En una civilización obsesionada porque todo esté tasado, catalogado y medido, donde todo tiene un precio, incluyendo a veces las personas, la palabra gratuidad aparece como un concepto extraño y en muchas ocasiones como algo incómodo y poco creíble. Porque aún sigue habiendo quienes no creen que alguien pueda ofrecer algo o mucho, incluso la vida sin esperar nada a cambio, nada material pues para quien así piensa lo demás no parece existir. Y es que en un mundo aferrado a una cosificación y utilitarismo exacerbado, donde la importancia está siempre vinculada a la rentabilidad o precio, el altruismo y gratuidad aparecen como algo de dudosa credibilidad.
Pero felizmente entre esa incredulidad y escepticismo siguen existiendo millones de hombres y mujeres de toda edad, condición, creencias y culturas para quienes el bienestar es patrimonio de todos los seres vivos del planeta y se constituyen en medio para hacerlo posible. Seres humanos que apuestan en sus vidas por la filantropía, por “negocios” basados no en el precio de las cosas sino en el valor de las personas; hombres y mujeres con espíritu joven, dotadas de sensibilidad hacia muy distintas causas, en aras de diferentes y nobles fines.
El voluntariado en la Iglesia, particularmente en Cáritas, tiene también su causa y su fin. La causa, si bien es cierto que nace de una necesaria decisión personal, es la respuesta a una llamada exterior para realizar una misión que nos supera, por eso no somos capaces definir con palabras ni su contenido ni su dimensión porque se trata de un don, un regalo y una gracia, esto es, ser misioneros del Amor de Dios a quienes son sus preferidos.
El fin, dar a conocer la buena Nueva del Evangelio como realidad liberadora y salvadora mediante la Caridad. La Caridad como profecía, expresión de aquello en lo que creemos o mejor de Aquel a Quien seguimos, por Quien vivimos y en nombre de Quien amamos, como expresión tangible de la Fe. El testimonio, la prueba de nuestra dimensión personal de esa Fe se encuentra en la Caridad, por eso se trata de una virtud a la vez humana y divina que mira al ser humano en su totalidad y plenitud como consecuencia de la Encarnación, de la humanización de Dios.
Dios se expresa y se hace creíble a través de la Caridad. Por eso es imposible pretender acceder a Él sin pasar por la puerta del Amor hacia los demás y en especial a los empobrecidos. La Caridad es pues la muestra suprema de la humanización de Dios. Y en esto consiste precisamente el voluntariado en Cáritas: Mostrar el rostro humano del Hijo de Dios sin pedir nada a cambio.