Corrían días extraños que han dado paso a otros tremebundos de ciencia ficción, hasta ahora siempre vividos desde la seguridad de la butaca; ninguno de nosotros hemos afrontado antes algo parecido y confiemos en que no nos toque de nuevo hacerlo. A pesar del más que relativo confinamiento en mi caso por ser médico, han sido inevitables muchos momentos de reflexión acerca de lo que está ocurriendo y que me gustaría compartir con todo aquel que lo quiera leer. Quizá me haya excedido demasiado, pero es que no son pocas las cosas vividas (afortunadamente). Voy a reflejar en varios puntos dichas reflexiones y opiniones personales, que como tales deben ser tomadas:
La “sorprendente” crisis sanitaria
¿Qué ha sucedido para que nuestro sistema sanitario, “de los mejores, si no el que más”, no haya podido afrontar semejante situación con gran solvencia? Sin duda, que nuestra sanidad es de excelencia, pues aparte de ofrecer una cobertura universal y poseedora de otras muchas virtudes, cuenta con el colectivo de profesionales mejor preparados, dicho esto en países de nuestro entorno. No obstante, partiendo de ahí y teniendo en cuenta los recursos a su disposición, así como la gestión y grado de equidad en la distribución de los mismos por todo el territorio nacional, el servicio a ofrecer puede ser de máximos o bien, de mínimos. En ese sentido existen muchas variables que ponen de manifiesto cada vez más que nuestra sanidad, al menos en una gran parte, es de mínimos, tales como el tanto por ciento de nuestro producto interior bruto destinado comparado con otros países de la UE, el número de médicos especialistas por habitantes o las listas de espera. Así, su habitual funcionamiento es ya demasiado esforzado y si puede no parecerlo para alguien, no es por otra cosa que por la labor encomiable de sus trabajadores. Sin embargo, cuando la asistencia a nuestros centros se dispara por el motivo que sea (véase la saturación estacionaria anual -sin excepción- de nuestros hospitales cada gripe y frente a la que poco se hace…), sus carencias emergen de forma rápida.
Por otro lado, no contamos con una mínima previsión en forma de “protocolo de pandemias” (suena a película, pero lo del ébola fue real y no queda lejos). Desconozco si es racional almacenar material sanitario a gran escala (al igual que si es justa y necesaria la partida presupuestaria para Defensa…), pero no me queda duda de lo primordial de otras medidas como tener bien identificadas las diferentes empresas nacionales que en un momento dado deban cambiar su cadena de producción hacia la fabricación de material sanitario en masa. Esto último al final sucedió, pero sobre la marcha y de forma inversa. Es decir, fueron las empresas las que se pusieron al servicio del Estado por iniciativa propia, no el Estado las que las reclutó al servicio de la población y desde un primer momento.
En el contexto previo, con una presión asistencial sin precedentes, la acaecida situación produjo el colapso de nuestro sistema; además, al inicio y no más adelante camino del famoso “pico” de la curva. Las consecuencias: la muerte de personas que en otras circunstancias no lo hubieran hecho, ya sea de un modo o de otro. Así, han fallecido pacientes covid por falta de respiradores, siendo muy estrictos los compañeros de servicios de cuidados críticos en poder aceptarlos, pero no por criterio médico, sino por falta de medios; esto debe quedar claro. También, y ellos no figuran en las estadísticas, han fallecido o quedado con importantes secuelas, pacientes con otras enfermedades (que claro, ahí están y han seguido atacando a la población igualmente como hasta antes de esta crisis), que habiendo acudido a hospitales no pudieron ser atendidos como merecían; igualmente por falta de recursos, en este caso volcados casi al completo para combatir el covid-19. Otros tantos por miedo no se desplazaron y quedaron en casa con su infarto de corazón o ictus, por poner un caso.
Otras consecuencias de esta crisis parecen ya quedar en un segundo plano dicho lo previo, pero no son poco importantes: la alta tasa de contagios en el personal sanitario, motivada no sólo por la falta de medios de protección adecuados, sino también por la escasa formación recibida para situaciones de este tipo, así como las importantes secuelas psicológicas por todo lo vivido.
