Recuerdo cuando, hace ahora poco más de un año, me incorporé a trabajar en el Ayuntamiento como una de las mujeres del equipo de Gobierno. Al principio, contaba los días hábiles, era una forma de decir que las personas necesitamos tiempo para adaptarnos a las cosas. En este primer año, hemos tenido que leer mucho, aprender a marchas forzadas para incorporarnos a la actividad municipal y dar respuestas rápidas y atentas a la ciudadanía.
Allá por el mes de marzo, habíamos resuelto algunos asuntos que llevaban tiempo atascados, otros estábamos trabajando en ellos cuando la pandemia entró en nuestras vidas como un tsunami, y lo borró todo.
Reconozco que ha sido una de las experiencias más agobiantes de mi vida. El día que la alcaldesa y otros miembros del equipo de Gobierno comentaron que tenían el virus fue especialmente traumático, nadie sabía lo que podía pasar. Especialmente doloroso fue saber que uno de los nuestros era hospitalizado con un pronóstico grave. Sabíamos que muchos vecinos y vecinas de nuestra ciudad morían, que cada día había más casos de positivos, que el hospital se llenaba de pacientes, que nos confinaron, que las calles se vaciaron y el silencio se hizo dueño del día y de la noche. Nadie nace instruido para gestionar una pandemia, sin embargo, se espera todo del equipo de Gobierno. Hubo que tomar decisiones de manera rápida, de manera contundente, no se podía fallar había demasiado en juego. Desde aquellos tiempos, le tengo especial manía a las videollamadas, a hablar por teléfono, y a la oscuridad. Esa negrura que trajo el Covid-19.
Cuando me paro y pienso en ese año de gestión solo pienso en el coronavirus. Y en la ejemplaridad de la ciudadanía en unos momentos muy duros. El trabajo solidario y desinteresado de muchos colectivos con el hospital, los aplausos en los balcones, déjenme decirles que las costureras, una red de más de 300 mujeres en nuestra ciudad, me enternece especialmente, para mí han sido la adorable resistencia puertollanera, un grupo de mujeres con unas armas únicas: las tijeras y las máquinas de coser.
A mí este encierro me ha enseñado muchas cosas, no tengo ni tiempo ni ganas para enumerarlas todas; me ha enseñado la simbiosis entre lo individual y lo colectivo, me ha enseñado que mi vulnerabilidad es brutal, me ha contado que cuando nos unimos podemos, que la historia la escriben los hombres y las mujeres valientes que arriesgan, que se envalentonan, luchan y se aman.
Por esto, quería compartir algunas de mis impresiones con ustedes, ahora que se acerca el tiempo de verano, ahora que la luz y el sol lo inundan todo y arrastra a los infiernos aquellos días amargos, ahora que mi depresión post-confinamiento remite. Estoy segura que este zarpazo a nuestra forma de vida tendrá consecuencias positivas, tenemos la necesidad de leer entre líneas para saber que podemos cambiar las cosas que no nos gustan, pero siempre juntos, unidos en la lucha, en esa lucha a ciegas contra un virus invisible que nos mata.
Cuídense, ¡no bajen la guardia!