Lecciones, lecciones ¿Otra vez nos va a dar usted lecciones? Maestro Quiñones, que no sabía leer y daba lecciones. Cierto es que, hoy en día, no estamos para darlas a nadie. Tanto hay por aplicarse, antes, a uno mismo que, después, pocas son las ganas que sobran.
Pero hoy les traigo algo que quizá interese y que no es otra cosa que señalarles en qué tiene que andar uno pendiente para evitarse sustos a la hora de invertir sus dineros. Tiene tres vértices, como los triángulos, fórmula imprescindible en la literatura y en las vidas intensas y dramáticas. Permanezcan atentos porque hablo de rentabilidad, riesgo y liquidez.
De los tres, el hermano mayor, la rentabilidad, es el más conocido (y valorado). Es el primogénito, guapo y formal, que lucha por labrarse un futuro en un mundo nuevo para él, áspero y hostil. Es el primer guerrero que salta a la arena, eclipsando al resto. Por esto se le presta toda la atención. Se viste de TIN, de TAE o de esperanza matemática, pero el caso es que es objetivo de flashes. Mediático, que no lunático.
—¡Caramba! Tengo ante mí a una inversión cuya rentabilidad esperada es del 9% ¡Mucho más de lo que tú consigues por tu dinero!
—¡Explícamelo hermano!
—¡Fácil verlo! Me han propuesto un proyecto que, en el 40% de los casos, me rinde un 10% y, en el 20% de los casos, un 18% y, en el 40% restante, un 3,5% así que, echando cuentas espero ganar un 9%1
—¿Dónde hay que ir? ¡Quiero lo mismo!
Bien por la rentabilidad. Es importante y hay que fijarse en ella, pero no olvidemos al resto de hermanos. Toca el turno del lunático: el riesgo. Tal misterio lleva consigo que solemos dejarlo de lado, como si no quisiéramos saber mucho de él. No podíamos equivocarnos más. El riesgo lo es todo porque, tarde o temprano, pondrá las cosas en su sitio.
El riesgo no es más que la posibilidad de que algo acabe, finalmente, lejos de lo que esperamos. Cualquier cosa de este mundo que haya existido antes tiene una historia y, si examinamos esa historia, tal vez podamos conocerla y, quizá, predecirla. Juan tiene perro y sabemos que, todos los días, lo baja a la calle a las 7 de la mañana y, también, a las 9 de la noche ¿Sería muy atrevido pronosticar que hoy, Juan, bajará al perro a las 7 de la mañana y, más tarde, a las 9 de la noche? Si apostáramos, no nos arriesgaríamos demasiado.
Pero amigos, las apuestas no se hacen sobre asuntos tan mundanos como sacar al perro a paseo. La vida normal, denominada rutina, está exenta de grandes riesgos porque no nos desviamos de la media. En otras palabras, hacemos (casi siempre) lo que hay que hacer.
¿Se acuerdan de nuestra inversión? La que daba un 9% de rentabilidad esperada, pero ¿qué hay del riesgo? ¿Cómo lo podríamos medir? Acompáñenme:
¿Recuerdan que, en un 40% de los casos, esperábamos un 10%? Esto es lo mismo que decir que esperábamos una desviación de un punto respecto a la media (10 – 9), lo cual ocurrirá en el 40% de los casos.
¿Recuerdan que, en un 20% de los casos, esperábamos un 18%? Esto es lo mismo que decir que esperábamos una desviación de nueve puntos respecto a la media (18-9), lo cual ocurrirá en el 20% de los casos.
¿Recuerdan que, en un 40% de los casos, esperábamos un 3,5%? Esto es lo mismo que decir que esperábamos una desviación de menos cinco coma cinco puntos respecto a la media (3,5-9), lo cual ocurrirá en el 40% de los casos.
Así que, bien pensado, podríamos valorar cada desviación por su probabilidad y comenzaríamos a tener una medida del riesgo2.
Ahora bien, algunas desviaciones son positivas (en nuestro ejemplo, las dos primeras) y otras son negativas (la última) por lo que corremos el riesgo (nunca mejor dicho) de que se compensen y nos dé por pensar que esta inversión no tiene riesgo. Para evitar eso, haremos que todas las desviaciones sean positivas, simplemente elevándolas al cuadrado. De esta forma, tendremos:
Este resultado (28,7 por ciento al cuadrado) es difícil de interpretar. Lo que haremos será hacerlo volver a la normalidad calculando su raíz cuadrada (así tendremos un tanto por ciento sin más):
Y, ahora, lo compararemos con el rendimiento esperado:
La interpretación es que, por cada punto de rentabilidad esperada, esperamos una desviación de 0,6 puntos con respecto a esa rentabilidad. Esto nos da una idea del riesgo de la inversión y ya podremos decidir:
—¿Está usted dispuesto a asumir una desviación (positiva o negativa) de 0,6 puntos por cada punto de rentabilidad esperada?
Si la respuesta es sí, adelante. Si es no, abandone este proyecto. En cualquier caso, ya tienen ustedes una razón más para decidir ¿Listos para la tercera?
El tercer hermano es la liquidez. No es otra cosa que la capacidad que tiene su inversión para convertirse en dinero (contante y sonante) en el momento en el que usted lo desee. Claro, imaginen que hoy deciden invertir, pero mañana acontece un evento urgente y necesitan recuperar su inversión. Piénselo. Puede ocurrir ¿Habían pensado en esta posibilidad? Debe hacerlo. Por esta razón, cuando vayan a invertir, pregunten:
—¿En qué condiciones puedo recuperar mi dinero en el momento que desee?
Ahora ya tienen ustedes todos los ingredientes: rentabilidad, riesgo y liquidez. Estas tres propiedades definen y caracterizan completamente a un activo financiero. Si ustedes no quieren sustos, decidan siempre en función de:
—la rentabilidad.
—el riesgo.
—la liquidez.
Es un triángulo amoroso, fatal en la mayoría de los casos si ustedes se olvidan de tener en cuenta a alguno de ellos. Aliméntelos bien, cuídenlos bien, respeten su espacio y verán crecer sus inversiones de acuerdo a sus preferencias personales. Si quieren una chuleta rápida, graben lo siguiente en sus retinas:
—A mayor rentabilidad esperada, mayor riesgo.
—A mayor liquidez, menor rentabilidad y menor riesgo.
—Alta rentabilidad, bajo riesgo y liquidez inmediata… ¡no existe!
1 El cálculo es sencillo. Consiste en obtener la esperanza matemática que no es otra cosa que la suma de los productos del resultado por su probabilidad. En este caso: 9% = 0,4·10% + 0,2·18% + 0,4·3,5%
2 No olviden que el riesgo es la probabilidad de obtener un resultado alejado de lo esperado.