La, ya demasiadas veces, retratada clase política
Mucho se habla de este tema en todos los medios y redes sociales a diario, como no podía ser de otra manera. Debemos suponer y exigir que el gobierno cuenta con información de primera mano y los mejores asesores de cara a anticipar las decisiones más óptimas para sus ciudadanos. Ello no ha ocurrido, existiendo falta de previsión y también malas actuaciones. Recuerdo ahora más la llamada de la vicepresidenta Calvo a manifestarse el 8-M, ya que “nos va la vida en ello” (sí, literal…), a pesar de tener en la mesa informes de la UE pidiendo evitar las aglomeraciones (recientes; la OMS e incluso el CNI ya advertían de la posible situación en enero). Sin duda, que han contribuido enormemente a agravar el problema (que sí, que éste ha sido culpa de los chinos o vete tú a saber) aunque no me voy a parar a detallarlas todas, ya que muchas son sabidas por todos, prácticamente son incontables y no es mi propósito. Pero sí me gustaría recalcar que la responsabilidad, no obstante, ha sido de todos… sí, de todos.
Por un lado, de los políticos que están gestionando esta crisis, pero también de los previos que “recortaron” salvajemente la sanidad (que estos días hasta pretendían sacar rédito de la situación) y ello no nos ha permitido salir, ni mucho menos, “en la pole” a la carrera por combatir este problema; y desde luego, de los ciudadanos que los han votado…
Nuestra sociedad lleva prácticamente el total de su trayectoria en democracia siendo muy permisiva con quien nos gobierna, sin penalizar en las urnas como es debido al mentiroso, corrupto o simplemente al incompetente. Ellos siguen tomando decisiones única y exclusivamente teniendo en cuenta lo que más beneficioso estiman que les es de cara a las siguientes elecciones y nosotros seguimos siendo “feligreses” de izquierdas o derechas, votando sin tener en cuenta nada más, hagan lo que hagan, y esto simplemente no puede ser. “Cada sociedad tiene los delincuentes que merece” que dijo Lacassagne en su tesis (1913) y razón no le faltaba.
En contraposición, los sanitarios dicen que lo somos por vocación y el que no la tiene “de nación” la acaba encontrando, como ha sido mi caso. No se nos tiene que exigir porque ya de entrada contamos con ella (esa, sin duda, es la idiosincrasia particular de nuestro oficio). No obstante, con los políticos no pasa esto y como norma general ocupan sus anchos sillones sólo por dinero y poder (cambia el orden según quien), lo que les convierte realmente más que en cargos, en cargas difíciles de sostener por nuestra sociedad a múltiples niveles (económico, social, ético). Pero creo firmemente que está en nuestra mano tener “políticos con vocación”, así como por supuesto y de forma análoga se exige en otras profesiones, bien preparados. De verdad, hagámonoslo mirar.
La latente crisis moral
Avanzada la cuarta década de mi vida y dirigiendo la mirada hacia atrás, me doy cuenta lo mucho que ha cambiado nuestra sociedad en este relativo corto periodo. Fruto del desarrollo existen epifenómenos tales como las nuevas tecnologías, útiles y que parecen acercarnos, pero también nos aíslan y mucho; nos consumen demasiado tiempo, hacen que hablemos cada vez menos cara a cara o que los niños jueguen menos en la calle. Además, pienso que ha habido una importante pérdida de valores o, al menos, un cambio notable en los recibidos y no para bien… Estamos inmersos en una sociedad en la que ya demasiadas veces se desprende el “todo vale”, con muchas carencias morales y esto es lo que realmente subyace en última instancia a una gran parte de nuestra problemática actual. Cada vez cobra más fuerza la frase “el hombre es un lobo para el hombre” (Thomas Hobbes, 1651).
Aún recuerdo otras catástrofes como los atentados del 11-M en las que había infinidad de personas que pasaban por allí ayudando a los heridos y los que no, acudían en masa a donar sangre si era preciso. La diferencia con esta crisis ha sido que ahora todos estábamos en riesgo y ahí la cosa cambió…
Para empezar, los primeros días al ir a comprar tras salir del hospital, ya no encontraba huevos, leche u otros artículos de primera necesidad. La gente estaba haciendo acopio y en muchos casos sin sentido, ni tampoco formas. Entraban a los supermercados como el primer día de las rebajas (qué feliz el virus) y hasta se daban empujones (“me estoy poniendo las botas”, continuaba diciendo el patógeno) por alimentos perecederos teniendo ya dos o tres de ellos en el carro.
