Convendría recordar, cuando se cumplen ahora diez años del más grande tijeretazo a los derechos sociales que haya dado nunca un Gobierno en España en democracia, que junto al entonces diputado socialista Pedro Sánchez Pérez-Castejón, otros cargos públicos del PSOE-CLM y el propio García-Page dieron su respaldo a la congelación de las pensiones; a la rebaja del salario de los funcionarios un 5 por ciento; a la desaparición de las ayudas de 2.500 euros para la natalidad (el llamado cheque-bebé); a la paralización de inversiones en infraestructuras necesarias; de las ofertas públicas de empleo; y a las limitaciones drásticas a la financiación de diputaciones y ayuntamientos, que son los que prestan el grueso los servicios sociales a personas mayores, con especial incidencia en el Medio Rural.
Y conviene recordarlo, primero porque la historia tiende a repetirse y no parece que en esta ocasión vaya a demorarse mucho tiempo más; y segundo, porque el mantra de la izquierda que invita a culpar a los gobiernos del Partido Popular de todo aquello que tiene que ver con el debilitamiento de los servicios públicos esenciales, se ha diluido durante esta crisis sanitaria. Es lo que tiene el virus, que no atiende a razones de colores ni de fronteras, y deja a Castilla-La Mancha entre la tasas más alta de letalidad por Covid-19 de España y con más de 3.000 sanitarios contagiados por la enfermedad contra la que luchaban.
Más allá de esconderse bajo la excusa de nuestras personas mayores por el mero hecho de serlo -como si esto fuera suficiente para justificar la imprevisión y falta de medios acusada en Castilla-La Mancha-, García-Page haría bien en valorar si la financiación autonómica que sostiene la Sanidad, los Servicios Sociales o la Educación puede seguir en el alambre que sujetan las mesas bilaterales a las que se agarra el PSOE como a un clavo ardiendo, con tal de atornillar el Gobierno más largo y costoso de Europa. No parece que la capacidad de reacción ante una pandemia avisada por la autoridades sanitarias mundiales en el mes de enero haya ido en proporción directa al elevado número del consejo de ministros y ministras que preside Pedro Sánchez.
Así que, antes de menospreciar a los profesores por, según criterio particular del propio Page, pretender tomarse quince días anticipados de vacaciones; de vituperar a los sanitarios por denunciar con imágenes las carencias de los hospitales castellano-manchegos; o de infravalorar la capacidad de nuestros ancianos de las residencias por padecer patologías que les atenúan la posibilidad de cantar y de bailar, el presidente de Castilla-La Mancha y sus diputados en el Congreso podrían preguntarse qué pueden hacer ellos por mejorar las condiciones de vida de los vecinos de Castilla-La Mancha, so pena de dejarlo todo al socaire de los pactos de su propio partido político con Bildu o Esquerra Republicana de Cataluña.
No se trata ya de “echar cuentas” sobre el número de fallecidos en nuestra región, como si estuviéramos hablando de echar un órdago en el mus, y no de personas que han sido exhumadas sin rostro, ni familia, y sin duelo. Se trata de poner a las claras que las cuentas del independentismo y del resto de aliados separatistas del PSOE son incompatibles con el fortalecimiento del Estado del Bienestar para el conjunto de los españoles y de castellano-manchegos, mucho más en un contexto de recesión y desempleo como el que acostumbran a generar los gobiernos del Partido Socialista.
La sociedad en su conjunto, que ha dado desde los balcones un ejemplo de generosidad y de sacrificio, no les va a dejar esta vez, como hace diez años, que miren hacia otro lado como si esto no fuera con ellos o, lo que es peor, que hagan culpables de sus propios errores a los servidores de la Función Pública que en un escenario de crisis sanitaria brutal, han sabido estar muy por encima de quienes sólo han pensado en disparar al mensajero porque las noticias que llegaban de las Urgencias no eran precisamente ni para ponerse a bailar, ni para cantar, aunque no viviéramos en residencias de ancianos. Page y Sánchez han demostrado, finalmente, ser dos caras de la misma moneda.