuevo mundo
El mundo que vamos a vivir en el futuro inmediato va a ser diferente al que hemos conocido: prepararse para una climatología rabiosa y para la escasez energética es fundamental. Para transformar la estructura energética en la que se basa nuestra sociedad y nuestra relación con la naturaleza, es indispensable la participación popular, el anclaje territorial, la implicación de los sectores económicos y las ONGs. Eso sí, dejándose aconsejar por la comunidad científica. Los ayuntamientos van a ser claves para llevar a cabo las transformaciones necesarias: arbolar las ciudades, creando islas climáticas y cinturones boscosos; favorecer el transporte público eficiente y barato; potenciar el uso compartido de los vehículos particulares; educar a nuestros niños y jóvenes en la sobriedad (probablemente nuca tendrán un coche en exclusiva propiedad, quizás tengan que estudiar formaciones profesionales sobre agricultura, energías renovables y digitalización; mejor una bici, aunque sea eléctrica que la moto ruidosa y contaminante, menos ropa per de mayor calidad…) Producir menos pero producir mejor y más sano.