Por otro lado, gente que se negaba a cumplir la cuarentena y algunos de los que sí la guardaban quedaban tan aburridos en casa que se ponían a idear y difundir bulos, de los cuales la mayoría no iban a ningún lado, pero otros como el de que se iba a decretar el estado de excepción, podían haber hecho cundir mucho más el pánico; sólo faltaron asaltos a comercios y domicilios. Y qué comentar de los “ilustres” vecinos que repudiaban a los sanitarios e invitaban a abandonar sus propios domicilios…
Fuentes de información cercanas, pero a menudo poco objetivas como las redes sociales, arden. Gran parte de las publicaciones son quejas, denuncias de malas maneras y hasta insultos, que en mi opinión contribuyen poco a solucionar el problema en este momento y sí, en cambio, a crispar la situación mucho más (y ya lo está bastante de por sí). No callemos y denunciemos cuando todo esto termine, pero ahora, salvo reclamar el material necesario para nuestros centros sanitarios, toca otra cosa. Mi agradecimiento especial a aquellas personas que están utilizando esos medios para publicar una buena canción o poema, recomendar una película o serie, dar ánimos y buenos deseos o simplemente ponen un buen meme que me arranca la sonrisa del día.
La crisis económica, otra más…
En poco tiempo todos, en especial los que afortunadamente no hemos perdido a ningún ser querido o familiar, estaremos muy contentos y se podrá decir: ¡hala!, ya está, ¡prueba de “confitamiento” superada! No, ahora vienen las secuelas económicas (dicen algunos que más profundas que cuando el crack del 29 -no estaba ahí, pero tengo entendido que “abultó” la cosa…-, esperemos que más cortas, eso sí); también a repartir para todos, de forma similar a la no tan lejana crisis de 2008 y aún con daños por restañar.
Entramos en recesión, de esto ya no hay duda; muchos ERTEs pasarán a EREs y ello conducirá inevitablemente a una gran explosión de desempleo, con lo que ello conlleva no solo para el que echan a la calle. No creo que la recuperación sea en “V” y recemos porque sea en “U”, aunque no será posible tener una economía parecida a antes de esto hasta finales de 2021, en el mejor de los casos.
No obstante, no sé yo… me da que es posible que muchas cosas pueden cambiar para siempre. Que se lo hagan mirar los que piensen que es de recibo viajar a Londres por 20 €, pasar cada fin de semana en un sitio distinto, los defensores de regalar un móvil a un niño por su comunión y renovarlo cada Reyes. La situación a este respecto es complicada, en especial para la sociedad de hoy en día, en la que de un tiempo a esta parte muchos de sus componentes empezaba a creerse con derecho a todo, incluida la felicidad, además de forma rápida y sin esfuerzo alguno.
Experiencia personal
Dura, lógicamente. Por un lado, la soledad, que es buena cuando se busca y necesita, pero resulta difícil cuando es impuesta; no he contagiado a nadie en mi casa, eso sí. A mi favor en este aspecto juega el poder mantener ciertas rutinas -no todas-, como el no poco consumo de música, cine, lecturas o la realización de ejercicio físico diario (vital, cada día me doy más cuenta de ello); así como por supuesto, conversar a diario con mi familia y amigos más cercanos.
Por otro lado, en el hospital he acumulado gran estrés, derivado del hecho de tener que actualizarme a contrarreloj en el manejo de pacientes que nada tienen que ver con mis especialidades, junto al miedo -nunca se supera, sólo se aprende a sobrellevar- por mi propia integridad física, sufriendo de primera mano la falta de medios. Afortunadamente, mi salud aguanta indemne y no es poco, que no todos mis compañeros pueden decir lo mismo (por cierto, aún estoy esperando que me hagan el maldito test; me pregunto que tendrá que decir a esto la ministra “de desigualdad” con tres a las espaldas estando en su casa…). En último lugar y no por ello menos importante, la mella psicológica acumulada y es que he sido testigo de primera mano de muchas situaciones difíciles. Véase pacientes en una silla dos o tres días esperando una cama de ingreso, muchas personas morir y no todas tan mayores (“una gripe” nos decían…), el testimonio desgarrador a la par de desesperado de muchos compañeros, etc. A todo ello le sumo mi padre, que también enfermó y “en un hilo” estuvo; lo traté como a los pacientes de mi día a día y aunque no respondió a la primera línea de tratamiento, sí lo hizo a la segunda -con más riesgos- y de forma espectacular, consiguiendo salir finalmente adelante; lo mismo le salvé la vida, quién sabe.
Agradecimiento especial en ello merece mi madre, “la Amparito”, la cual se ha doctorado brillantemente en enfermería estos días, aparte que ha derrochado atención, paciencia, cercanía y amor más que nunca; y esto ya es mucho decir. También tengo mucho que agradecer a esos compañeros médicos de la quinta planta izquierda del hospital de Albacete, mi ubicación covid cuando se me requirió. Sin conocernos mucho entre nosotros, me trataron como uno más desde el primer día, me ayudaron en todo lo que pude necesitar y, por cierto, nunca los escuché quejarse de nada… ¡brillantes todos!
No quiero olvidarme de otro tipo de personal esencial como celadores, el de limpieza y en especial el de enfermería, mucho más expuesto que nosotros pues pasan a las habitaciones más veces. Ellas (Marian, Cristina; recuerdo ahora estos nombres) en todo momento, atentas, cercanas, llamándote por tu nombre desde el primer día y siempre sonrientes aún detrás de la mascarilla.
España, ese país de tradiciones
Tradición según la acepción más simple de la R.A.E es la «entrega de algo a alguien». Desde mi punto de vista, este término lleva implícito el respeto a generaciones previas, costumbres mantenidas y herencias admiradas.
Pero en la línea de la ridícula moda de desechar todo lo viejo… demasiado se ha banalizado el hecho de que esta enfermedad se llevara por delante principalmente a las personas más mayores. Los que nos precedieron y sin los que no estaríamos donde estamos; los que levantaron un país devastado por la guerra a base de tesón y trabajo sin descanso. En definitiva, los constructores de nuestra actual sociedad de bienestar. Para más inri, poco se ha empatizado con la situación dada la práctica ausencia de signos de luto (lazos negros en las televisiones, corbatas negras en nuestros políticos, crespones negros en nuestros ayuntamientos). Tan necesarios para reconducir en sus familiares mínimamente un duelo, ya demasiado anormal de por sí, pues ni pudieron acompañarlos en sus despedidas.
Mi pueblo (Tomelloso -C. Real-)
Parece ser que se ha comportado como un foco dentro del foco, pasando de ser “la Atenas de la Mancha” al “Wuhan del país” (es lo que tiene ser basto). Supongo que de haber sido así y a pesar de las múltiples hipótesis dadas al respecto, que no dudo hayan tenido su peso, lo que más podrá explicarlo sea la intensa actividad de su gente. Desde allí viajan en el día muchos vecinos por trabajo a Madrid, con gran incidencia de casos, y a otros puntos fuera de la comarca, en especial durante las dos últimas semanas de febrero (o quien sabe si incluso ya antes) cuando el virus campaba a sus anchas.
Me consta el esfuerzo que realizan mis paisanos a múltiples niveles y del que poco, quizá, se ha hablado cuando el pueblo ha salido en distintos medios, centrados sólo en las malas noticias. Han sido muchos los conocidos por mí que no han sobrevivido. Sólo puedo ahora desde la consternación y tristeza que me inunda, darles a sus familiares ánimos y desearles lo mejor dentro de su situación. Mi enorme pesar por no estar ayudando allí me quedará para siempre.
Los antivacunas
¡Qué decir “de esta geeente”! Alguno habrá desertado supongo, pero los que aún queden… no cuentan con la más mínima consideración por mi parte. Su extrema e infundada estupidez (pues por dar un dato, las vacunas constituyen la segunda medida que más vidas ha salvado en la historia de la humanidad -sólo superada por la potabilización del agua-) no sólo pone en riesgo a sus hijos, sino a toda la sociedad al sabotear la llamada inmunidad “de rebaño”.
Por tanto, no sería disparatado tras lo vivido estos días, en un mundo no sin vacunas, sino sin sólo una vacuna… exigir que se tenga la voluntad política para combatirlos. Se podría, en caso de llevarse a cabo su terrible postura, tipificarla como delito contra la sanidad pública. De ese modo sería a plantear el retiro de la custodia de sus hijos para protegerlos de ellos, así como penas de prisión. Con ello, lo mismo se les oía lo mismo que estos días…
La naturaleza, ese ente vivo tendente a la autorregulación
El cuidado y amor hacia el planeta son esenciales para nuestra supervivencia, bienestar y el de generaciones venideras. Lejos de entenderlo, el ser humano explota los recursos de forma insostenible, contamina cada vez más y, en definitiva, siendo parte de la naturaleza se adueña de ella y coloca en la cúspide de la pirámide de especies como su depredador más voraz.
Son muchas las señales emitidas por la naturaleza desde hace tiempo para decirnos que esta situación no puede continuar así, pero nosotros no la escuchamos. ¿Es posible que haya pasado a la acción y esta pandemia no sea más que un serio aviso de lo que realmente nos espera a partir de ahora si continuamos por el mismo camino? En ese caso no deja de resultar curioso, a la vez que paradójico, que trate de combatirnos con el patógeno más simple posible: un virus, que como tal no tiene ni la categoría de ser vivo; recordándonos de paso nuestra fragilidad ante su más mínimo enfado.
Lecciones aprendidas
“Héroe”, suena bien, es una palabra con clara connotación positiva, muchas veces escuchada hacia nosotros estos días si bien, creo que de forma fácil. Si algo he aprendido es que yo no soy ningún héroe y menos lo estoy siendo sólo por ser mera “carne de cañón hasta que la gente deje de tener miedo o los políticos lo decidan” (Kirk Douglas en Senderos de gloria, 1957).
Soy un empleado público que lo único que pretende es hacer su trabajo lo mejor posible, en mi ámbito, poniendo al servicio del que lo necesite mi ardua y larga formación, así como experiencia. Nunca pensé que hacer eso en algún momento sería sin los medios adecuados. Esto es lo que simplemente no puede volver a pasar (una nueva pandemia supongo que no está en nuestra mano que no venga, pero sí lo otro).
Únicamente quiero trabajar y poder hacerlo en unas mínimas condiciones dignas, así como de seguridad; pueden compararlo con que nadie dejaría subir a un obrero a lo alto de una obra sin arnés, porque ambas situaciones, pienso, están al mismo nivel. En la misma línea opino sobre los aplausos diarios de las 20 h, habiendo quedado claro que casi todo el mundo sólo «se acuerda de Santa Bárbara cuando truena». Es nuestro trabajo, elegido libremente y no merecemos reconocimiento por él, al igual que otras personas que están siendo clave en esta crisis. Aparte, me perturba que es probable que a partir de ahora prosigan nuestras condiciones precarias, si no peores, congelación de oposiciones, agresiones verbales y a veces físicas, presiones varias, denuncias… y en ese caso nadie saldrá al balcón de su casa. Que reflexione sobre ello quien quiera o tenga que hacerlo.
En el terreno más personal espero con el paso de las semanas ir recomponiéndome, así como tocar un poco de resiliencia. Hasta ahora he podido sortear la mayoría de obstáculos y conseguido casi la totalidad de lo que me he propuesto. Creo que la vida puede ser más fácil para todos si de verdad como sociedad nos lo proponemos, sin haber necesidad de crear o batallar en algunas guerras, muchas veces perdidas de antemano… Porque en lo que nos está pasando, cantar victoria con todas las personas que ya se han quedado en el camino no sé si es de recibo hacerlo. La próxima no sé con cuántas fuerzas podré afrontarla.
Por el momento seguiré en esta vida con propósito de aprender más; me preguntaré con frecuencia qué necesito y qué no, qué me llena y por tanto, debo ansiar, y qué me daña o debo evitar; intentaré permitirme lo que merezco para así atraer lo que necesito y seguiré procurando hacérselo un poco más fácil a mis semejantes en lo que en mi mano esté. No creo que el misterio de la vida vaya mucho más allá de eso, al menos así lo siento en estos momentos.